Al enterarse de que estaba por cumplirse un siglo del nacimiento de Cantinflas, Rodrigo Animas, estudiante en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, quiso conmemorar el hecho “con algo que sé hacer y me apasiona”: una escultura. Tras meses de ardua labor hizo llegar una pieza de bronce a la familia del comediante, sin otro afán que el de rendir un homenaje, y para su sorpresa un día recibió una noticia que lo dejó perplejo: “Tu estatuilla será el objeto con el que se conmemoraran los 100 años de Mario Moreno”.
Como si fueran pequeños oscares, decenas de reproducciones de la obra de Rodrigo se entregaron en una ceremonia que tuvo lugar en Bellas Artes, además de otro tanto que se hizo llegar a parientes y amigos del mimo.
“Participar de esta manera en los festejos y conocer a la familia Moreno fue algo que nunca pensé me pasaría al animarme a representar a este personaje en metal. No esperaba nada, lo hice porque me gustan sus películas, y porque amo la escultura… Ahora que veo hacia atrás y evalúo lo logrado, sé que valió la pena”.
Una esencia que no se puede apresar con palabras
“Entonces usted dice… y yo… y él, y pues así, oígame, ¡pues está clarísimo!, ¿a poco no?, ¿o asté qué piensa?”… Todo artista que haya intentado captar la esencia de Cantinflas sea en lienzo, papel o arcilla, ha repetido estas palabras, como si fueran un monólogo interior, asegura Rodrigo Animas, “especialmente porque al tratarse de un personaje tan familiar, se antoja fácil creer que todos tenemos una idea en común sobre él, pero no es así, a cada quien transmite algo único, tan peculiar, que resulta imposible traducirlo en palabras, o en una obra, ¿pero qué se podría esperar del maestro de las evasivas?”.
Hoy, el joven estudia el noveno semestre de la carrera de Arquitectura, pero es enfático al decir, “mucho antes de eso ya hacía figuras en todo tipo de material: barro, yeso, piedra. De adolescente ni siquiera pasaba por mi cabeza que algún día me inscribiría en la UNAM, pero ya venía a CU a estudiar escultura lapidaria en el Instituto de Geología… Quería tener bases sólidas para formarme como artista y aquí las encontré”.
A sus 27 años, después de haber creado cientos de piezas de todo tamaño, probado distintas técnicas y experimentado con múltiples estrategias figurativas, Rodrigo recibió uno de los reconocimientos más inesperados que, opina, un joven como él podría ostentar: “Hice una estatuilla de Cantinflas y fue seleccionada como el objeto con el que se conmemorarían los 100 años del nacimiento del cómico, un mérito que se ve raro al anotarlo en tu currículum, pero uno del que me siento sumamente orgulloso”.
Lo inesperado, explica el joven, se debe a que no hubo concurso de por medio, ni convocatorias, ni la promesa de un premio, “simplemente me llamaron para decir que mi trabajo sería usado como emblema en los festejos por el centenario de Cantinflas; que se consideraron otras piezas y la mía fue elegida”.
¿Suerte?, no lo fue, pues en la obra invirtió mucho trabajo; ¿talento?, no lo explica del todo —argumenta—, pues junto a él contendieron artistas de mucho renombre y aún mayor trayectoria.
“Ignoro qué comentar al respecto, porque es una experiencia tan única y emotiva que resulta esquiva a las palabras, claro, a menos que citemos a Mario Moreno, al decir: ‘Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos’”.
Talento en evolución
Desde niño, Rodrigo era capaz de reproducir los personajes de las caricaturas que más le gustaban. Sólo necesitaba algo de tiempo entre la tarea y la hora de dormir, y unas barritas de plastilina multicolor, para dar vida a una figura de los Thundercats, a Benito Bodoque o a Supermán.
“Ver a un personaje y copiarlo era sumamente divertido, a veces mucho más que jugar con el modelo terminado; por eso, al recibir la propuesta de crear una estatuilla de El Mimo de México, acepté emocionado el reto”, expuso.
“Esto fue un tiro en la oscuridad, no había nada seguro, e imaginar que la pieza terminaría como un objeto conmemorativo, ¡ni pensarlo! Un día un amigo me dijo, ‘ya vienen los 100 años del nacimiento de Cantinflas, ¿por qué no haces una de tus obras’, y me animé… Primero dibujé bocetos y probé distintas posturas; luego construí el molde y experimenté con el bronce y sus colores. Seis meses después tenía una pieza de 30 centímetros y seis kilos que alguien hizo llegar a la familia del cómico”.
En vida, el actor fue amigo de incontables artistas, y debido a esta relación muchos escultores de renombre, como Víctor Gutiérrez o Gabriel Ponzanelli, intentaron inmortalizarlo, cada uno con su particular estilo, de ahí la sorpresa de Rodrigo al saber que su trabajo había competido contra el de firmas célebres, y había ganado.
“Hablamos de dos creadores que son de lo mejor que tiene el país y a quienes admiro mucho; de ahí mi sorpresa al enterarme que el sobrino de Cantinflas, Eduardo Moreno, quería charlar conmigo. Al principio no supe qué pensar, así que fue él quien lo dijo todo. Me tendió la mano, la estrechó con fuerza y comentó: ‘Estás muy chavito; sin embargo, de entre todas, tu escultura es la que más me ha gustado, la más fiel a como realmente era mi tío”.
Una elección muy material
En la película El bombero atómico, un parroquiano pregunta a Cantinflas por un objeto de metal, y éste responde: “Es fabriqué en la Francé, puro aceré, nada de hojalatié; qu’est-ce que c’est ça?, les Champs-Élysées”… Y al enumerar cualidades de esta manera, y pese a su francés dislálico, Mario Moreno hizo una exposición parecida a la que realizaría un escultor al hablar de su obra más reciente, pues quienes se dedican a esto saben que la calidad de una figura depende del material empleado y la destreza en la técnica, “por eso decidí trabajar en bronce”, añadió Rodrigo.
“No elegí acero parisino, como sugería el mimo en esa cinta, pero sí tuve que hacer una elección. Decantarse por la resina, los yesos o la roca es algo que pasó por mi cabeza, cada uno tiene lo suyo, pero me incliné por el bronce porque me permitía hacer mucho más, como obtener diferentes colores al agregar óxidos: yodo para el rojo, metales para el negro…”.
Además, Rodrigo tuvo que optar por algo que, considera, le llevó aún más tiempo, ¿hacer un busto o ir por un camino diferente? “Mis propuestas usualmente intentan ser muy apegadas a la realidad… A uno, como escultor, le gusta que le digan que sus piezas son idénticas al modelo, pero me pareció que ahora podía explorar alternativas. Si comencé de niño con personajes de caricaturas, me dije, ¿por qué no volver a mis raíces? Haría un Cantinflas caricaturizado”.
¿El resultado? Una figura que representa al peladito del barrio, cigarro en mano, mostacho en la comisura de los labios, de gran cabeza y minúsculo sombrero, y recargado en un poste de luz, con gabardina al hombro y pantalones caídos, sostenidos apenas por un mecate.
“Pudo haber estado disfrazado de padre, profesor, policía o barrendero, pero debajo de ese atuendo subyace el Cantinflas que representé en mi escultura y el que todos recordamos: el pícaro, el vago de la colonia, aquél que inició carrera como comparsa de Manuel Medel para luego ser estrella por méritos propios”.
En el largometraje Soy prófugo, al cómico le ofrecen un trago: “¿Prefiere un coñac o un scotch?”, a lo que responde, “mejor un tequiloch, con su limonoch”. ¡Ése es Cantinflas!, asegura Rodrigo, para luego explicar que incluso en Hollywood, donde filmó La vuelta al mundo en 80 días, supo mantener su esencia netamente mexicana, pese a interpretar al ayudante de un lord inglés.
“Eso fue lo que quise capturar en mi escultura, a un personaje que sólo pudo haber nacido en nuestra nación, en una ciudad hace mucho tiempo ida, pero que sobrevive en nuestro imaginario y en las cintas pertenecientes a una época fílmica que, todos concuerdan, fue de oro”.
Más que un personaje, un espejo
Desde pequeño, antes de la escultura, incluso antes de la escuela, a Rodrigo le decían que se parecía a Cantinflas, “creo por mi manera de hablar e incluso por la forma de moverme”.
De ahí, dice, creció con un cariño especial por el personaje, al que veía en películas, en caricaturas y, más tarde, en sus cuadernos pues, dice, le gustaba dibujarlo.
“Por ello, quien me conoce no se extraña de que haya realizado esta escultura, para la cual hice mi investigación, y en la que además puse mucho de mí mismo”.
El joven se declara un entusiasta del baile, aunque a veces confiesa sentirse como Mario Moreno al momento de filmar la célebre escena de danza de El bolero de Raquel.
“Por ello, quien observe la estatuilla, verá a un personaje recargado en un poste, con todos aquellos elementos que lo caracterizan, como su sombrero, el pañuelo anudado al cuello o la bufanda raída al hombro, pero si se fijan bien, en vez de tener los pies plantados en la tierra, el muñeco levanta ligeramente el zapato, como si ejecutara un pequeño paso de danzón. Eso es porque quise agregar algo muy mío a la obra y ponerme a mí en pleno baile. Por ello, pediría que reparen en ese gesto, que es casi imperceptible; sin embargo, como decía Cantinflas, ‘ahí está el detalle’”.