Entre las inclusiones orgánicas más comunes en el ámbar, al estilo fílmico de Parque Jurásico, se encuentran artrópodos terrestres como insectos, miriápodos y arañas, además de plantas, materia vegetal, madera, una diversidad de bacterias, hongos, algas, líquenes, protozoarios, rotíferos, anfípodos e isópodos. Pero los pequeños vertebrados son raros de hallar.
Un inusual hallazgo de este tipo ocurrió recientemente en nuestro país; indígenas tzotziles, que realizan minería artesanal en los depósitos de ámbar en el área de Simojovel y Huitiupán, Chiapas, descubrieron un ejemplar fósil completo y otro fragmentado de lagartijas del género Anolis, embebidas en ámbar, con una edad estimada de 23 millones de años de antigüedad.
Ambos especímenes son analizados en laboratorios del Instituto de Física (IF) de la UNAM, donde el estudiante de doctorado Francisco Riquelme, colabora con un equipo de investigación para dar respuesta a preguntas básicas como cuál es la clasificación taxonómica de estos animales, con el uso de sistemática paleontológica y biología comparada con especies actuales, y por qué y cómo ocurrió la conservación excepcional de estos mismos ejemplares, mediante el estudio de marcadores fisicoquímicos.
Cada pieza está bajo resguardo en las colecciones de historia natural del Museo del Ámbar de Chiapas, dirigido por Bibiano Luna y del Museo del Ámbar Lilia Mijangos, a cargo de Luis Zúñiga, ubicados en San Cristóbal de las Casas.
Resina fósil
El ámbar de Chiapas es una resina fósil de origen natural asociada a los exudados de un árbol leguminoso del género Hymenaea. Aunque éste se considera extinto, árboles resiníferos del mismo grupo se distribuyen en la actualidad en los trópicos, desde el sur de Estados Unidos hasta Brasil y en regiones septentrionales de África.
La composición fisicoquímica del ámbar es la de un polímero con fases semicristalinas aumentadas por los procesos de fosilización. La polimerización de la resina ocurre a temperatura ambiente y puede tomar desde unos minutos hasta varias horas o días a partir de que la planta la secreta. Al polimerizarse se solidifica, lo que restringe la degradación orgánica de los animales y vegetales embebidos. La solidificación, además, mantiene estable la resina a través del tiempo geológico y durante su posterior transformación en ámbar.
Los numerosos depósitos del material en las cercanías de los pueblos de Simojovel, Huitiupán y Totolapa, en los Altos de Chiapas, constituyen un sitio de conservación fósil excepcional. Se trata de uno de los lugares mejor preservados de plantas y animales fósiles relacionados a una biota de un antiguo bosque subtropical.
En la etapa que se depositó el ámbar, esas tierras eran línea de costa. Después, relató Riquelme, por la evolución geológica y tectónica se formaron las montañas chiapanecas, el terreno se levantó y se plegó como un acordeón; así se formaron los Altos y lo que era un ambiente costero, de manglar, ahora se encuentra en la montaña.
Las rocas donde se halla el ámbar pertenecen a estratos geológicos de las Formaciones Mazantic y Balumtum, con una edad del Mioceno Temprano al Mioceno Medio (entre 23 y 13 millones de años).
Ahí, se encontró un ejemplar completo de lagartija y, del otro, la parte inferior que incluye cadera, patas y cola. Se trata de animales de talla pequeña, de unos cuantos centímetros, pero que están entre los de mayores dimensiones –junto con algunos milpiés– encontrados dentro del ámbar.
Estudio multidisciplinario
El estudio de los fósiles es desarrollado por un equipo conjunto de paleontólogos e investigadores del género de lagartijas Anolis, integrado por Francisco Riquelme, paleontólogo, del posgrado en Ciencias Biológicas de la UNAM, en el IF; Ramón Martínez, biólogo, egresado del mismo posgrado; Norberto Martínez, profesor de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN y Jonathan Losos, del Museo de Zoología Comparada, de la Universidad de Harvard.
El análisis incluye la descripción taxonómica formal de los dos ejemplares, además de estudios físicoquímicos del material mediante el uso de espectroscopías de rayos-X, e infrarrojo, realizadas en el laboratorio del acelerador de iones Pelletron, del IF, bajo la asesoría de José Luis Ruvalcaba, para corroborar su autenticidad (las lagartijas embebidas son de los ejemplares más falsificados en el medio del comercio del ámbar mundial).
Así como para establecer un diagnóstico de su estado de preservación (conservan restos de piel y tejidos blandos en los huesos) y obtener imágenes de alta resolución con el uso de microscopía de filtros infrarrojos realizados en el Laboratorio de Materiales Naturales, Sintéticos y Arqueometría, del IF, con Lauro Bucio y con el equipo de microtomografía de rayos X desarrollado en el propio instituto por los investigadores Mercedes Rodríguez y Arnulfo Martínez.
Espectacular
El género Anolis es un grupo de lagartijas pertenecientes a la familia Dactyloidae, del cual se estiman actualmente unas 387 especies. Los anoles han fascinado a la ciencia evolutiva durante años, pues constituyen un grupo de organismos cuya distribución y especiación ha permitido observar y demostrar los procesos de adaptación por selección natural. Son considerados un ejemplo de diversificación evolutiva.
Estas lagartijas habitan los bosques tropicales de Centroamérica, las Antillas, México y parte del sur de Estados Unidos. La talla de un ejemplar adulto está entre 33 a 191 milímetros de la punta del hocico a la cloaca y típicamente están equipados de largos dedos con cojinetes que les permiten trepar, explorar y colonizar todo tipo de superficies, ya sea a ras de suelo, sustratos rocosos o en la cobertura vegetal.
Las hipótesis de filogenia molecular indican que la especiación de los Anolis probablemente comenzó a inicios del periodo Cenozoico (ca. 60 Ma.); sin embargo, muchos aspectos sobre su dispersión y diversificación permanecen sin resolver, como consecuencia del sesgo en el registro fósil y la compleja evolución geológica del sur de México, Centroamérica y las Antillas durante los últimos 40 millones de años.
Los registros fósiles más antiguos son de ejemplares preservados en ámbar de República Dominicana y México, cuyos depósitos comparten una misma edad geológica en el Mioceno temprano-medio. Aquí radica parte de la importancia, en un contexto evolutivo, de los ejemplares fósiles descubiertos, pues arrojan luz sobre la dispersión y diversificación de las especies y ayudan a calibrar mejor las estimaciones sobre el tiempo en que esto ocurrió, informó Norberto Martínez.
Los científicos analizan la morfología. Con ayuda de microimágenes de rayos X, se intenta observar ciertos caracteres de importancia taxonómica, que pueden ayudar a resolver algunas interrogantes biológicas y evolutivas: en las lagartijas actuales de México y Centroamérica hay un proceso transversal en las vértebras caudales, a partir de la zona de fractura (en donde tiran o sueltan la cola si se sienten agredidas o perseguidas), que es diferente a las de República Dominicana. “Estamos en proceso de saber si los ejemplares del pasado ya presentaban esa zona de ruptura”.
Se asume que el ejemplar completo cayó a la resina fresca por muerte natural, de ahí su preservación única. Mientras que el otro, el incompleto, muestra rasgos de depredación: partes masticadas y huesos rotos, posiblemente por un mamífero pequeño, que arrojó sus restos sobre la resina; gracias a estas circunstancias, se pudieron preservar en ámbar, “pues de acuerdo a la biología y morfología de las lagartijas, éstos son animales que, vivos, podían escapar de la resina fresca sin problemas”, comentaron los científicos.
Además, los investigadores logran imágenes detalladas de los ejemplares, donde eventualmente podrán observar características en los huesos que evidencien la etapa del desarrollo en que se encontraban (juveniles o adultos), rasgo importante para su clasificación taxonómica.
Finalmente, mencionaron que aunque hay más lagartijas embebidas en ámbar de Chiapas, pertenecen a colecciones privadas y su acceso a un estudio científico formal ha sido restringido.
La UNAM, por medio del Posgrado en Ciencias Biológicas y el Instituto de Física, y gracias al trabajo conjunto con los museos mencionados y el INAH, ha establecido un sistema de colaboración que permite proteger y estudiar con estándares científicos, material fósil de este tipo que, dado su valor único y excepcional, forma parte del patrimonio biológico de nuestro país.