Creados hace 60 años, hoy muchas de las ideas ahí plasmadas han perdido vigencia ante las transformaciones que ha experimentado el mundo, expuso Cristina López Uribe, profesora de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.
“Cuando entramos a Ciudad Universitaria, ya no vivía Orozco; él murió en 1949 y nosotros llegamos en 1952, así que nos quedamos sin saber qué hubiera propuesto para un espacio como éste”, solía decir José Chávez Morado cada vez que le preguntaban por el capítulo en el que los muralistas tomaron la UNAM.
Lo que sí pudo ver el artista guanajuatense fue cómo O’Gorman hizo un tapiz multicolor de la fachada de Biblioteca Central; el empeño con que Siqueiros incrustó dibujos tridimensionales en Rectoría, o cómo Rivera sometió la roca xitle del Estadio Olímpico hasta transformarla en lienzo, y lo hizo desde primera fila, pues presenció este espectáculo al tiempo que decoraba la Facultad de Ciencias, o al menos el conjunto de edificios que ocupó hasta 1977.
“Tal fue el escenario en el que Chávez Morado creó sus tres murales (El retorno de Quetzalcóatl, La conquista de la energía y La ciencia del trabajo), los cuales tenían una forma muy particular de dialogar con su espacio y época, interacción un tanto desvirtuada en la actualidad por el tiempo y las modificaciones a las que ha sido sometida CU, pues para empezar, se trataba de obras pensadas para un recinto donde se impartirían clases de física, matemáticas y química, pero a 60 años de distancia, esos lugares se destinan a actividades muy diferentes”, explicó Cristina López Uribe.
Para la profesora de la Facultad de Arquitectura, acompañar a este creador en su paso por el campus equivale a adentrarse en la historia de la UNAM y a hacer una comparación entre cómo era la Universidad hace 60 años y cómo es hoy. “Mucho ha pasado y obviamente no somos los mismos; hemos dejado de creer en demasiadas cosas y ponemos acento en otras tantas, y esto se pone de manifiesto en la obra de Chávez Morado, claro, si sabemos y nos atrevemos a ver”.
El mural que desapareció tras un muro
El retorno de Quetzalcóatl fue concebido por Chávez Morado como una suerte de mascarón de proa, porque esto era lo primero que veía todo aquel que se aproximaba a la Facultad de Ciencias. Además, se trataba de una propuesta que, para ser apreciada, debía contemplarse desde lejos, pues fue elaborada sobre un espejo de agua que, en el ángulo correcto y en lontananza, exhibía el reflejo invertido del mural.
“En este trabajo, el pintor representó a la serpiente emplumada transformada en balsa, en el trance de llevar sobre sus espaldas a siete representantes de las distintas culturas del mundo. Se trata de una composición que retoma, de manera un tanto simplista, tanto las ideas planteadas por Vasconcelos en La raza cósmica, como el mito de Quetzalcóatl, que relata que esta deidad, tras ser expulsada de Tula por sus enemigos, prometió retornar”, expuso López Uribe.
Para soportar los embates de la intemperie —pues la composición fue diseñada para adornar un patio abierto—, el guanajuatense empleó una técnica no usada en México hasta entonces: mosaico de vidrio. De esta manera, mediante pequeños fragmentos multicolores y engastados en la pared de una biblioteca, Quetzalcóatl volvió a la vida.
Otra de las ventajas de usar este material vítreo fue que permitió dar forma al mural justo encima de un estanque, recurso que más que a un capricho, respondía a la necesidad de crear la ilusión de hallarse ante una embarcación prehispánica que flota sobre olas.
“El efecto se apreciaba desde la distancia; sin embargo, al momento en que estas instalaciones dejaron de pertenecer a Ciencias y se convirtieron en el hoy Posgrado de Arquitectura, se tuvo el mal tino de construir un edificio frente a esta obra. La finalidad era hacer de ese patio abierto uno cerrado. ¿El resultado?, se ganó espacio para aulas, pero se perdió un mural, que ahora sólo puede ser visto por quienes tienen la suerte de entrar a la cafetería del lugar y pedir un americano”, señaló la también colaboradora del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE).
Sobre la irónica decisión de erigir un muro frente a un mural, Chávez Morado diría: “El retorno de Quetzalcóatl originalmente tenía una mejor ubicación, con un amplio espacio para ser visto y un espejo de agua que daba mayor idea del mar; pero este ambiente ha sido destruido y el mural hoy se encuentra prisionero entre las construcciones que posteriormente se levantaron”, donde actualmente se imparte la carrera de Diseño Industrial, justo frente al CELE.
A decir de Cristina López, si se quisiera devolver a esta obra su vocación primigenia, sería necesario echar abajo el edificio que le construyeron enfrente. No obstante, es una medida que se antoja imposible, admite, pese a que romper ese claustro significaría que Quetzalcóatl finalmente retornara.
Papeles que se invierten
Hablar del Auditorio Alfonso Caso remite inmediatamente a La conquista de la energía, un mural que obliga al caminante a levantar la mirada y descubrir, en una pared convexa, a aproximadamente 10 metros de altura, un relato visual de cómo el hombre transitó de la ignorancia y el pensamiento mágico al saber científico y el dominio del átomo.
“Es curioso que este mural, ubicado en lo que era la parte trasera de la Facultad de Ciencias, haya desbancado en importancia —al menos en el imaginario colectivo— a El retorno de Quetzalcóatl, que en los años 50, 60 y 70 era un ícono del lugar”, comentó López Uribe.
Sin embargo, a decir de la titular de la materia Arquitectura en México, Siglo XX, esta relación jerárquica se invirtió en el momento en que a la representación de la deidad prehispánica se le impuso un cerco de cuatro paredes.
“Hoy resulta indudable que el mural más conocido de Chávez Morado, al menos en CU, es La conquista de la energía, también elaborado con mosaico de vidrio. Éste refleja el pensamiento de la posguerra, momento en que se creía que el poder nuclear auguraba un futuro prometedor, como demuestra la figura representada a la extrema derecha de la pared: un hombre moribundo que es resucitado por las bondades del átomo”.
Para la maestra en Arquitectura, éste es precisamente uno de los mejores ejemplos de cómo las certidumbres de una generación colisionan con las certezas de otra, “pues hoy pocos describirían a la energía nuclear como la panacea. De hecho, si este desarrollo en algún momento avivó nuestras esperanzas, bastó con que llegara la Guerra Fría para que alimentara todos nuestros miedos”.
Al respecto, la candidata a doctora añadió que hoy esta composición comunica un mensaje muy distinto al de hace 60 años, “no obstante, pese a las cosas que se pierden y a las que se ganan, hay un aspecto que permanece: el valor artístico que encierra la obra”.
Una obra fuera de agenda
“Y como sucede con frecuencia, lo más interesante es lo no planeado”, aseguró Cristina López al referirse al mural La ciencia y el trabajo, pintado por Chávez Morado en el vestíbulo del Auditorio Alfonso Caso, en un arrebato de espontaneidad.
“Se localiza en el peor lugar posible, pues está en un sitio escondido, de poca iluminación y mucha humedad, a una altura que favorece el vandalismo y, por si esto fuera poco, en su creación se usó una técnica poco adecuada para ese tipo de superficie: vinelita ácida, y pese a todo, estamos ante la obra más interesante que realizara este artista en la UNAM”.
Sobre la obra, la arquitecta explicó que es una crónica de la construcción de CU, tan acuciosa, que no sólo es posible señalar las diferentes etapas en las que surgió el campus, sino reconocer los rostros de los obreros, académicos, ingenieros, arquitectos y científicos que participaron en este magno proyecto.
Ciudad Universitaria se erigió sobre ejidos de Tlalpan, Copilco y la Magdalena Contreras expropiados en 1946. Esto obligó a muchos campesinos a convertirse, de la noche a la mañana, en peones de construcción. “A Chávez Morado le impresionó ese fenómeno y quiso dejar constancia gráfica del papel que tuvo la gente del campo en una edificación de esa envergadura”.
Para un hombre acostumbrado a hacer crítica social y plasmar elementos sumamente mexicanos en su obra, tanto El retorno de Quetzalcóatl como La conquista de la energía resultan piezas de excepción, pues en ambos abundó en símbolos universales e hizo de lado referentes de índole local, pero en La ciencia y el trabajo volvió a ser el Chávez Morado de siempre, aseguró López Uribe.
La integrante del Seminario de Arquitectura Moderna del IIE apuntó que pese a que La ciencia y el trabajo no es un mural muy popular entre los universitarios, sí lo es entre los turistas extranjeros, siempre curiosos de saber cómo fue posible que algo tan grande como CU se concretara y llegara a buen fin.
“Y es que esta pintura explica todo tan a detalle, que queda poco lugar para la duda, pues de izquierda a derecha retrata a campesinos convertidos en albañiles, pero también a los arquitectos e ingenieros que planearon el campus, y a los científicos mexicanos más importantes de la época, con todo y su acelerador Van de Graaff, la pieza de tecnología más importante en posesión de la UNAM, allá por los años 50”.
Pese a esto, Chávez Morado siempre se sintió a descontento con esta obra, pero no por la temática escogida, sino por otro tipo de elecciones. “Cometí el error de pintar el mural abajo del auditorio y éste se ha destruido por los malos elementos técnicos de que disponíamos entonces, y por el vandalismo”, decía en sus memorias.
En realidad no desapareció, pero durante mucho tiempo sufrió por el deterioro y la indolencia de estudiantes que se empeñaban en pintar sobre él toda clase de trazos, desde declaraciones de amor hasta consignas políticas. Sin embargo, hace algunos años fue rescatado, se devolvió el color perdido a sus tonalidades pálidas y se le colocó una vitrina para evitar el asedio de los grafiteros.
“Estas medidas enmiendan algunas de las fallas que tuvo Chávez Morado. Visitar esta obra para ver qué hay en ella y qué nos dice de la historia de CU es otra manera de enmendar otro fallo, pero uno que hemos tenido nosotros, como universitarios, que pasamos de ojos ciegos frente a la obra más interesante que dejó aquí el guanajuatense”.
Lo que el tiempo se llevó
“Diré que la Ciudad Universitaria fue un campo que nos dio a los muralistas, y a mí, claramente, la primera oportunidad de adquirir experiencias y formar criterios, que luego perfeccionamos en las obras siguientes”, comentaba Chávez Morado en 1983.
Aquí, estos artistas probaron estrategias creativas que más tarde afinarían en edificios como el de Telecomunicaciones, ¿pero qué tanto de ese experimento funcionó y qué tanto quedó desfasado?, preguntó Cristina López, a lo que ella misma respondió, “los murales de Chávez Morado (con excepción de La ciencia y el trabajo), y en general los otros que se hicieron en CU, son exitosos en el sentido de que son fácilmente recordables e icónicos, pues funcionan a la manera de un anuncio publicitario; de hecho, el mismo Siqueiros admitió haber estudiado la técnica de los billboards para conformar su obra. En ese sentido son sumamente modernos”.
Lo que resulta anacrónico, agregó, son sus temáticas, “pues hoy resulta ingenuo pensar que la energía atómica será la respuesta a cualquier problema, o que Quetzalcóatl retornará y que la raza de bronce marcará pauta a la humanidad, como afirmaba Vasconcelos. En ese aspecto, el mensaje de estas creaciones ha perdido vigencia, no así la obra plástica, que es en sí misma un gran logro estético. Si nuestra lectura de las obras difiere en mucho de la de un mexicano de hace seis décadas, quizá sea tiempo de elaborar una interpretación nueva, para así, a partir de ésta, volver a dialogar con los murales”.