Una problemática social observada desde hace más de tres décadas en países desarrollados y más recientemente en el nuestro, es la violencia que padecen las mujeres en sus relaciones de noviazgo.
La violencia es definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el uso intencional de la fuerza o poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que cause o tenga probabilidades de provocar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.
Interesada en este fenómeno, Eréndira Pocoroba Villegas, del Posgrado de Psicología de la UNAM, presentó su trabajo “Violencia contra las mujeres en sus relaciones de noviazgo: su impacto en la reproducción del orden de género”.
Este último es un sistema de dominación que regula las distintas dimensiones de lo social a partir de la transformación de las diferencias de sexo en desigualdades sociales, que se sustentan en una lógica jerárquica y binaria y suponen la subordinación de las mujeres, explicó la universitaria.
A nivel estructural, la desigualdad se manifiesta a través de la forma en que se constituyen las diferentes instituciones sociales, que privilegian los patrones de control en favor de los hombres y en demérito de las mujeres.
Culturalmente se (re)produce en los valores, las actitudes y las creencias que se tienen respecto de lo que es ser hombre y ser mujer. En la vida cotidiana se hace patente mediante el modo en que cada uno concibe dichos mandatos durante el intercambio interpersonal y forja subjetivamente su propia identidad a lo largo de sus vidas, como un proceso dinámico que implica la relación con los demás.
“Así se forma esa identidad: con la apropiación de las diferentes pautas comportamentales y relaciones, y con la incorporación de los mencionados desarreglos en desigualdad, lo que tiene mucho que ver con la violencia en el noviazgo, es decir, se vuelve un mecanismo para restaurar el orden de género y mantenerlo en ese estado, como si fuera natural e inevitable”, apuntó.
La OMS estableció una clasificación de los distintos tipos, y se habla de la ocurrida en el noviazgo (heterosexual) como un fenómeno que se da en una pareja de jóvenes, que no han vivido juntos y sin hijos entre ellos, y que parte de un patrón de violencia de género (ésta es el paraguas más amplio, que abarca diferentes formas contra las mujeres).
Lo que Pocoroba Villegas ha encontrado en su investigación, es que hay tres ejes en los que se reproduce el orden de género a través de la violencia contra las mujeres en esa etapa.
En el primero, se repite la concepción sujeto-objeto, es decir, aquella que considera a la mujer un objeto y, por lo tanto, le resta la capacidad reflexiva y racional, que es parte de los componentes otorgados a los sujetos para participar en espacios públicos y políticos, entre otros.
“De este modo, los hombres suponen que la mujer con la que han establecido un noviazgo es de su propiedad y controlan el uso de su cuerpo y su ejercicio sexual, mediante la regulación constante de su vestimenta: su escote, el largo de la falda o de su cabello”, ejemplificó.
De acuerdo con la universitaria, la violencia contra ellas es producto del proceso de socialización imperante, que lleva a los varones a pensar que pueden actuar así. De ahí que, en algunas ocasiones, los jóvenes de ambos sexos no la identifiquen como tal y le otorguen otras significaciones dotadas de sentido amoroso o lúdico, también asociadas a fallas en la regulación conductual o afectiva.
El segundo tiene que ver con la reiteración del orden de género en cuanto a diferenciar dicotómicamente lo masculino de lo femenino.
“Los hombres tienden a limitar cierta gama de expresiones afectivas y a exaltar el interés sexual como un elemento natural de ellos, mientras que de las mujeres se espera que restrinjan su sexualidad y sean más recatadas; por lo demás, ellas son percibidas con mayores facultades para el trabajo emocional”.
En cuanto al tercer eje, Pocoroba Villegas dijo que reproduce el ordenamiento social mediante la división, socialmente construida, de los espacios público y privado.
“Una manera de ejercer violencia emocional es devaluarlas, humillarlas y degradarlas si, por ejemplo, deciden acceder a espacios que social y tradicionalmente se vinculan a lo masculino. Este tipo de creencias y normas conforma la base para justificar, minimizar, trivializar, incluso naturalizar la violencia contra ellas en este tipo de relaciones”, concluyó.