El llamado Poder Legislativo de México, integrado por 500 diputados y 128 senadores, le cuesta al pueblo 10 mil millones de pesos al año, a veces más, mientras 60 millones de mexicanos viven en la pobreza y 24 millones en la miseria.

Este escenario lo aprovechan inmisericordemente los políticos, porque solo visitan al sector más jodido durante las campañas electorales para prometer que lucharán por ellos y los redimirán.

Según el semanario inglés The Economist, excepto los brasileños, los legisladores mexicanos son los mejor pagados en América Latina. Pese a ello, los de esta 61 Legislatura dejaron pendientes leyes como la de Seguridad Pública, la reforma política y la laboral.

Recuérdese que la Legislatura anterior, la 60, aprobó la reforma electoral en el año 2007, cuando la construyeron a modo para frenar la soñada democracia y ataca la libertad de expresión, entre otras reformas castradas. 

Todo esto justifica las propuestas de muchos mexicanos, millones, que piden a gritos reducir el número de legisladores, incluso, comienza a crecer el consenso para desaparecer el Senado de la República, pues son los mismos que llegan de la Cámara de Diputados para seguir “mamando” de la ubre presupuestal.

Y vaya que se puede tener razón, porque los 128 senadores resultan carísimos a todo el pueblo de México.

Cuestión de analizar el disfuncional edificio nuevo que esconde todo tipo de corruptelas.

Según tratadistas políticos modernos, este Senado no hace falta para la buena marcha de México. Por eso hay países que ya lo suprimieron.

Decía el viejo proloquio: Ser diputado dura tres años y la deshonra toda la vida.

Que quede para la reflexión, porque el pueblo se cansa, las redes sociales son imparables y ahí está el ejemplo de lo que ocurre con los Tarahumaras.

Están a tiempo, señores políticos.