La diversidad vegetal de Latinoamérica y el Caribe representa una opción para enfrentar la emergencia alimentaria que se vive en el orbe, y que refieren organismos dedicados al desarrollo económico, agricultura y sustento, consideró Teresa Reyna Trujillo.
La investigadora del Departamento de Geografía Física del Instituto de Geografía (IG) de la UNAM, indicó que se debe impulsar la producción de hortalizas, frutas, granos y oleaginosas de origen mesoamericano y/o caribeño, con calidad e inocuidad, que contribuyan a una acertada alimentación.
Son productos alternativos; amaranto, quinua, quelites en general, huazontle, acelgas, verdolagas, nopal, pitaya, tejocote, capulín, anona, a los que no se dedica ni siquiera 10 por ciento de la superficie de cultivo en México.
Según organismos internacionales (OMC, FAO y PNUMA, entre otros), los precios de los alimentos en esta década se mantendrán muy altos –podrían aumentar hasta 30 por ciento en el caso del arroz y el azúcar, y 40 en el trigo–, lo que repercutirá en los países menos desarrollados, que se verán obligados a incrementar sus importaciones de granos, frutas, productos lácteos y cárnicos, entre otros, sostuvo.
A esa demanda, consecuencia del crecimiento y empobrecimiento demográfico, se deben sumar factores ambientales como el calentamiento global (sequías o inundaciones), y el inoperante manejo de recursos hídricos y edáficos, señaló la experta.
Ello ha derivado en la hambruna en el planeta, y México no escapa a este panorama, por lo que “proponemos acciones rápidas y concretas que se consoliden en planes políticos de Estado para el desarrollo, donde también queden comprometidas las propias comunidades”.
Productos alternativos
Reyna Trujillo colabora con especialistas de la UNAM, de universidades estatales como la de Morelos, la Nicolaita de Michoacán, de Puebla, así como de instituciones de educación superior en Cuba, Perú, Bolivia y Argentina, naciones con carencia alimentaria y donde, paradójicamente, hay zonas improductivas. “Algunos de sus agroecosistemas permiten otros cultivos a los que no se les ha prestado importancia”.
Entre ellos, se encuentra el amaranto, que en México y Centroamérica tuvo gran importancia en la época prehispánica; es una semilla con alto valor proteínico, más que el trigo, el maíz, la avena o la cebada. Además, carece de gluten –presente en otros granos–, que puede ser dañino a la salud porque provoca que no se asimilen los contenidos nutricionales de los alimentos.
En el caso de nuestro país, es cultivado sobre todo en la parte central, aunque tiene posibilidades de adaptación en el norte y aún en el sureste del territorio. Es popular por su presentación en palanqueta, conocida popularmente como “alegría”, aunque la harina tiene otros usos en la elaboración de panes, galletas, atoles, tamales. También, es usual como hortaliza, pues sus hojas y tallos tiernos se pueden consumir en ensalada, sopa, o mezclados con guisos de res, cerdo y pollo.
Otra alternativa, aunque de origen africano, es la ocra, perteneciente a la familia de las malváceas; se comenzó a cultivar en el Caribe y de ahí llegó a México. Su aspecto es parecido a un ejote; es una verdura que además de proteínas, contiene azúcares, minerales y vitaminas, y se puede sembrar en pequeñas superficies como ya se hace en Morelos, aunque también se ha logrado en superficies mayores, cuya producción ha llegado hasta la Central de Abastos del Distrito Federal.
Plantas presentes en la medicina tradicional como las salvias (chía), linaza y jamaica, utilizadas para mejorar algunos padecimientos digestivos, se adaptan a tierras donde otros cultivos tradicionales no prosperan; por lo tanto, también se les considera alternativas.
Asimismo, ciertos frutales pueden representar una esperanza en ecosistemas con problemas de aridez o escasez de agua, o de suelos poco desarrollados; entre ellos, se encuentran cactáceas como nopales, tunas y pitayas, que sólo se consumen ocasionalmente y que están totalmente adaptadas en zonas con estas características edafoclimáticas.
También, en zonas semicálidas y templadas son opciones potencialmente importantes el tejocote y el capulín que, incluso, se hallan de manera silvestre. En general, se desconocen sus propiedades, pero se pueden cultivar de manera sistematizada con una buena planificación frutícola. El primero se consume en grandes cantidades en la época decembrina, y se emplea en la medicina tradicional y en la agroindustria para la obtención de pectina destinada a la elaboración de dulces y jaleas.
En las amplias regiones tropicales y subtropicales de México, las anonáceas y sapotáceas son una buena fuente de azúcares, vitaminas y sales minerales. Asimismo, se han propuesto como plantaciones alternativas la nuez de la macadamia, de cuyo fruto se obtienen grasas nutritivas en la elaboración de confitería fina.
El proyecto de la universitaria –donde participan biólogos, agrónomos, geógrafos, economistas y antropólogos, entre otros– incluye la determinación de las condiciones ecológicas adecuadas para ampliar las superficies de cultivo, a menor costo y con la garantía de obtener productos con buenas propiedades nutritivas, “que nos lleven a la seguridad alimentaria que México necesita”.
Hoy, muchos de los alimentos alternativos se encuentran en restaurantes caros, en comidas gourmet. No obstante, la idea de este proyecto es que lleguen a todos, sobre todo a las poblaciones de escasos recursos. “En las zonas donde ya están presentes, deben cultivarse en mayor medida y se les debe dar importancia y difusión”, finalizó.