Cerca de 24 millones de personas en el mundo padecen esquizofrenia, y en México existen casi medio millón de esquizofrénicos. No obstante, se desconoce el origen de esta enfermedad, compuesta por un conjunto de trastornos mentales crónicos, graves y complejos.
Aunque se han propuesto múltiples modelos para explicar el origen de la esquizofrenia, una teoría muy estudiada es la del neurodesarrollo, la cual propone que la desorganización neuronal es propia de una alteración en la migración de las neuronas en el embrión durante el segundo trimestre de la gestación.
Esta migración anormal, provoca posicionamientos celulares que dan lugar a patrones de conectividad alterados cuando las neuronas establecen sus redes.
Así, la esquizofrenia tendría que entenderse como un padecimiento que se originaría al inicio del neurodesarrollo y no sería una enfermedad degenerativa como algunos piensan.
Partiendo de este modelo, la doctora Gloria Benítez King, jefa del Departamento de Neurofarmacología de la Subdirección de Investigaciones Clínicas del Instituto de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz”, intenta desarrollar biomarcadores de trastornos mentales para dos afecciones: la esquizofrenia y el trastorno bipolar.
“Son dos enfermedades de las que el diagnóstico resulta muy subjetivo, pues sólo se sustenta en la entrevista clínica, que se basa en el manual de diagnóstico DSM5; y los síntomas son muy similares para ambos padecimientos algo que impide hacer un diagnóstico veloz y preciso”, dijo la investigadora, quien aclaró que el objetivo de este proyecto es contar con pruebas biológicas de diagnóstico en las enfermedades neuropsiquiátricas para detectar la enfermedad antes de que tenga manifestaciones clínicas.
El método que ha utilizado el grupo de investigación dirigido por Benítez King inició con la toma de una muestra de células del epitelio olfatorio –un tejido constituido por diferentes tipos de células, entre ellas células epiteliales y neuronas sensoriales olfatorias que tienen la ventaja de estar colocadas en la parte superior del interior de la nariz, una zona de fácil acceso– las cuales se obtuvieron a través del raspado con un cepillo, a manera de exfoliación.
Estas muestras se consiguieron de pacientes con trastorno bipolar, esquizofrenia y pacientes control (sin ningún trastorno). Las células posteriormente fueron colocadas en medios de cultivo en el laboratorio en los que sólo crecen las células de linaje neuronal y con ellas se realizaron los experimentos.
“Aun cuando la investigación se encuentra en las primeras etapas, hemos tenido avances significativos y claves”, dijo la especialista.
La primera prueba consistió en demostrar que las células seleccionadas eran neuronas, luego los investigadores reconocieron a la tubulina beta III, una proteína presente en los axones y en las dendritas de las células (prolongaciones a través de las cuales las neuronas establecen conexiones con otras células); esta proteína puede funcionar como marcador de neuronas porque tiñen a las células neuronales.
“Adicionalmente, una de las cosas que empezamos a observar primero fue que los precursores neuronales de los pacientes con esquizofrenia o con trastorno bipolar tenían una especie de cavidades que no se podían teñir con tubulina beta III, fenómeno que llamó mucho nuestra atención, así que cuantificamos y medimos el área que no estaba teñida. Nos dimos cuenta que los pacientes con esquizofrenia tienen un área mayor sin teñir. Este hallazgo nos reveló que los microtúbulos, que son parte de la estructura de las neuronas no se tiñen”, explicó la investigadora integrante de la Academia Mexicana de Ciencias.
A partir de estos resultados se observó que la tubulina beta III no sólo identifica a las neuronas, sino que también identifica sus anomalías; ya que esta proteína detecta cuando los microtúbulos están ensamblados anormalmente en las dos enfermedades: esquizofrenia y trastorno bipolar.
El segundo paso fue identificar a las proteínas que forman parte del citoesqueleto, una estructura que da forma a las neuronas, les permite moverse y forma parte de los axones y las dendritas del cerebro maduro, por esto es importante saber cómo los biomarcadores podrían actuar en el citoesqueleto.
“Todo esto aunado a la teoría de que la esquizofrenia tiene su origen en las primeras etapas de desarrollo del cerebro nos hizo pensar que si caracterizamos a las proteínas que forman al citoesqueleto habría más posibilidades de encontrar una alteración relacionada con este tipo de enfermedades”.
La especialista en biología celular indicó que si se confirma lo anterior tendría que haber un impacto en los tratamientos de estas enfermedades mentales, pues durante mucho tiempo se basó en el restablecimiento de la neurotransmisión (la manera en la que se envía información de una neurona a otra) a través de medicamentos. “Sin embargo, no había una preocupación por inducir cambios estructurales en las neuronas con fines de tratamiento. Ahora, nuestro reto es encontrar compuestos que estimulen el neurodesarrollo y la generación de nuevas neuronas para que se restablezca esa conectividad en el cerebro”.