Un grupo internacional de científicos, encabezado por Jaime Urrutia Fucugauchi, del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, inició una nueva campaña de investigación en el sector central del cráter Chicxulub, generado por el impacto de un asteroide en la Tierra, que hace 65 millones de años causó la extinción de los dinosaurios y del 75 por ciento de especies animales y vegetales.
En el proyecto, que explorará la parte marina del boquete de 200 kilómetros de diámetro, ubicado en la Península de Yucatán, colaboran expertos del Imperial College de Londres, Universidad de Cambridge y de la Universidad de Texas.
Los estudios forman parte del Programa Internacional de Perforaciones en Océanos (IODP, por sus siglas en inglés), y la perforación estará a cargo de ECORDS, un consorcio europeo que se ocupa de los proyectos de las operaciones marinas con plataformas especiales, detalló Urrutia Fucugauchi.
El cráter está cubierto por unos 800 a mil metros de sedimentos carbonatados y no hay exposiciones en superficie. El centro geométrico de la estructura se localiza en Chicxulub Puerto, en la línea de costa, y un poco más de la mitad de la estructura está en el mar.
“Este estudio proporcionará las primeras perforaciones en el sector central, en la zona marina”, explicó el científico, que desde que inició las investigaciones en la década de los 90 ha reunido más de seis mil metros de núcleos de perforación, y ahora las completará con otras de la plataforma marina.
Luego del impacto
Entre los objetivos destaca la investigación de varios procesos ocurridos luego del impacto, como la sedimentación, evolución y recolonización por diversos organismos, señaló Urrutia.
También, se indagará cómo se creó su característico anillo de picos. Los cráteres complejos con anillos son característicos en otros cuerpos del sistema solar, pero en el registro terrestre “Chicxulub es el único con ese anillo”. Varios modelos teóricos explican su formación e involucran fragmentación, eyección, colapso y desplazamiento de grandes volúmenes de rocas de la corteza a profundidades de 20 a 25 kilómetros”, indicó.
Según esos modelos, el material provino del colapso central y los desplazamientos laterales del anillo externo. “El proyecto proveerá muestras de esta zona, para analizar y evaluar los mecanismos de formación”.
Con las nuevas muestras también será posible investigar las propiedades petrofísicas de la parte central, incluida la de baja velocidad observada en varios estudios sísmicos, así como analizar la presencia de posibles organismos extremófilos.
“Se requieren muestras para los análisis de laboratorio. Las dos perforaciones incluyen recuperación continua de núcleos, que es el componente del proyecto que incrementa los tiempos de perforación y costos”, precisó.
Velocidad y trayectoria
Con ello, los científicos también pretenden saber la velocidad y trayectoria del impacto, datos fundamentales para modelar la cinemática y dinámica del mismo, así como para calcular la transferencia de energía, formación del cráter, profundidad de excavación y los volúmenes de material excavado y/o eyectado.
También, será posible conocer características de la estructura, como el levantamiento central, los anillos internos y externos, las zonas de terrazas, las relaciones de simetría/asimetría y efectos ambientales y climáticos.
“No se dispone de datos sobre la velocidad, en los modelos y simulaciones por computadora se usan estimaciones del orden de 25 a 30 kilómetros por segundo; esperamos que el proyecto provea datos para determinar posibles rangos de ésta y sobre el ángulo de impacto y trayectoria. En particular se evalúan propuestas de impacto de alto ángulo, de bajo con trayectoria hacia el noroeste, y hacia el noreste”, apuntó.
Para la fase de geofísica y geotecnia de esta campaña, se emplean barcos y equipos de geofísica, batimetría de alta resolución y equipos de perforación, mientras que en la fase de perforaciones y núcleo se usa una plataforma marina especializada, finalizó.