El escritor y columnista político Ángel Trejo abre aquí la primera librería de Grilla en el Poder y ofrece a nuestros lectores, de manera gratuita, su primera obra llamada TIMBA. Trata las travesuras de un personaje de la vida nocturna urbana, con todos sus arrabaleros usos y costumbres.

Primera edición de autor 1994

Generación, segunda edición 2002

El verdadero sabio acaba por despojarse de la más inhumana de las hipocresías: el ominoso pecado de la virtud.

Abz-Ul-Agrib

Si todo merma con el uso, el coño, en cambio, crece.

Guillermo de Aquitania

El inmortal ha muerto de muerte mortal.

Marquesa Calderón de la Barca.

Tu amor es un periódico de ayer.

Catalino Tite Curet Alonso

Capítulo1

Sueño que soy joven y que estoy parado en una esquina del México de los años 50. Es una noche espesa y cortada a rachas brillantes por la luz de un aguacero. La ciudad entra, sale y corre alegre con su colita de perro astral. Estoy con mi indumentaria de lujo: zapatos combinados de blanco y café, tacón cubano; pantalón blanco, camisa parda de seda, saco blanco y mi hermoso jipijapa. Soy una atracción. Cada mujer que pasa me mira y yo la veo distraído. Camino parsimoniosamente en San Juan de Letrán, Madero, el Zócalo, 5 de Mayo, Santo Domingo y Donceles. Las vecinderas me saludan, los jóvenes me miran distante -entonces ya soy viejo- y los niños abren los ojos como si vieran a un ser extraño, venido de otro mundo. Ahora hay un día luminoso. Bajo la punta de mi sombrero veo la plaza de Santo Domingo extendida bajo la visión distorsionada de una lente. Aparece una figura menuda del tamaño de una uña, vestida con telas azul rey y solferino. Se acerca y crece. En ese momento los escribas golpean atléticamente cartas de amor, vida y muerte, dirigidas hacia los 150 mil pueblos perdidos en la República y escritas con el turbio y denso lenguaje del amor lejano. Las torcazas están picando sobre el centenar de estilos arquitectónicos que los españoles ensayaron en esta tierra y cagando el color azul rey de los días sin aguacero junto con el blanco excrementicio de las errátiles nubes del Valle de México. La figura se aproxima hasta que en perspectiva aparece de unos veinte centímetros. Es María Feliciana. Es joven, bonita, vestida al estilo de los años 10; falda hasta el «huesito», cuello alto, mangas largas y muchos encajes y olanes. Una estampa porfiriana que jamás tuvo; una Maria Feliciana que nunca fue: una muchacha bien hidratada, sonrosada y talle delicado como una actriz de cine mudo, labios carnosos y delineados en negro, con un lunar pintado en la mejilla izquierda. Llega hasta mí y me besa. Es una chiquilla cálida y amorosa. Tan pronto como salgo de ese encuentro puro y virgen, doña Josefa baja de su pedestal y al acercarse a nosotros se convierte en mi madre. «Es Bicha, la hija de Taurina Márquez, con quien te prometí en matrimonio», dice alegre. Mi madre luce también muy elegante con parasol y borceguís. Estoy vestido con chaleco, traje, leontina, carrete y hermosas patillas ¡Ah. Si viviera tu padre y don Porfirio estuviera todavía en el poder, qué boda haríamos!, dice mi madre. María Feliciana en su versión burguesa y yo caminamos enlazados hacia República de Cuba, mientras mamá corre como niña persiguiendo una mariposa con su sombrilla volando sobre la despejada plaza dominicana.