Para distinguir la labor antropológica en general, y sus trabajos sobre Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) en particular, la Universidad Veracruzana concedió a Lourdes Arizpe una de sus preseas más significativas, la Medalla al Mérito.
“Se trata de un hecho que me emociona porque, además de que fue otorgada a eruditos como Carlos Montemayor, y a amigos entrañables como Monsiváis, cobra un valor especial porque después de muchos galardones en el extranjero, en esta ocasión es mi país el que me brinda uno”, señaló la integrante del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM.
La ceremonia de entrega tuvo lugar en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario de Xalapa, encuentro editorial que la catedrática aprovechó para presentar las publicaciones de su autoría El patrimonio cultural inmaterial de México, una reimpresión del original de 2005 (que desde hace tiempo estaba agotada), y El patrimonio cultural cívico, de 2011, que además incluye un video.
“Por patrimonio inmaterial, se entienden aquellas manifestaciones vivas que nos dan identidad como pueblo y que, por no ser tangibles, como las estatuas o pirámides, durante mucho tiempo fueron ignoradas por los especialistas”. Sin embargo, ¿podríamos entender nuestra cultura sin sus fiestas, comida o bailes?, “éstas son formas tan palpables y vivas de nuestra forma de ser como sociedad, que deben ser aspectos valorados y estudiados”, explicó la académica, quien añadió que con los ejemplares a presentar, es posible apreciar esto de una manera más detallada y gráfica, porque las dos ediciones están acompañadas de un acucioso registro fotográfico.
“Ambos ejemplares sirven para dar una visión de cómo han evolucionado mis trabajos en el ámbito de la salvaguarda cultural. En el primero, abordo algunas manifestaciones muy nuestras, como la fiesta de Día de Muertos, prácticas vivas como la del trueque, o costumbres que recobran vigencia, como el uso del temazcal, que hoy cobra nuevos significados debido a la recuperación que han hecho de éste los jóvenes mexicanos”.
Sin embargo, es el segundo título el que emociona particularmente a Arizpe, “porque ahí pude desarrollar un concepto nuevo, el de patrimonio cultural cívico, al recoger la manera que tienen algunos pueblos de celebrar la Independencia y la Revolución, con representaciones tan complejas que involucran a decenas de comunidades aledañas, a miles de personas y que además duran varios días”.
Para la etnóloga no hay duda, estas manifestaciones crean cohesión social, sentimiento de arraigo y una manera diferente y más vívida de entender y apropiarse de la historia, “y un claro ejemplo de esto lo presenciamos al viajar a Chilacachapa, Guerrero, para documentar un simulacro de la Guerra de Independencia. Se trata de un montaje muy complejo, con tantos actores que resulta fácil perder detalle. Eso fue lo que me pasó, por lo que pregunté a un grupo de niños, ‘¿y quién es ése de ahí?’ ‘¡El intendente Riaño!’, respondieron a coro, como si fuera la cosa más obvia del mundo… Yo iba con antropólogos que han estudiado mucho, así que les inquirí: ‘¿Y ustedes saben quién fue el intendente Riaño?’, y ninguno supo responder lo que aquellos pequeños, sí”.
No obstante, advirtió Arizpe, aunque estos ejemplos retratan manifestaciones sumamente valiosas, todas fueron soslayadas por los festejos oficiales del Centenario y Bicentenario.
Tomar conciencia de lo inmaterial
En 1988, el Museo Nacional de las Culturas Populares montó una muestra sobre el chile y su entonces directora, Lourdes Arizpe, se preguntó, “¿qué podría ver la gente aquí, si en el Mercado de Coyoacán, apenas a dos cuadras de distancia, se ofertan, casi a gritos, tanto jalapeños como serranos y habaneros? ¿Si en el tianguis este picante deja de ser parte de una exposición para volverse protagonista de la vida misma de un pueblo?”.
A partir de ésta y otras reflexiones parecidas, la antropóloga comenzó a tomar conciencia de que hay elementos que, aunque no tangibles pero sí palpables, dan forma una cultura, y que además afloran en las manifestaciones más diversas. “Me dediqué a pensar sobre este asunto, a concebir herramientas para analizar este ámbito y, poco a poco, comenzaron a salir a la luz diversos aspectos que mis colegas no habían siquiera considerado, como que esto podría ser también patrimonio”.
Para los académicos tradicionales, señaló la académica, pensar en patrimonio equivale a hablar exclusivamente de aquél llamado “físico”, que consta de pirámides, castillos y demás vestigios que, por su materialidad, pueden ser llevados a un laboratorio y ser sometidos a exámenes químicos y de carbono 14, es decir, que pueden ser colocados en una “plancha de disección”. ¿Pero sólo por ser efímera, una fiesta popular sería menos digna de estudiarse que un códice? ¿Por disolverse en el aire, una canción típica merece menos atención que la estela de un muro maya?
Para el momento en que fue nombrada subdirectora General para la Cultura en la UNESCO, muchas de estas inquietudes rondaban ya en su cabeza. “Sabía que nos encontrábamos ante un nuevo ámbito, uno que muchas veces era englobado bajo una palabra un tanto peyorativa: ‘lo folclórico’. Además, estábamos ciertos de que para crear conciencia sobre lo importante de estas manifestaciones era preciso idear otro concepto, y así surgió el de Patrimonio Cultural Inmaterial, o PCI, que suena un tanto formal porque así nos los exigieron ciertos criterios institucionales, aunque el que propusimos al principio es más directo y quizá más sugerente, originalmente íbamos a llamarlo patrimonio vivo”.
Otra manera de ver a México
De niña, la pequeña Lourdes Arizpe solía salir cada fin de semana con su familia para participar en las fiestas típicas de distintos pueblos, y así comenzó a intuir, desde temprana edad, la dimensión social de estos festejos, y a sentir que, con tan sólo su presencia y entusiasmo, formaba ya parte de una colectividad.
“Sin embargo, la tendencia en la última década ha sido la de desvalorizar todo aquello que sea popular y considerarlo algo atrasado, sin ver el gran valor de estas manifestaciones, sobre todo como capital social. Lo que nadie considera es que al dejar que se pierdan las culturas indígenas y populares, se vienen abajo comunidades enteras y se abona a ese territorio en el que echa raíces la violencia que asola hoy a México”.
Arizpe es clara al señalar que salvaguardar nuestro patrimonio cultural inmaterial es una manera de evitar la pérdida de la sustentabilidad de las comunidades.
“Así como yo, que salía a provincia a ver festividades, o aquellos niños guerrerenses que sabían quién era Riaño, los que participamos desde infantes en este tipo de actividades sabemos que promueven la pertenencia a una comunidad, algo muy importante en la formación psicosocial de cada individuo. Sin embargo, parece que eso es precisamente lo que nos quieren arrebatar, y no debería ser así, porque la cohesión en los pueblos mexicanos radica en la gran riqueza ritual de su vida en comunidad”.
Jürgen Habermas alguna vez señaló que uno de los fenómenos más dolorosos en la Europa del siglo pasado es la pérdida de la sociabilidad, es decir, de la intensidad de las relaciones humanas, “y eso es algo que aún es de mucho valor para los mexicanos, pero también un aspecto que se nos está yendo de entre las manos”.
“Esto se debe a que nuestras políticas se centran exclusivamente en lo económico y ponen de lado el valor de los intercambios culturales, la afectividad y nuestra identidad”.
Hace algunas décadas, poco antes de entrar al nuevo milenio, Eduardo Galeano señalaba que una nueva sociedad sería posible si, y solo sí, “los economistas dejan de llamar nivel de vida al nivel de consumo, y de llamar calidad de vida a la cantidad de cosas”. Y en eso acertaba el uruguayo, comentó Arizpe, quien agregó que quizá al percatarnos de que hay algo intangible en nuestra cultura, probablemente aprenderemos a evolucionar de manera distinta y a hacer de nuestra caótica situación algo muy diferente, mucho más parecida a nuestros deseos, mucho más acorde a quienes somos.