El uso de plantas medicinales es una práctica común alrededor del mundo; de acuerdo con estadísticas de la Organización Mundial de Salud, el 80% de la población de los países en vías de desarrollo recurre a distintos tipos de plantas para satisfacer o complementar sus necesidades médicas, porcentaje que aumenta año con año.
En México, la cantidad de plantas utilizadas debido a sus atributos curativos, y de las cuales se tiene registro, asciende a cuatro mil especies; sin embargo, se estima que solo el 5% ha sido estudiada para validar química, farmacológica y biomédicamente los principios activos que contienen (esto es, los compuestos químicos en los que reside su utilidad médica).
La doctora Rosa Martha Pérez Gutiérrez, investigadora de la Escuela Superior de Ingeniería Química e Industrias Extractivas del IPN (ESIQIE), lleva más de treinta años buscando los principios activos de una larga lista de plantas de uso popular y validando efectos, obteniendo muy buenos resultados pues –asegura- alrededor del 95% de las veces se confirma el efecto curativo atribuido a la planta.
Los efectos van desde los anti-inflamatorios, cicatrizantes, antimicrobianos y anti-oxidantes hasta el hipoglucemiante (aquellos que ayudan a bajar los niveles de azúcar). Con esta última propiedad ha encontrado más de 40 plantas, comenta.
Las plantas estudiadas en su laboratorio -comenta la investigadora- se eligen mediante una revisión bibliográfica o en trabajo de campo, siempre basándose en su uso medicinal. Una vez que la planta se colecta en campo o se compra en algún mercado tradicional; la planta se deseca, muele y mezcla con disolventes para retirarle todas las sustancias con potencial bioactivo. Luego, ese extracto en ‘bruto’ se separa en diferentes fracciones, cada una de las cuales contiene sustancias con propiedades químicas específicas. Las fracciones del extracto se prueban de manera separada en animales, principalmente roedores, para determinar la toxicidad y efectividad de cada una de ellas.
Al final, las fracciones seleccionadas se siguen ‘limpiando’ hasta obtener los compuestos puros. Estos se llevan a otro laboratorio para ser identificados químicamente de manera precisa. Más adelante, si el compuesto es viable para ser fabricado a gran escala en la industria farmacéutica–comenta Pérez Gutiérrez- es posible registrar una patente y continuar con otro tipo de investigaciones más especializadas.
Esta manera de obtener principios activos tiene varias ventajas, dice. Una de estas consiste en que son compuestos de baja o nula toxicidad en el cuerpo humano; “en la mayoría de los casos hemos obviado la toxicidad porque estamos trabajando con plantas comestibles”. Además se acorta el camino para obtener los compuestos de interés, pues en la industria farmacéutica se suelen fabricar cientos o miles de sustancias que después se estudian para probar su efectividad, lo cual implica más tiempo y dinero.
Otra ventaja consiste en su potencialidad para diseñar compuestos más activos; esto se puede hacer modificando la estructura química del compuesto original, una vez que ha sido perfectamente descifrada.
La investigadora aclara que la producción a gran escala está lejos de ser su ámbito de competencia, sin embargo, se ha interesado en montar modelos que permitan la extracción del compuesto en pequeñas cantidades, alrededor de gramos. Esto lo está probando con microorganismos, bacterias y hongos, que viven dentro de las plantas, y que fabrican sustancias iguales o parecidas a las de éstas; son una minifábrica de producción farmacéutica.
También está incursionando en la parte práctica. Se trata de un sistema de pequeñísimas partículas ‘cargadas’ con los fármacos, que los liberan de manera controlada. Por ahora, su grupo de colaboradores trabaja con plantas como el palo amargo, el cuachalalate y la pitahaya, que son usadas por sus efectos medicinales en algunas comunidades del país.