En México existen alrededor de mil 200 volcanes en una zona que comparten Michoacán y Guanajuato. Para conocer qué condiciones facilitaron su formación, si pueden hacer erupción en el futuro próximo, o si están extintos, entre otros datos, José Luis Macías Vázquez, investigador de la Unidad Morelia del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, encabeza un estudio sobre la evolución del llamado campo volcánico Michoacán-Guanajuato.
Su labor incluye trabajo de campo y análisis de laboratorio para descifrar la composición y detalles como las condiciones pre-eruptivas del magma en eventos antiguos. Con modernas herramientas tecnológicas, como análisis químicos de las rocas y minerales en la microsonda electrónica, se puede conocer la temperatura y la presión del material expulsado, datos esenciales para saber a que profundidad estaba antes de la erupción.
“Esta región forma parte del Cinturón Volcánico Transmexicano, que cruza el centro del país desde las costas de Nayarit y Jalisco, hasta Veracruz. A lo largo de éste, que tiene más de mil kilómetros de extensión, hay más de cuatro mil volcanes”, afirmó Macías.
Activos o extintos
Los cerca de mil 200 volcanes del campo Michoacán-Guanajuato están desarrollados. En su mayoría tienen alrededor de un millón de años (pocos en tiempos geológicos), pero hay de edades variadas.
“Por ejemplo, el Paricutín surgió de 1943 a 1952, es el más joven del país, y el Jorullo hizo erupción hace 250 años, así que es el segundo de menor edad. Ambos están en Michoacán, dentro de ese campo, donde también hay grandes, como el Tancítaro, más adulto”, relató.
El universitario explicó que el magma que origina a los volcanes pequeños (que son mayoría en la región) aprovecha fracturas de la corteza terrestre para salir a la superficie. “En todo el centro del país tenemos ese material a más de 40 ó 50 kilómetros de profundidad, que trata de emerger. En los estados de Michoacán-Guanajuato hay muchos en un área pequeña, porque encontraron grietas”, precisó.
“Si encuentra una, puede subir y forma estos volcanes pequeñitos, que son monogenéticos porque hacen erupción una vez en su historia y luego se extinguen; es el caso del Paricutín, Jorullo, y el Xitle, este último ubicado en Ciudad Universitaria”.
En cambio, la formación de los grandes, como el de Colima o el Popocatépetl, ocurre si el magma queda abajo, forma una gran oquedad llamada cámara magmática, rellenada periódicamente por esa sustancia y produce erupciones repetidas. “Los de este tipo son conocidos como poligenéticos, porque hacen muchas emanaciones en su vida, como el Tancítaro”. Generalmente tienen la forma de un pastel con varias capas, por lo que también se les conoce como estratovolcanes.
Algunos de éstos, que hicieron erupción varias veces en el pasado, pero que no han tenido una actividad en los últimos 10 mil años, se les denomina volcanes extintos, “porque ya no hay intrusión de magma y se apagan con el tiempo”.
En zonas cercanas o contiguas a uno puede emerger otro. Michoacán y Guanajuato son de las áreas más propicias para el nacimiento de uno nuevo.
Evolución volcánica
Macías y sus colaboradores buscan entender la evolución de la región. “Con cada uno de los volcanes identificaremos cuándo hizo erupción, el tiempo de ésta, los productos que arrojó y hacia dónde lo hizo”, dijo.
Una parte del estudio es una reconstrucción histórica, y otra incluye aplicaciones prácticas para la explotación de energía geotérmica y la elaboración de mapas de peligro.
“Estos últimos son la aplicación más práctica, pues además de la parte geológica, deben trazar las zonas que podrían ser afectadas en caso de una erupción futura, y sirven a las autoridades de protección civil para ubicar puntos de reunión, rutas de evaluación y albergues. Nosotros hacemos el mapa de peligros y las autoridades de protección civil el de riesgos”, señaló el universitario, que en abril pasado presentó al gobierno de Chiapas uno para el Chichonal, realizado con colegas del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA), otra entidad de la UNAM con sede en el campus Morelia.
Con sus colaboradores y estudiantes, el vulcanólogo también impulsa el estudio de las condiciones pre-eruptivas del material expulsado. Analizamos las rocas y vemos en qué condiciones de presión, temperatura y profundidad estaba esa sustancia antes de la actividad.
El proceso pudo haber sucedido hace mucho, o recientemente. “Traemos rocas del campo al laboratorio, las cortamos, pulimos y obtenemos láminas muy delgadas; es casi vidrio volcánico. En un microscopio petrográfico se ven los minerales que contienen”.
En estos últimos quedan pequeñas burbujas de líquido, que fueron atrapadas en el momento en que el cristal crecía. Al analizarlas, se puede determinar la cantidad de agua y dióxido de carbono que había en ese momento, y determinar las condiciones de presión, profundidad y temperatura a las que estaba expuesto al capturar esos gases. “La roca se convierte en una cápsula de datos”, especificó.
Mientras el análisis con microscopio petrográfico se realiza en Morelia, el estudio de los minerales se hace en Ciudad Universitaria, con una microsonda electrónica del Laboratorio LUGIS. Una tercera observación la hace Macías y sus colegas en la Universidad de Texas en Austin, en un aparato llamado FTIR, con el que miden la cantidad de agua y dióxido de carbono en el magma.
Aunque muchos de estos análisis generan nuevo conocimiento y son de interés para la ciencia básica, también tienen una utilidad práctica. En el caso del Popocatépetl, un investigador determinó que sus erupciones se encontraban a seis kilómetros de profundidad antes de la erupción. “Así que ahora, si sabemos que nuevo magma viene hacia la superficie, sabemos a qué distancia está y podemos calcular las velocidades de ascenso”, finalizó.