Con el arribo del panista Vicente Fox Quesada a Los Pinos, el país quedó a la deriva, no solo por la inexperiencia de este personaje, sino por las ocurrencias que le caracterizaron para gobernar a la nación durante todo su sexenio.

Las consecuencias de esa llegada al máximo poder político de México se resumen en dos fenómenos trágicos: estancamiento económico para los sectores medio, bajo y pobre; y dramático status de inseguridad que se vive en casi todo el país, incluidas las instituciones.

El siguiente sexenio también fue panista con Felipe Calderón Hinojosa a la cabeza, pero el escenario que le dejó su correligionario lo confundió, lo inquietó y hasta lo arrastró a un proceso de intento de rescate nacional que no fue capaz de construir y por el contrario, solo contribuyó a que se agudizara el país violento que tanto desprestigio internacional inyectó a México.

Ahora que el PRI regresará a Los Pinos, el presidente Enrique Peña Nieto acaba de anunciar que trae en su bolsillo aquel sistema de poderío que caracterizó a su partido en el Gobierno, lo que de inmediato sacudió estados de ánimo en algunos casos aterradores.

México ya no aguanta más represión de la que está inyectando la llamada delincuencia organizada y si Peña Nieto no asimila el escenario social en el que pretende gobernar, las cosas caerán en un ambiente de enrarecimiento social como nunca antes se ha vivido en el país.

Por ello es necesario que el mandatario entrante asimile el momento, las circunstancias y el estado de ánimo en la mayoría del pueblo. Peña Nieto no puede fallar a las millones de familias que piden, claman y hasta ruegan por el advenimiento de dos factores inaplazables y que deben llegar a todo el país casi de inmediato: empleo y seguridad.

Si es hora del cambio, debe ser para bien y que incluya a todos los sectores de la población.