Tres décadas ha dedicado la arqueóloga María de la Luz Gutiérrez Martínez al estudio de las pinturas rupestres de las sierras de San Francisco y de Guadalupe, en el norte de Baja California Sur. Recientemente le fue entregado el Premio INAH Alfonso Caso en la categoría de Mejor Tesis Doctoral, en la que da a conocer aspectos de los autores de una de las colecciones de expresiones prehistóricas más extraordinarias del mundo, inscrita en 1993 en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, e identifica dos nuevos subestilos para esta tradición pictórica denominada Gran Mural.
Lucero Gutiérrez, como la llaman sus amigos cercanos, subió por primera vez a la Sierra de Baja California Sur en 1982, y desde el instante en que tuvo frente a sus ojos los grandes murales, las pinturas se convirtieron en su pasión. Para entender el discurso usado por los pintores, primero conoció la arqueología regional e hizo una serie de estudios que dieron la base para enfocarse a las imágenes.
No obstante la existencia de análisis anteriores acerca de las características estéticas, sin precedentes, de las pinturas rupestres, consideró indispensable realizar una investigación arqueológica para conocer el patrón de asentamiento de los autores, grupos cazadores-recolectores-pescadores que se desplazaban todo el año entre las montañas y las planicies desérticas aledañas, incluyendo las del litoral.
El trabajo doctoral se centró en el análisis minucioso de cuatro sitios: Cueva Pintada y Cuesta Palmarito, en la Sierra de San Francisco, y Cueva San Borjitas y Los Monos de San Juan, en la Sierra de Guadalupe, que la arqueóloga califica como emblemáticos de los mil 150 sitios hasta ahora registrados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en las cordilleras centrales de la península de Baja California, expresiones del estilo pictórico Gran Mural.
A partir de sus estudios, la especialista identificó dos nuevos subestilos de la tradición Gran Mural, que define como tendencias de representación visual: a una la denominó La Matanza, en referencia al nombre del sitio emblemático donde la ubicó, y a la otra Guajademí, en alusión a un arroyo que concentra un conjunto de abrigos rocosos en donde fueron plasmadas las pinturas pertenecientes a esta expresión.
María de la Luz Gutiérrez Martínez recordó que la tradición Gran Mural es considerada una de las de mayor escala en el mundo por el tamaño de las imágenes; su estilo es realista, dominado por figuras humanas y animales, pintadas en rojo, negro, blanco y amarillo, del cual se han identificado los subestilos Rojo sobre Granito, San Francisco, La Trinidad, San Borjitas, Bahía Concepción y los recientemente definidos por la propia investigadora: La Matanza y Guajademí.
Explicó que, en las nuevas tendencias reconocidas, los humanos presentan cuerpos rellenos con líneas longitudinales estrechamente unidas, o bien, con patrones de cuadrícula; algunos lucen atuendos, collares y accesorios; otras figuras presentan la típica bicromía longitudinal del subestilo San Francisco pero con las piernas flexionadas, en actitud dinámica. En La Matanza, los zoomorfos son menos realistas y más curvilíneos, el arqueo del lomo de los animales es muy pronunciado, los cuerpos están rellenados con cuadrículas o patrones de tablero de ajedrez.
El subestilo Guajademí concentra sitios donde se plasmaron figuras humanas dinámicas, con diseños geométricos que podrían representar atuendos u ornamentos; los animales presentan forma cuadrangular y están rellenos con líneas caóticas y puntos plasmados al azar, muchos de ellos trazados con las yemas de los dedos.
Las figuras de esta tendencia se asocian con cuatro motivos recurrentes, poco observados en otros sitios de la sierras centrales: el tubérculo y las flores de la planta saya, abundante en esa región; cornamentas de venados aisladas y numerosas improntas de manos que acompañan a venados, borregos y humanos.
La arqueóloga resaltó que esta última práctica de pintar manos en positivo (improntas de manos) define los sitios pertenecientes al subestilo Guajademí, y destacó que es muy relevante la ubicación donde se manifiestan estos sitios, que coincide con los límites entre uno de los dialectos cochimí norteños (ignacieño) y los dos dialectos cochimí más sureños (cadegomeño y javiereño). Se pregunta si la marcada diferenciación que presenta la tradición Gran Mural en estas latitudes refleja la diversidad de grupos dialectales que moraron este sector fronterizo.
Su estudio propone que en sitios emblemáticos similares a los analizados se congregaban, durante ciertas épocas del año, grupos pertenecientes a diversos linajes para el intercambio de materias primas, cacería comunal, arreglos matrimoniales y la celebración de rituales de veneración a los muertos, ancestros y/o seres mitológicos. Ahí, los indígenas celebraban ceremonias en las que los especialistas rituales plasmaban las pinturas en estos recintos, otorgándoles gran valor simbólico-identitario.
Estos sitios rupestres (abrigos rocosos) de la sierra comparten características, como el ser de grandes dimensiones, estar cercanos a yacimientos de agua y a abundantes fuentes de alimento, así como su ubicación en parajes estratégicos.
Para la arqueóloga algunas figuras humanas plasmadas en las rocas son personificaciones de ancestros fundadores, reales o míticos, o representaciones de deidades veneradas a través del repintado ritual, acción con la que preservaban o recuperaban los motivos más antiguos, concentrando de este modo la memoria colectiva. La especialista se refirió a un conjunto de personajes recurrentes que se diferencian o asemejan por la forma de la cabeza o de los tocados y patrones cromáticos para pintar la piel, y advirtió que dichas pautas fueron usadas por esas sociedades durante el proceso de construcción y negociación de sus identidades.
El estudio de María de la Luz Gutiérrez consistió en aislar —a través de fotografías y dibujos—, describir, clasificar y analizar numéricamente los marcadores de distinción para obtener un panorama general del componente antropomorfo de cada panel y definir sus estereotipos, calcular frecuencias y seleccionar casos únicos. A partir de la deconstrucción de la imaginería, la arqueóloga ha podido distinguir alrededor de 17 linajes.
Cuando María de la Luz Gutiérrez emprendió su aventura intelectual hace tres décadas, no existía una metodología para estudiar la pintura rupestre de BCS; ahora, en esta tesis no sólo presenta importantes avances en la investigación arqueológica, sino una propuesta teórico-metodológica que puede ser aplicada en regiones similares a las de la península de Baja California.