De todo lo que veía de niño al correr por el campo con sus hermanos, a Fernando Ortega Gutiérrez (Tamazula, Jalisco, 1942) lo cautivaron las piedras de río, con sus cantos rodados, lisos por la insistencia del agua.
Pero en las noches, la oscuridad reinaba en el pueblo sin electricidad, y el cielo mostraba a sus habitantes. Podía ver Andrómeda a simple vista, ubicar la Constelación de Orión gracias a la guía de su padre, y perderse con la sola mirada en la Vía Láctea.
“Quería ser geólogo, pero también astrónomo”, evoca el recién nombrado investigador emérito del Instituto de Geología (IGL). Al llegar a vivir a la Ciudad de México, allá por la etapa en que cursaba la secundaria, exploró con un amigo una bodega abandonada de la compañía petrolera El Águila, que se fue del país con la expropiación de 1938. “Ahí había mapas geológicos y rocas. Me fascinó y decidí ser geólogo”, recuerda.
Estudió el bachillerato en el plantel 4 de la Escuela Nacional Preparatoria Vidal Castañeda y Nájera. Como no existía la licenciatura de geología, se inscribió en geografía, en la Facultad de Filosofía y Letras. Terminó esa carrera, pero no se tituló, y pidió permiso a la UNAM para cursar una segunda licenciatura, la de ingeniero geólogo, que lo encaminó a su vocación definitiva, que coronó con un doctorado en geología en la Universidad de Leeds, Inglaterra, cuya beca logró por un hallazgo en Puebla.
Durante su trabajo de campo en Acatlán de Osorio encontró, por primera vez en México, unas rocas llamadas eclogitas, que se forman únicamente donde chocan dos placas tectónicas y tienen una antigüedad de 400 a 500 millones de años. A esas rocas, pertenecientes al Paleozoico temprano, dedicó su trabajo doctoral en Inglaterra.
“He peleado mucho porque se haga la carrera de geólogo, pero hay intereses creados. Se dice que el ingeniero geólogo es lo que necesita el país para resolver problemas como cimentaciones, caminos y riesgos. Pero la parte básica de la geología como ciencia no se ha entendido”, opina el académico, quien ve con buenos ojos la creación, en la Facultad de Ciencias, de la licenciatura en Ciencias de la Tierra, que tiene como una de sus cinco opciones terminales a su disciplina: la Tierra sólida.
Con 42 años de trabajo científico en la UNAM, el investigador nivel tres del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, se siente complacido con su nueva condición.
“Ser investigador emérito es una dimensión nueva de la vida que uno ha dedicado a la Universidad. Y ella, con su generosidad, me ha entregado esta enorme distinción, la máxima que voy a recibir en mi vida”, afirma Ortega Gutiérrez, adscrito desde 1971 al Instituto de Geología, entidad que dirigió de 1986 a 1994.
Sus dos grandes campos de interés: la geología de la Tierra y el origen de la vida en éste y otros planetas, han dejado huella en dos de sus aportaciones más relevantes: el hallazgo de un continente antiguo, al que nombró Oaxaquia, y su apoyo a jóvenes estudiantes para la investigación y la divulgación del conocimiento sobre las meteoritas mexicanas, como Allende, la roca más ancestral conocida hasta ahora, que sintetiza en sus componentes la historia del Sistema Solar y, probablemente, de la galaxia en que vivimos.
Oaxaquia, un continente en suelo mexicano
En 1995, Ortega Gutiérrez y su grupo publicaron en la revista Geology su teoría sobre Oaxaquia, un microcontinente que existió en suelo mexicano hace mil millones de años, antes del supercontinente Pangea.
“El concepto de Oaxaquia nació al observar rocas peculiares denominadas anortositas, de mil millones de años, que no se habían descrito en México. Son muy importantes, más de la mitad de la corteza de la Luna está formada por ellas. Pero en la Tierra es raro que afloren en la superficie, pues su origen es muy profundo, pero las encontré en Oaxaca, y luego en Hidalgo y Tamaulipas”, explica.
Su mentor, Zoltan de Cserna -también investigador emérito del Instituto de Geología- había estudiado la continuidad en México de rocas como las de Canadá, que formaban parte del antiguo continente de Laurencia, el cual perteneció a otra fisonomía de la Tierra hace mil millones de años; mientras otro geólogo, Leon Silver, buscaba desde el Instituto Tecnológico de California en dónde podían continuar el estudio en México de las rocas antiguas que se ven en Canadá y en Estados Unidos.
“Hasta entonces, esos científicos habían ligado a nuestro país con el supercontinente Laurencia, que en el pasado ocupó Norteamérica. Pero a raíz de que encontré este tipo de rocas, propuse con mis colaboradores que Oaxaquia no perteneció a esa placa, sino que fue un microcontinente independiente, o bien, ligado a otro supercontinente, Gondwana, con una extensión aproximada de un millón de kilómetros cuadrados, que actualmente ocupa la región que va de Oaxaca a Tamaulipas y que, probablemente, se extienda hasta América Central.
“El concepto se aceptó mundialmente y en colaboración con Duncan Keppie, también investigador del Instituto de Geología, se le dio una gran visibilidad mediante estudios más detallados”, recuerda.
El impacto mundial de Oaxaquia le ha dado a Ortega relevancia internacional, muchas citas de sus pares y más de mil páginas de Internet referidas al continente ancestral. “Hay un centro cultural en Oaxaca que lleva ese nombre, y hasta una taquería llamada La Oaxaquia, en Iztapalapa”, narra sonriente.
En 1981, Ortega fue nombrado Fellow de la Sociedad Geológica de Estados Unidos; en 2008, la Sociedad Geológica Mexicana le otorgó el Premio Nacional de Geología en Investigación y Docencia. Ha sido editor asociado y árbitro revisor activo en varias de las principales revistas en geociencias.
Ha publicado más de 66 artículos en las revistas científicas indexadas más importantes de su área, cuatro libros y 13 capítulos de libros. Su obra científica ha generado cerca de dos mil 200 citas, y ha dirigido 15 proyectos de investigación nacionales e internacionales.
Meteorita Allende, roca primordial
En 1969, en el poblado de Allende, Chihuahua, cerca de Parral, cayó una meteorita que salpicó esa parte del mundo con alrededor de cinco toneladas de esa roca primordial, la más antigua conocida por la ciencia.
“Se estudió en muchas partes del mundo por su rareza, y se le encontraron objetos cristalinos que ninguna otra tenía, como los materiales originales que formaron el Sistema Solar hace cuatro mil 567 millones de años. Se llaman inclusiones ricas en calcio y aluminio y fueron parte de la nube molecular que se condensó para formar el Sol y los planetas”, explica.
En la roca extraterrestre, que el universitario ha observado con su microscopio petrográfico, se han encontrado millones de nanodiamantes y compuestos de carbón llamados fulerenos, que no se forman en la Tierra (se producen artificialmente en laboratorio), pues se generan a gran presión, altas temperaturas y en un medio sin oxidación.
La meteorita Allende vinculó de nuevo a Fernando Ortega con su interés por la astronomía. “Ahora estoy interesado en el origen de la vida desde el punto de vista de la geología”.
Por ello, ayudó a formar el Seminario Multidisciplinario sobre el Origen de la Vida, en el que participan tres institutos de la UNAM, aunque los estudios más específicos que actualmente desarrolla se refieren a las interacciones entre el manto y la corteza terrestre, lo cual es revelado por la presencia, en ciertas rocas volcánicas de México, de fragmentos extraños (xenolitos) de esas capas que forman la estructura fundamental de las placas tectónicas del planeta.