Mayor a la invasión en Afganistán

A finales del 2019, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, consideró la posibilidad de declarar la guerra a los cárteles mexicanos y enviar a este país a sus poderosos sabuesos policiacos para combatirlos; y en los albores del 2020 pretendió históricas acciones militares contra México para cerrar sus fronteras al ejército de migrantes. 

Pero afortunadamente todo eso fue atajado por poderosos estrategas de influencia política de ese mismo país, y ahora, a finales de este 2021, el fantasma de aquellas acciones militares, aparece el fantasma de la guerra económica que se podría estar desatando lo que representa la nueva ley energética que empuja con toda su fuerza el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Aquí todo lo históricamente ocurrido en los cercanos años 2019 y 2020, publicado hace unos días por el prestigiado medio informativo estadounidense The New York Times.

Por David E. Sanger, Michael D. Shear y Eric Schmitt

19 de octubre de 2021 WASHINGTON.- En la primavera de 2020, Mark T. Esper, el secretario de Defensa, se alarmó al enterarse de que en un alto comando del ejército y en el Departamento de Seguridad Nacional se discutía la idea de enviar hasta 250.000 efectivos militares —más de la mitad del ejército estadounidense en activo y una sexta parte de todas las fuerzas del país— a la frontera sur como parte de lo que habría sido el mayor despliegue militar dentro de Estados Unidos desde la Guerra Civil.

Mientras la pandemia del coronavirus arrasaba, Stephen Miller, arquitecto de la agenda migratoria de Trump, había instado al departamento de Seguridad Nacional para que desarrollaran un plan para calcular la cantidad de tropas necesarias para sellar toda la frontera con México, que tiene 3200 kilómetros. No queda claro si los funcionarios que concluyeron que un esfuerzo así requeriría un cuarto de millón de soldados fueron del Pentágono o de Seguridad Nacional.

El concepto fue transmitido a los funcionarios del Comando Norte del Departamento de Defensa, según varios ex altos funcionarios. Los funcionarios dijeron que la idea no se le presentó formalmente a Trump para su aprobación pero que se discutió en la Casa Blanca en reuniones en las que se debatieron las alternativas para cerrar la frontera a los inmigrantes indocumentados.

Esper no quiso hacer comentarios. Sin embargo, personas familiarizadas con sus conversaciones, quienes acordaron declarar con la condición de permanecer en el anonimato, dijeron que Esper se enfureció con el plan de Miller. Además, los funcionarios de Seguridad Nacional habían evitado contactar a su oficina y abordaron la idea directamente con funcionarios del Comando Norte del Pentágono.

Esper también pensaba que destacar tantas tropas a la frontera perjudicaría la capacidad del ejército estadounidense para estar listo en otras partes del mundo, dijeron los oficiales.

Tras un breve pero conflictivo enfrentamiento con Miller en el Despacho Oval, Esper puso fin a la consideración de dicha perspectiva en el Pentágono.

La obsesión de Trump con la frontera para entonces ya era bien conocida. Había exigido un muro con púas que desgarran la piel, caviló repetidamente sobre un foso lleno de lagartos y pidió que se les disparara en la pierna a los migrantes que cruzaran la frontera. Sus ayudantes contemplaron un rayo calorífico que provocaría que la piel de quienes cruzaran se sintiera caliente.

Más o menos al mismo tiempo que los funcionarios consideraban un despliegue enorme del lado estadounidense de la frontera con México, Trump también presionó a sus principales colaboradores para enviar fuerzas a México en busca de los cárteles de la droga, del mismo modo que comandos estadounidenses han rastreado y matado terroristas en Afganistán o Pakistán, dijeron los funcionarios.

Stephen Miller, arquitecto de la agenda migratoria de Trump, había instado al Departamento de Seguridad Nacional a desarrollar un plan para determinar la cantidad de tropas necesarias para asegurar las fronteras.

Trump dudó solo después de que sus colaboradores le insinuaron que, para la mayor parte del mundo, las operaciones militares en México podrían parecer un acto de guerra de Estados Unidos contra uno de sus principales aliados y su mayor socio comercial, dijeron los funcionarios.

Al final, en lugar de un vasto despliegue militar hacia la frontera, la gestión Trump empleó una desconocida regulación sanitaria —que aún está en uso— para negar el asilo y cerrar, en efecto, la entrada a Estados Unidos desde México durante la pandemia. Pero juntas, las ideas que se discutían, subrayan la perspectiva que tenía el gobierno de Trump sobre las fuerzas armadas como un recurso de la presidencia que podían usarse libremente en favor de la agenda política nacional de Trump durante un año electoral. Y revelan aún más la ruptura entre Trump y sus principales mandos militares, que trabajaron tras bambalinas para evitar lo que percibían como impulsos peligrosos del presidente.

Varios asesores del expresidente no respondieron a un pedido de comentarios para este artículo.

En Peril, un libro reciente de los reporteros Bob Woodward y Robert Costa del Washington Post, se describe al general Mark A. Milley, presidente del Estado Mayor conjunto durante el gobierno de Trump, diciendo que se encontraba preocupado de que el presidente hubiera decaído mentalmente y pudiera salirse de control.

Ahora, informes nuevos revelan la frustración del general Milley debido a que la Casa Blanca —principalmente a través de Miller y sus aliados en el departamento de Seguridad Nacional— intentaron presionar a los líderes del Pentágono para que enviaran más tropas a la frontera suroeste. Un portavoz del general Milley indicó que el general no deseaba hacer comentarios.

Esper tampoco quiso hacer comentarios sobre su papel para desmontar los planes de Trump. Pero él también publicará, en los próximos meses, un libro sobre la Casa Blanca de Trump, otro volumen más escrito desde el interior del gobierno en el que se describen encuentros tensos con Trump.

Presión para aumentar las tropas en la frontera

En público, los comandantes militares de Trump han dicho que en repetidas ocasiones a lo largo de los años evadieron las peticiones del presidente para enviar más tropas a la frontera, al decirle que las fuerzas armadas ya estaban sobrecargadas y que las justificaciones legales para emplear unidades militares eran endebles.

La plana mayor temía por lo que percibían como el patrón del presidente de hacer un uso incorrecto del ejército. Apenas unos días antes de las elecciones legislativas de 2018, el presidente envió 5200 efectivos a la frontera con México, lo que molestó a oficiales militares, que pensaron que las fuerzas armadas estaban siendo usadas como utilería política. Y en junio de 2020, agentes de policía y efectivos de la Guardia Nacional emplearon gas lacrimógeno y balas de hule para echar a los manifestantes de la Plaza Lafayette para que Trump la atravesara en su camino de la Casa Blanca para que lo fotografiaran. El general Milley, quien lo acompañó en esa ocasión, más tarde se disculpó.

Luego llegó el año electoral, y las olas de muerte y enfermedad iniciales durante los primeros meses de la pandemia de coronavirus.

La pandemia del coronavirus también influyó en la fijación de Trump con la frontera. Como candidato, y mucho antes de la llegada del virus a Estados Unidos, Trump había dicho falsamente que “por la frontera ingresa tremenda enfermedad infecciosa”. El 23 de marzo de 2020, apenas una semana después del mensaje a la nación en el que habló desde el Despacho Oval sobre el virus, Trump publicó un tuit escrito en mayúsculas: “¡POR ESTO ES QUE NECESITAMOS FRONTERAS!”.

Mientras que el gobierno debatía las formas de proteger del virus a la frontera sur, Miller instó a los altos funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional para que hicieran un cálculo de la cantidad de tropas que se requerirían para cerrar toda la frontera. Ya antes se había impacientado porque la agencia iba pidiendo unos pocos miles de soldados en cada ocasión.

“¿Cuál es la cantidad que realmente necesitarían?”, preguntó a los oficiales, según personas con conocimiento de las conversaciones.

Chad Wolf, quien era secretario interino de Seguridad Nacional en ese momento, dijo que, al inicio de la pandemia, los funcionarios del departamento hacían cálculos para los peores escenarios, como si tuvieran que cerrar la frontera completamente.

Pero indicó que no cree que un pedido formal se haya hecho al Departamento de Defensa con ese propósito y comentó que las discusiones sobre el envío de 250.000 tropas —o una cifra similar— a la frontera jamás llegaron a su rango.

Mark T. Esper, el secretario de Defensa, se alarmó al enterarse de que en los niveles superiores del Pentágono y en el Departamento de Seguridad Nacional se discutía la idea de enviar hasta 250.000 soldados a la frontera.

Para cuando Esper confrontó a Miller por el empleo de tropas, el gobierno ya estaba en proceso de implementar una regulación sanitaria poco conocida llamada Título 42, que faculta a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades a negar la entrada a los inmigrantes durante una emergencia de salud. Miller, quien se había impuesto en enfrentamientos anteriores con agentes militares en el tema del despliegue de tropas en la frontera, no insistió en el tema, según una persona que conoce su razonamiento.

Miller no quiso comentar sobre la idea de enviar tropas a la frontera, pero indicó que el uso de la regulación de salud pública había sido crucial para evitar el cruce de migrantes al país.

“Con los sistemas económicos y de salud tambaleantes en todo el planeta, nuestra frontera suroeste habría sido el epicentro de migración ilícita alimentada por la covid, un evento super propagador sin fin”, dijo. “En lugar de ello, la frontera fue aislada con éxito y los infractores y propagadores potenciales entendieron el mensaje y se quedaron en casa”.

De haber procedido el despliegue de tropas de Trump, esta habría representado una fuerza 150 por ciento mayor que las 100.000 tropas estadounidenses en Afganistán en el punto más álgido de los 20 años de guerra en ese país. También habría hecho palidecer a la presencia estadounidense en Irak durante la guerra ahí: la mayor cantidad de tropas que hubo en Irak en cualquier momento del conflicto fue de alrededor de 170.000 efectivos.

No está claro la forma en la que el Departamento de Defensa habría podido lograr un despliegue de tal magnitud. El ejército de Estados Unidos cuenta con unos 481.000 soldados en activo, pero muchos están destacados por todo el mundo, al igual que miles de marines, oficiales de la fuerza aérea y otros efectivos. Enviar 250.000 tropas a la frontera —un terreno que en grandes extensiones atraviesa zonas arduas y sin desarrollar— también habría requerido un gran esfuerzo logístico para albergar y alimentar a los elementos.

Redadas contra los cárteles mexicanos

En noviembre de 2019, nueve integrantes estadounidenses de una familia mormona —tres mujeres y seis niños— fueron asesinados por cárteles de la droga en México en su paso por las montañas de la Sierra Madre. Trump y sus aliados lo tomaron como evidencia de la necesidad de cerrar la frontera, un mensaje que también encontró eco entre los presentadores de Fox News y otros medios conservadores.

“Este es el momento para que México, con ayuda de Estados Unidos, le declare LA GUERRA a los cárteles de la droga y los elimine de la faz de la Tierra. ¡Solo esperamos una llamada de su gran presidente nuevo!”, escribió Trump en Twitter poco después del ataque.

Pero al interior de la Casa Blanca, Trump fue más explícito sobre el uso de la fuerza, según un exfuncionario que participó en discusiones sobre el tema con el presidente.

Trump preguntó en repetidas ocasiones a su equipo de seguridad nacional y asesores militares sobre la posibilidad de enviar tropas a México, quienes se vieron obligados a descartar la idea, al argumentar que, ante la mayor parte del mundo, luciría como una invasión estadounidense.

De hecho así sería: Estados Unidos y México históricamente han colaborado para combatir a los cárteles, a menudo a través de operativos conjuntos de la policía y el FBI por invitación del gobierno mexicano. Pero los exfuncionarios creían que, a pesar de que en su tuit prometía esperar a que las autoridades mexicanas cooperaran, Trump insinuaba otro curso de acción: el uso unilateral de la fuerza militar para atacar a los cárteles sin contar necesariamente con permiso del gobierno de México.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, descartó explícitamente la oferta de “hacerle la guerra” a los cárteles que Trump tuiteó.

“Le agradecemos mucho, mucho, al presidente Trump, a cualquier gobierno extranjero que quiera cooperar, ayudar, pero en estos casos nosotros tenemos que actuar con independencia”, dijo.

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