Por Ángel Trejo

A la fecha en Mesoamérica hay alrededor de 200 zonas arqueológicas cuyos vestigios explican el alto nivel cultural alcanzado por esta civilización que duró más de cuatro milenios. Las dificultades logísticas y económicas limitan el conocimiento siquiera aproximado del número de villas o pueblos pequeños que integraron esas naciones, ya que en la mayoría de los casos la destrucción de edificios indígenas obedeció al propósito deliberado de borrar la cultura vencida para asentar sobre las ruinas de esta la nueva ciudad cuyo diseño debía hacerse conforme al modelo arquitectónico europeo traído por los invasores, quienes además impusieron su lengua, su religión, sus modos y estilos de vida.

La mayoría de los centros urbanos prehispánicos de Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y México fueron derruidos y sus asentamientos, trazos urbanos, cimentaciones, piedras, arenas y maderas sirvieron para levantar las ciudades españolas a partir del siglo XVI. La gran excepción a esta regla de conquista fue un número aún desconocido de las ciudades mayas del sureste de México y Centroamérica que no pasaron a pico porque desde hacía muchos años estaban abandonadas y permanecían ocultas en las selvas. Los españoles se desentendieron de ellas y su rescate arqueológico se inició hasta el siglo XIX una vez lograda la Independencia de América.

Las pirámides fueron las construcciones más emblemáticas de Mesoamérica. Fueron algo así como los rascacielos de Nueva York y Chicago,  la Torre Eifel de París o el gran reloj de Londres, pero su función pública principal estuvo relacionada con el ejercicio de los poderes político y religioso, entonces estrechamente unidos en razón del reciente pasado teocrático del estado. Todavía a principios del siglo XVI los gobernantes prehispánicos eran reyes y sacerdotes supremos al mismo tiempo. A diferencia de Egipto, en Mesoamérica pocas pirámides tuvieron uso funerario. Una de estas excepciones fue Palenque, en cuyo trasfondo se localizó la tumba del rey Pakal y otra es el extraordinario recinto subterráneo recientemente descubierto en una plaza de Teotihuacán.

La lista más elemental de las antiguas ciudades de Mesoamérica reporta no sólo el avance tecnológico de las diferentes naciones que integraron esta cultura, sino también sus relaciones de intercambio cultural y comercial con las que fueron influyéndose mutuamente. Este vínculo se dio lo mismo en los conocimientos de agricultura, ingeniería, arquitectura, escultura y otras artes, que en su religión, usos y costumbres, pues compartieron una misma cosmovisión cuyos principales componentes ideológicos y entidades sagradas (dioses) fueron idénticos aunque se les denominó con nombres diferentes en cada lengua.

La propuesta civilizatoria mesoamericana es claramente ostensible en la evolución de las multicitadas pirámides, cuya concepción inicial partió de un simple basamento de tierra y piedra con fines religiosos (altares o adoratorios) hasta convertirse, en edificios que intentaron equipararse a las montañas y reproducir el trazo de las estrellas en la Tierra. Algunas de estas construcciones alcanzaron enormes proporciones, como fue el caso de Cholula (900 d. C), considerada como la pirámide más grande del mundo toda vez que mide 66 metros de alto y su basamento ocupa 45 mil metros cuadrados. En altura la sigue la pirámide del Sol, de Teotihuacán, con 63.5 metros.

Los más remotos ensayos ejecutados mediante este tipo de estas construcciones correspondieron a los olmecas hace más de 3,500 años en Tabasco y Veracruz (La Venta, Tres Zapotes, San Lorenzo, Los Tuxtlas) y, al parecer, también en el Valle de México (Tlapacoya, Tlatilco, Cuicuilco), en San José Mogote y Nochistlán, Oaxaca y en la gran ciudad huasteca de Tamtok, Tamuín, San Luis Potosí, donde aún se indaga la presumida relación de sus constructores con los ancestros olmecas, con la cultura teének (huasteca) y aun con los mexicas aztecas, ya que  existen sospechas de que esta ciudad pudo haber sido la mítica Aztlán.

Una nómina de grandes ciudades mesoamericanas sólo podrá elaborarse parcialmente en la medida que el hombre siga hurgándole secretos a su propio pasado y entienda que este tiempo no huye a ningún lugar desconocido sino que forma parte integral de su unidad presente y su perspectiva de futuro. Es decir, todo hombre, al igual que cualquier entidad física, está formado con el 99.9 por ciento de tiempo pasado. En esa lista de pueblos mesoamericanos figuran urbes de Belice como San José Cuello y Cerro Lamarai;  Shila, Vapal, Vec, Quelepa, Cihuatán, Nakbé, Coynac y Tayumal de El Salvador: Tikal, Takalik, Utitlán, Uaxactun, Kamihaljuyá, Cotzamalcuk, El Portón y Salamá de Guatemala; Copán, Quiriguá, Los Naranjos, Omoa Nito y Yarumela de Honduras, entre muchas otras de lengua maya.

Entre las ciudades mexicanas destacan Aztatlán y Chametla, en Sinaloa; Chicomoztoc en Zacatecas; Cacaxtla y Tlaxcala; Cantona, Cholula y Huejotzinco en Puebla; Cuilapan, Zaachila, Mitla, Monte Albán, Tilantongo, Tlaxiaco, Tutotepec, Teayo, Teozacualco, Lambityeco y Yagul en Oaxaca; Chichén Itzá, Uxmal, Mayapán, Puuc, Sisal, Izamal, Tixchel en Yucatán;  Bonampak, Toniná, Palenque y Yaxchilán en Chiapas;   Tulum, Chetumal y Cozumel en Quintana Roo; Kalakmul, Edzná, Kabah, Jainá, Champotón, Xicalanco y Acalan en Campeche; Zempoala, Tajín, Tres Zapotes, Los Tuxtlas y San Lorenzo en Veracruz; La Venta en Tabasco;  Tula en Hidalgo; Pátzcuaro, Ihuatzio y Tzintzuntzan en Michoacán; Xochicalco en Morelos y Metepec, Loyotlatelco, Suchitongo, Texcoco, Coatlinchán, Tenayuca y Teotihuacán en el Estado de México (Continuará).