Cuento de Miguel Ángel Durán Guapio
La imaginación de Ricky no tenía límites. De cuatro años de edad, el pequeño había conquistado planetas lejanos acompañado de su fiel espada de rayos láser, infalible para eso de cortar como mantequilla máquinas cibernéticas y villanos espantosos.
-¡Ricky..! -le habló su mamá-. Ven: ya es hora de que comas.
Ricky, por el contrario, se encontraba luchando afanosamente para terminar con el último de los monstruos siderales que querían destruir el mundo. Quizá por ello no escuchó a su mamá.
-¡Ricky..! -insistió su mamá-. ¡Ya es hora de comer..!
Silencio.
Ricky ya había sido secuestrado por Morbán, emperador de Ustafer, planeta distante de la Tierra exactamente a un millón de años luz. Estaba prisionero en un contenedor especial para niños superdotados.
La mamá de Ricky -Queta-, impaciente volvió a llamarlo, pero ya se había hecho un silencio sospechoso.
“Dónde estará este chamaco latoso”, pensó Queta. Y empezó a buscarlo por toda la casa. No lo encontraba por ningún lado. “¡Ricky..!”, le gritó nuevamente. “¡Dónde estás..?”.
Nada.
-¡Rickyyyyy..! -gritó entre impaciente y preocupada la mamá.
Nada.
Los minutos pasaban. Queta salió a preguntarle a los vecinos si lo habían visto. “No, no lo he visto”, le decían.
“Pero ¿qué estoy haciendo? si Ricky no se saldría por ningún motivo de la casa. Esto me está volviendo loca”, pensaba. “¡Rickyyyy..!”, gritaba casi a punto de llorar.
-¿Quéee? -preguntó Ricky con su característica vocecita ronca apenas audible desde dentro del contenedor donde estaba prisionero.
Queta llegó hasta el contenedor y lo liberó. ¿Qué no oías que te estaba hablando..?
-¿Qué? -repreguntó Ricky desperezándose después de reponerse del brebaje que le había dado Morbán.
-Vamos. Ven. ¿Por qué no contestabas..?
-Es que...
-Nada. Ven. Es hora de que comas...
-¿Y Morbán? -preguntó Ricky.
-¿Cuál Morbán?
-El que me hizo prisionero...
-Ah, ese Morbán... Huyó, hijo, huyó...
Ricky se acurrucó con su mamá, a quien le sonrió en complicidad.
Ahora contaba con una aliada, y si Morbán volvía a aparecer lo enviarían nuevamente a un millón de años luz.