Con casi 74 años de historia y 102 mil ejemplares –algunos únicos en el mundo–, la Colección Nacional de Equinodermos Ma. Elena Caso Muñoz, bajo resguardo del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de la UNAM, es única en México, la más importante de América Latina, equiparable a las de París o Bruselas.
Se trata de una compilación especializada en fauna mexicana de todas las profundidades, desde las pozas de marea por arriba del nivel del mar, hasta los mil 500 metros o más de profundidad en el Golfo de México, o las ventilas hidrotermales de Guaymas, en el Golfo de California, explicó el encargado del acervo, Francisco A. Solís-Marín.
Los equinodermos son invertebrados marinos formados por cinco grupos de animales: las plumas de mar, las estrellas de mar, los ofiuros, los erizos y los pepinos de mar. Se trata de animales de enorme importancia ecológica. Por ejemplo, hace unos años se descubrió que los erizos, y sobre todo los pepinos de mar, contribuyen a que los carbonatos del agua y del sedimento marino estén disponibles para que los corales construyan arrecifes.
Además, ambos son “arquitectos” de los fondos marinos: aflojan sus arenas para que otros grupos de organismos puedan vivir ahí. No obstante, con su extracción, la arena se compacta, y muchos peces, cuyo comportamiento sexual incluye hacer camas de arena para que la hembra ponga sus huevos, ya no pueden reproducirse.
Todo ello, sin contar que los equinodermos son parte fundamental de la trama alimenticia marina y que contienen sustancias bioquímicas útiles en farmacología.
La colección
Las colecciones biológicas son acervos científicos de invaluable información para quienes utilizan el método comparativo dentro de sus programas de investigación; de esta manera, el material depositado, junto con la información que contiene, puede ser empleado para realizar estudios taxonómicos, ecológicos y evolutivos, principalmente.
Son las depositarias de una parte importante del conocimiento de la biodiversidad de un país, y su estudio es aún más trascendente al considerar el deterioro acelerado que sufren los distintos ecosistemas marinos, que determinará la pérdida de numerosas especies, sin que éstas hayan sido al menos conocidas.
La Colección Nacional de Equinodermos inició en 1939, año en que su fundadora, María Elena Caso, comenzó a recolectar organismos de este grupo a lo largo de las costas de México, bajo la dirección de su tutor, Enrique Rioja Lobianco, distinguido profesor de origen español que llegó al país con el exilio. La sede inicial del acervo fue el Instituto de Biología, ubicado entonces en la Casa del Lago de Chapultepec.
Con el tiempo comenzó a crecer, y con ello, también el conocimiento de la fauna marina del país. Hasta la fecha, “sabemos que en las aguas de jurisdicción nacional existen 643 especies de equinodermos, todas catalogadas y estudiadas por nosotros”, explicó.
Solís-Marín refirió que sin Alfredo Laguarda Figueras (decano del ICMyL, quien fuera alumno de Ma. Elena Caso y del propio Enrique Rioja), y Alicia Durán González, técnica académica, “la Colección no podría funcionar”.
La fuente primordial de ejemplares para este acervo fue, en sus inicios, las recolectas manuales llevadas a cabo por estudiantes de la Facultad de Ciencias de la UNAM, y por la misma Caso, a orillas de la costa en múltiples localidades.
Fue hasta 1981, con la adquisición y operación de los buques oceanográficos de esta casa de estudios (El Puma, que navega en el Pacífico, y el Justo Sierra, en el Golfo de México), que tuvo un ascenso rápido, tanto en el número de ejemplares, como de especies, con representantes del grupo de aguas profundas –de 200 a mil metros de profundidad– de las costas pacífica y atlántica del país. Desde 1997, este acopio fue elevado al rango de “Colección Nacional”.
Hoy, todavía se usan las recolectas en las orillas y el buceo, pero también en inmersiones en sumergible, como ocurrió en 2008; entonces, Solís-Marín pudo descender 450 metros en el Golfo de California y recogerlos con un brazo robótico.
La Colección fue creada para salvaguardar a las distintas especies de esos animales que habitan en los mares mexicanos; sin embargo, por su tradición, reconocimiento e importancia, resguarda valiosas donaciones procedentes de decenas de países: Argelia, Antillas, Belice, Brasil, Canadá, Chile, China, Colombia, Costa Rica y Cuba.
Además, El Salvador, Escocia, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Ghana, Grecia, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Indonesia, Inglaterra, Irlanda, Italia, Japón, Nicaragua, Nueva Zelanda, Panamá, Papúa, Perú, Portugal, Puerto Rico, Sudáfrica, Suecia, Tobago, Uruguay y Venezuela.
“A esta biblioteca de la biodiversidad acuden expertos de todo el mundo. Pero también se enriquece de intercambios científicos con museos del mundo”.
El experto destacó que uno de los aspectos que da más valor a este acervo es el número de holotipos de la fauna mexicana que contiene, no sólo nombrados por investigadores nacionales, sino extranjeros, que la han hecho depositaria de material tipo.
Algunos de ellos son únicos. “Incluso, creemos que hay especies que ya se extinguieron, porque desde los años 30 no se han vuelto a encontrar en las zonas someras del Caribe mexicano, quizás debido al impacto de la contaminación y al crecimiento poblacional. Ya no están en el lugar y profundidad donde fueron encontradas hace décadas”.
En los estantes, los ejemplares están ordenados de manera “evolutiva”, de los más “primitivos” a los más “evolucionados”, es decir, de los crinoides a los pepinos de mar. Además, la Colección se divide en las partes seca y húmeda; en esta última se guardan en frascos con alcohol etílico al 70 por ciento para conservar tejidos y ADN.
Ahí están representados desde organismos juveniles, hasta adultos. “Queremos saber cómo varían los caracteres desde que son bebés, incluidas larvas, hasta que son adultos”.
Entre los ejemplares más valiosos, explicó el científico, se encuentran algunos históricos, como un erizo de mar de la familia Cidaridae (llamado “erizo lápiz”, por la forma de sus espinas), con más de 100 años de haber sido recolectado por investigadores estadounidenses, que viajaban en el buque Albatros –impulsado por vapor–, frente a las costas de Guerrero, a 300 metros de profundidad.
El acervo crece entre 600 y 800 ejemplares cada año, por ello, se ha planteado a las autoridades universitarias un proyecto extramuros para la construcción de un edificio que no sólo albergue a los equinodermos, sino a las esponjas, poliquetos, peces, moluscos y demás colecciones marinas del país que reguarda el Instituto.
Aquí, se realizan dos tipos de investigaciones: una sistemática, que requiere recolección, preparación de los materiales, clasificación e identificación de especies conocidas o nuevas, y otra, de ecología, que se ocupa de proyectos como el que pretende descubrir en qué fase se reproducen los pepinos de una misma especie en determinadas zonas del país.
Existen dos proyectos “cabeza” que mueven la investigación: los equinodermos de profundidad, “mina de nuevas especies” a 200 metros o más por debajo del nivel del mar, sobre todo en la costa occidental de Baja California y del Golfo de México, y las cuevas anquihalinas en Cozumel, un hábitat único en el mundo.
De modo adicional, “en los últimos años incursionamos en la sistemática molecular, con ayuda de otros laboratorios de la UNAM, para hacer comparación de especies a nivel de ADN”, finalizó.