La obesidad es una enfermedad en la que intervienen múltiples factores sociales, culturales y genéticos que pueden aumentar el riesgo de desarrollarla. Uno muy importante es el estilo de vida, que también es una ventana de oportunidad, pues a diferencia de otros aspectos puede modificarse.

Así lo asegura la jefa de la Licenciatura de Nutriología, de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Zaragoza de la UNAM, Mariana Valdés Moreno, quien destaca la necesidad de abordar este problema de salud pública de manera intersectorial con énfasis en la prevención y la promoción de formas de vida saludable.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020-2023, la prevalencia de sobrepeso y obesidad en escolares y adolescentes es de 36.5 por ciento y 40.4 por ciento, respectivamente. Además, tener padre o madre con estos padecimientos duplica la prevalencia.

Entre las mujeres adultas aumenta hasta 41 por ciento y en los hombres, 33 por ciento.

La obesidad, explica la maestra en Ciencias Bioquímicas, es el exceso de tejido adiposo que condiciona o aumenta el riesgo de padecer enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares.

Alerta que, en particular, las estadísticas de obesidad y sobrepeso infantil son alarmantes, pues implican que este sector de la población, además de ver alterada su calidad de vida, tiene altas probabilidades de llegar a ser adultos enfermos, con comorbilidades.

Otro problema es la capacidad que tendría el sistema de salud para dar respuesta a esta crisis. “Si actualmente ya es complicado, con estas prevalencias el panorama en el futuro se vislumbra más problemático, insostenible”.

Valdés Moreno menciona la importancia de que la sociedad, y en especial los padres de familia y personas cuidadoras, cuenten con información y educación sobre la alimentación saludable, y junto con sus hijas e hijos accedan a esta en los entornos en que se desarrollan, como la escuela y el trabajo.

Indica que, frente al limitado acceso a alimentos saludables, abundan los ultraprocesados, con sabores agradables y a precios competitivos. “Desde la infancia, el paladar se va acostumbrando a sabores predominantemente dulces, salados, alimentos grasosos, y es difícil -aunque no imposible- que en la adultez cambien este esquema”.

En ese sentido, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020-2023 también reporta que el consumo de azúcares añadidos es muy alto entre escolares y adolescentes en nuestro país, pues contribuyen con 21.9 por ciento de la ingesta de energía. Cerca de 66 por ciento de la población supera el límite máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud de 10 por ciento.

Asimismo, revela que solo uno de cada cuatro escolares o adolescentes en el país cubre la recomendación de consumo de frutas y verduras.

La experta universitaria sostiene que medidas como prohibir la venta de “comida chatarra” en las cooperativas escolares, “no está de más”. Sin embargo, no existe una estrategia única para enfrentar este problema de salud que requiere de atención desde la educación, el sistema de salud y la implementación de diversas políticas públicas.

Puntualiza que hay acciones relacionadas con legislación, a las cuales hay que darles seguimiento, evaluar y establecer sanciones en caso de incumplimiento, pues ante su ausencia las empresas seguirán formulando productos que falten a una responsabilidad social.

“Los incentivos, subsidios a la producción de alimentos saludables, es otra área de oportunidad. Como consumidores, la población en general, debemos exigir otro tipo de alimentos”, expresa la experta universitaria.

Asimismo, señala que el etiquetado debe acompañarse de estrategias de educación nutricional. En países de Europa y América Latina como Chile, vinculan a la sociedad civil. “Debe ser un conjunto de acciones ligadas, pertinentes y que se refuercen unas a otras”.

“Muchas veces pensamos que para hacer ejercicio es necesario ir al gimnasio, comprar ropa especial, pagarle a alguien y no es así. Una de las lecciones que nos dejó la pandemia es que podemos hacer actividad física dentro de nuestro hogar, sin gastar más, y lo que sí se requiere es información, orientar a las personas para evitar lesiones y malas prácticas”, manifiesta.

Valdés Moreno añade que el descanso forma parte de un estilo de vida saludable. Los más jóvenes requieren más, aproximadamente ocho horas, y los adultos de seis a siete.

De igual forma, indica que las “pausas activas” son otra medida. Por ejemplo, en la FES Zaragoza se lleva a cabo el pilotaje de un programa en el que, a lo largo de la jornada académica y laboral, las y los universitarios toman algunos minutos para realizar estiramientos y otras actividades guiadas breves que, incluso, modifican su estado de ánimo.

La académica de la UNAM recuerda que en la Licenciatura de Nutriología se forma de manera interdisciplinaria a aproximadamente 550 futuros profesionistas, a fin de que tengan un amplio panorama de los problemas y que para su resolución incluyan la química y la biológica, así como los aspectos social y humanístico.

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