*Soy feliz comiendo un frijol con chicharrón, pero no arriba de un yate

Sin ofender, me daría vergüenza subirme a un yate de esos que tienen los ricos en un país con tanta pobreza, pero cada quien es libre.

O sea, yo soy feliz con otras cosas: soy feliz leyendo un libro, soy feliz comiéndome un frijol con chicharrón, con un tlacoyo, bañándome en una cascada, en el Nututun; soy feliz recorriendo los pueblos, abrazando a la gente. Me da muchísima felicidad, se me quita hasta el cansancio.

¿Y se imaginan la felicidad que me produce —eso no me lo otorga, no me lo da ni todo el oro del mundo— el que yo sea presidente y que pueda decir que en el tiempo que fui presidente reduje la pobreza de millones de mexicanos? ¿Qué hay más importante que eso? Ya me puedo morir tranquilo. Para un luchador social, para un humanista, el poder constatar que se ayuda al prójimo, pero que, además, no sólo es el discurso, sino es la realidad, los hechos.

Pero respeto a todos, respeto a todos. Hay empresarios muy importantes para la vida pública de un país. ¿Qué podríamos hacer sin los empresarios, si no hay inversión, si no se generan empleos? Y si, además, ese empresario tiene una dimensión social, cívica, que los hay, que trata bien a sus trabajadores, que no los humilla, que no es prepotente, que es austero, humano.

Por eso, vivimos en una sociedad bastante, bastante fraterna en México en general. Hay cierta polarización, pero es arriba. Y les diría que ni siquiera es de los demás arriba, sino son ciertos sectores de clase media aspiracionista, aspirantes a fifís, esos que quieren tener los yates y tener los carros último modelo.

25/04/2024

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