A lo largo de su historia, la humanidad ha encontrado diversas formas para hacer fuego, ya sea friccionando dos trozos de madera o bien generando chispa al golpear dos rocas de pirita. Durante la Colonia ya se usaban eslabones, también conocidos como chispa o chisme, piezas de hierro forjado con las que se prendían los fogones en las cocinas e incluso ayudaban a encender los cañones en el campo de batalla.
El INAH conserva en el Museo Nacional de Historia (MNH), Castillo de Chapultepec, una colección de más de 200 eslabones de los siglos XVI al XX, la cual ha sido analizada por Thalía Montes Recinas, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
La mayoría de estos artefactos formaron parte de las cocinas del México colonial y se elaboraron con materiales de reúso, como las espuelas desgastadas y trozos de limas. “En los talleres de fundición, los maestros los sometían nuevamente al calor para darles otra forma y en algunos casos hasta un terminado estético con cabezas de serpientes”, explicó la historiadora.
Se forjaron diseños únicos para denotar la posición económica de los dueños, con grabados de gran belleza en los que se representaban venados, águilas, serpientes, faisanes, flores, colibrís, liebres, rostros caligrafiados, corazones, leyendas y perros al más puro estilo español.
“El perro es una constante en los eslabones, por esa idea de que es fiel al dueño, y porque, de acuerdo con la Iglesia católica, lleva el fuego en el hocico. En la mayoría de los casos se les representa rasurados de la mitad del cuerpo hacia abajo”, detalló la curadora de la Colección de Tecnología y Armamento del MNH.
Los artefactos, de entre tres y cinco centímetros de largo, estaban ricamente aderezados con incrustaciones de plata, latón, monedas; como aditamentos tenían desarmadores y pinzas, además de contar con una perforación para colgarlos al cinto.
Estas piezas, de herencia española, también fueron de uso común en toda Europa y aún se siguen utilizando en zonas tropicales de México, donde la humedad hace imposible encender un cerillo, dijo la especialista, quien publicará un catálogo que dará cuenta de la belleza de sus diseños, la técnica de manufactura y materiales con que fueron hechas.
Prender el fuego con el eslabón o chisme requería de un trozo de tela de algodón y una piedra que hiciera fricción con el hierro forjado; por ello, los diseños tenían algunos orificios para darle cierta flexibilidad y evitar que se quebrara con el uso.
Un antecedente en el estudio de dichos artefactos fue el realizado por el pintor Antonio Cortés, quien en 1935 publicó el libro Hierros forjados, colección del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.
En aquel texto monográfico, el artista plasmó más de 800 piezas de hierro forjado que albergaba el museo, entre ellas la colección de eslabones. La intención de Cortés fue seleccionar elementos iconográficos para constituir un repertorio visual que sirviera de referentes a los artesanos que fraguaban este metal.
Una vez publicado el catálogo, el pintor de la Academia de Bellas Artes viajó a Amacuzac, Michoacán, para entregar algunos volúmenes, porque le parecía importante difundir el legado que en ese momento resguardaba el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.
Ochenta años después, Thalía Montes, quien estudia las colecciones de armas y tecnología del MNH, encontró casi completa la colección de eslabones que describió Antonio Cortés en 1935.
Añadió que el encuentro con los eslabones surgió con su tesis de maestría sobre Antonio Cortés. La colección de gran belleza se enriqueció en el último año con 15 nuevas piezas que obsequió la familia de Philip y Alex Fried, especialistas en metales. El catálogo se publicará antes de que termine el año.