“Es una sorpresa agradable, un reconocimiento al laboratorio y a mi trabajo, pues son los integrantes de la Academia quienes proponen a los nuevos candidatos”, comentó el experto en medir e interpretar directamente la actividad neuronal, mientras un grupo de monos rhesus aprenden y recuerdan.
Especialista en neurociencia cognitiva, Romo mide las respuestas neuronales de los primates en el momento que éstos perciben y aprenden un nuevo conocimiento, con lo que obtiene resultados evidentes del encendido, apagado y entramado que se teje entre las neuronas mientras ocurren esos procesos cerebrales.
Miembro extranjero honorario
“La categoría más difícil para pertenecer a la AAAS es la de los miembros extranjeros honorarios”, advirtió el neurofisiólogo, quien encontró en la lista de este año a un científico que conoce, Serge Haroche, Premio Nobel de Física 2012, y actual presidente del Colegio de Francia. “Son el calibre de personas que están ahí, todas muy distinguidas”, comentó.
Algunos mexicanos que han pertenecido a esta prestigiada institución son Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990, y los universitarios Marcos Moshinsky, investigador emérito del Instituto de Física, y José Sarukhán, ex rector de la UNAM y fundador del Instituto de Ecología.
“Es una academia muy diversa e interesante, donde participan destacados integrantes de las ciencias y las artes, algo muy distinto a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (National Academy of Sciences), donde sólo hay científicos, institución a la que también pertenezco y donde hago trabajo editorial”, destacó.
Fundada en 1780 y con sede en Cambridge, Massachusetts, la AAAS tiene cuatro mil becarios estadounidenses y 600 miembros honorarios extranjeros. Este 2013 sumó a 198 miembros, 186 fellows y 12 miembros extranjeros honorarios, entre ellos, Romo.
“Me preguntaron en qué áreas quiero participar y escogí dos: una relacionada con el componente científico de la Academia, y otra con las publicaciones, porque me gusta mucho el trabajo editorial. Es una manera de darle forma a la actividad científica, detectar cosas interesantes y dejarlas pasar, así como poner freno a otros temas que parecen relevantes y no lo son”, dijo.
En México también llueve
De todas las distinciones que ha tenido, atesora especialmente su ingreso a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
“Para mí es la distinción en el extranjero más alta que he considerado hasta este momento. Ahora tendré que adaptarme a esta nueva academia. Pero en ambos casos, lo más interesante es que los colegas lo elijan a uno”, consideró.
En nuestro país, lo que más le enorgullece es ser miembro de El Colegio Nacional, confesó el investigador, también reconocido por la UNAM con el Premio Universidad Nacional.
En México también llueve, y llueve bien, como en Estados Unidos y Europa, afirmó el universitario, quien consideró que debemos quitarnos el estigma de que lo que hacemos está por debajo de los estándares estadounidenses o europeos.
Hay tan buena ciencia aquí como en esos territorios. “Que no tenga el impacto que requiere -porque también la ciencia es mediática-, y que la sociedad no sepa de qué se trata lo que se hace en el país, son asuntos en que divulgadores y periodistas deben trabajar, para dar una educación científica al lector medio, no especializado”, opinó.
Experimentar, su recompensa
Según Romo, la recompensa a su trabajo científico está en el experimento, más que en las publicaciones. “Me gusta escuchar la actividad de las neuronas, porque la función eléctrica de las células la podemos transformar en sonido; eso me alegra mucho, es como escuchar música”, compartió.
“Me interesa el proceso de tener una idea, utilizar las técnicas más apropiadas para abordar el problema y hacer el experimento; es muy bonito, es lo que disfruto, soy un experimentalista y me gusta el laboratorio”, destacó.
La medición directa de la actividad de las neuronas es una de las singularidades del laboratorio del universitario.
“Aquí tenemos acceso directamente a las neuronas y podemos tener, en tiempo real, el lenguaje de un grupo de células del circuito que opera mientras el mono piensa. A su manera, ellos piensan; igual que nosotros, evalúan la información que reciben, toman decisiones y la guardan en memoria de trabajo, que es una forma de tener acceso directo a la actividad mental”, comentó.
Quien no tiene memoria de trabajo, acotó, no tiene mente. De hecho, ya no la tiene el sujeto que ha perdido los circuitos, como ocurre a los enfermos de Alzheimer. “Pueden mover su cuerpo, pero ya no interpretan el mundo, porque la experiencia se les borró y desconocen el contenido de una frase, a los seres que fueron queridos y a los objetos”, señaló.
Los estudios de Romo, que profundizan en los mecanismos básicos del aprendizaje, la memoria y la toma de decisiones, ayudan a conocer esas actividades cotidianas del cerebro, y a contender con afecciones neurodegenerativas.