El infarto cerebral representa la quinta causa de muerte en el país y se ubica entre los primeros lugares en términos de enfermedades discapacitantes. El costo socioeconómico que genera este tipo de paciente para el sector salud y para sus familias es muy alto.

En la actualidad, no existe una cura o un tratamiento que disminuya el daño, por lo que las opciones existentes son paliativas, buscan retrasar un poco las manifestaciones que se desencadenan por la falta de irrigación sanguínea a ciertas regiones del cerebro, las secuelas físicas como la alteración en la conducta motora raramente se puede modificar, por lo que la búsqueda de compuestos que puedan ayudar a los afectados por este accidente cerebral está totalmente justificada.

Es por esta razón que la doctora Perla Maldonado Jiménez, responsable del Laboratorio de Patología Vascular Cerebral del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Manuel Velasco Suarez”, ha dedicado sus esfuerzos a encontrar un compuesto que ayude a estos pacientes.

La muerte cerebral se produce porque no llega de forma correcta la sangre al cerebro y este defecto se presenta por varios motivos. Uno de los más comunes es la oclusión de arterias. El cerebro, comparado con otros órganos, es altamente metabólico, consume aproximadamente el 20% del oxígeno total del organismo y requiere de altos niveles de glucosa, su principal fuente de energía; esta demanda energética y metabólica lo hace particularmente susceptible al daño.

“Cuando los pacientes llegan al servicio médico con la oclusión, el médico generalmente administra una terapia trombolítica, la cual disgrega el coagulo que está obstruyendo el paso del flujo sanguíneo, sin embargo no todos los pacientes son susceptibles a esta medida. Lo que buscamos hacer en modelos animales es inducir el daño cerebral bloqueando el flujo sanguíneo y después recuperarlos de forma lenta y progresiva, y es durante ese proceso que se administra  por vía oral el compuesto de extracto de ajo envejecido”, dijo.

Maldonado Jiménez explicó que este extracto tiene como componente principal la salilcisteina, un aminoácido modificado: ”Esta presentación de extracto de ajo envejecido no se encuentra en México, es típico de algunos países de Europa y Estados Unidos, nosotros lo importamos de esas naciones. Durante mi doctorado me dediqué a hacer la síntesis química de este componente y después de evaluarlo creo que es un firme candidato antioxidante, el cual necesita aún muchas pruebas para que pueda ser usado clínicamente”.

Comentó que al principio utilizó modelos con daño al riñón, posteriormente se decidió por el modelo cerebral, le pareció fascinante estudiarlo debido a que la muerte ocurre de manera muy abrupta y rápida, y si no se actúa de forma pronta es poco lo que se puede hacer en los pacientes. Al probarlo en estos modelos se ha visto un efecto protector (cuando se ha administrado de forma previa al daño), el gran reto es ver si ese mismo compuesto puede ayudar una vez que el daño ya ha iniciado.

“Actualmente –continuó la investigadora- estamos terminando los estudios de toxicidad crónica mediante la administración diaria del compuesto durante tres meses, y lo que hemos visto afortunadamente es que al nivel de los órganos principales, como son hígado, riñón, cerebro, pulmón, corazón, el compuesto aparentemente no tiene un efecto tóxico con las diferentes dosis que administramos. Con todos estos estudios tanto de toxicidad y de farmacocinética, se iniciarían las pruebas clínicas de fase 1 que se realizan en voluntarios sanos con la finalidad de observar  cómo es la distribución sistémica del compuesto en humanos”.

La química-farmacéutica-bióloga explicó que están montando un modelo para poder estudiar la cantidad del compuesto que llega específicamente a las diferentes regiones cerebrales, porque se ha visto que la distribución en el cerebro no es homogénea, debido a que hay regiones cerebrales que son mucho más susceptibles al daño isquémico que otras.

La investigadora aseguró que se trata de un proyecto muy grande que incluye estudios de distintas áreas y fue la parte de toxicidad la que sometió a consideración del jurado de Becas para Mujeres en la Ciencia L’Oréal-UNESCO-AMC 2013, y de la que fue una de las ganadoras ese año.

“Para que un fármaco pueda ser probado en humanos necesita una serie de estudios previos que nos permiten decir que es seguro para los pacientes. Este tipo de estudios no existen actualmente, por lo que nosotros evaluamos el efecto tóxico mediante la administración por tiempos prolongados”, agregó.

Mencionó cómo desde el doctorado ha trabajado con compuestos del ajo y “el extracto de ajo envejecido tiene ciertas características que llamaron mucho mi atención, particularmente su química, porque a diferencia de la mayoría de los compuestos del ajo que son oleosos, este compuesto es ligeramente polar (que se puede mezclar en el agua), lo que le confiere otras ventajas. Otra de las grandes diferencias es el olor, que es poco perceptible a pesar de que se genera en el ajo”.

El mecanismo de acción principal de este compuesto es su poder antioxidante, pero la investigadora y su equipo de colaboradores han visto que es también capaz de inducir una respuesta propia en la célula, de tal manera que ésta pueda responder contra el daño oxidante que se está generando en diferentes patologías.

Perla Maldonado Jiménez el apoyo financiero para cualquier investigador es muy importante, creo que de este trabajo se pueden obtener por lo menos un par de patentes. Con los recursos de la beca se financiará parte del proyecto.

Aseguro que en su investigación se ha avanzado mucho en estos 10 años, pero para obtener una fórmula farmacéutica se requieren por lo menos 10 años más, entre el montaje de la planta piloto, la finalización de los estudios de toxicidad y empezar a hacer pruebas con sujetos sanos y observar cómo es la distribución de manera sistémica, lo que ayudará a establecer las dosis y elegir la mejor formulación farmacéutica.

Comentó que en unos ocho o diez años más se podría contar con una planta piloto funcional que consistiría en tener el equipo suficiente para, primero, obtener el principio activo, y después la formulación farmacéutica (en este caso podrían ser tabletas o cápsulas).

En opinión de Perla Maldonado la ética profesional es uno de los pilares que deben tener todos los investigadores, por lo que aclaró: “No me voy a hacer rica comercializando el compuesto, mi visión siempre ha sido tratar de demostrar que lo que he venido trabajando durante estos años efectivamente cumple su propósito. Cuando el médico no le da una alternativa a los pacientes, ellos buscan lo que sea para aliviarse por lo que debe haber una conducta apropiada”.

Maldonado Jiménez agradeció al grupo de trabajo que colabora con ella, de manera especial a los estudiantes, porque en la formación de recursos humanos, estos son, aseguró, una parte fundamental para que el investigador pueda alcanzar sus metas.