Casi por antonomasia asociamos el arte rupestre a la época de las cavernas; sin embargo, lejos de aquella imagen prehistórica existe una muy cercana. Se trata de unas pinturas rupestres ubicadas en el estado de Durango que datan, aproximadamente, del siglo XVII; las cuales fueron realizadas por los indígenas tepehuanes en la época colonial.
Dichas pinturas forman parte de un estudio comparativo en donde se analiza la visión de la conquista de dos poblaciones: los tepehuanes en Durango, una población norteña de la que se tiene poca información y los zapotecas en Oaxaca, una población mesoamericana muy conocida.
“La visión de la conquista española, tal como la concibieron y la expresaron los pueblos indígenas, ha sido estudiada de modo muy desigual en las diferentes partes de México. Los estudios se centran principalmente en los pueblos de tradición mesoamericana enfocándose a los códices pictográficos y a los textos producidos por personajes indígenas, introducidos en la cultura europea. De ahí la importancia de esta investigación que compara y caracteriza las pinturas rupestres de dos pueblos que vivieron la conquista de manera distinta”, explicó el doctor Fernando Berrojalbiz, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y líder del proyecto.
A través de las pinturas rupestres ambos pueblos son “libres para reconstruir la historia desde el punto de vista de los vencidos”, como diría Berrojalbiz, pues el arte rupestre es un ejemplo de libertad porque ellos no construyen lugares donde puedan pintar, como el arte en las iglesias -en donde se supervisan las pinturas-, sino que los tepehuanes lo realizaban porque querían hacerlo, sin ninguna supervisión de alguna autoridad colonial. Ellos plasmaban su visión de la Conquista y es una visión diferente a los documentos oficiales.
Además, estas pinturas guardan un diálogo entre las antiguas expresiones prehispánicas y las nuevas expresiones coloniales, no se superpone la una a la otra, se mezclan con el fin de armonizarlas. “Aunque en los tepehuanos no hay un tradición muy clara de arte rupestre previo a la Conquista, en la zapoteca sí y hemos observado que sí hay un diálogo entre lo antiguo y lo nuevo pero con el fin de armonizar expresiones, incluso podemos darnos una idea de cómo fueron los procesos de conquista y evangelización” explicó el especialista en entrevista para la Academia Mexicana de Ciencias.
La cultura prehispánica no siguió inmutable durante la Colonia, no eran pinturas con técnicas viejas ni nuevas, era una mezcla de ambas y era algo nuevo. Mientras que los zapotecas realizaban imágenes más grandes y más coloridas, con reminiscencias prehispánicas y con temáticas más religiosas –no sólo de religión cristiana, también prehispánica, aclaró el experto–, los tepehuanes lo hacían menos, pues su arte no se centra mucho en motivos religiosos, “aunque se ve una clara influencia de los grabados en los libros que se utilizaban para evangelizarlos ya que sus imágenes son muy pequeñas y son de color negro. Pero en ambos, los motivos más representados son los caballos, los burros, las caravanas comerciales y sus jinetes”.
En esta investigación no todo es trabajo de campo, esa es solo una parte, un par de meses al año, como nos contó el investigador; otra gran labor se hace en los cubículos en donde se registra la información recabada y se analiza. Para llevar a cabo esta investigación se requirió del procesamiento de alrededor de 300 imágenes.
Finalmente, el doctor Fernando Berrojalbiz destacó la importancia de las pinturas rupestres como una fuente de información, ya que para realizar este arte el hombre se adapta a la naturaleza. El hecho de que estas civilizaciones plasmaran su arte en el paisaje, generó un diálogo entre ellos y la naturaleza que forma parte fundamental de su cosmovisión, concluyó el investigador.