*Nuestro más rico postulado político

Desde finales del Siglo XVIII, la democracia ha dejado de ser un ideal para convertirse en un postulado político. Ha sido, a decir de Kelsen, la consigna de los espíritus modernos, una consigna cuyo desenvolvimiento no ha sido lineal, e incluso, a veces ha incorporado dialécticamente conceptos antitéticos.

La democracia como ideal no se contrapone como realidad. Como idea es universal, como realidad es particular, propia de cada pueblo matizada por el perfil nacional.

En las controversias sobre la democracia no hay que olvidar jamás esa dualidad. La incomprensión sobre su naturaleza parte de que a veces nos referimos sólo a la idea, y en otras, sólo a la realidad, olvidándonos de su integralidad.

Solo así es posible entender a la democracia en su relatividad histórica, el desarrollo de las instituciones democráticas en el sentir de cada Nación, y por tanto, el curso de las nuestras.

Por eso, la Reforma Política que hoy se discute en la Cámara de Diputados y que, muy pronto será aprobada, es asunto de todos. Por eso es valioso el consejo de Melchor Ocampo: Hay que crear grandes intereses que se identifiquen con la reforma, para que coadyuven eficazmente a la marcha de la Nación.

En su debate no debemos negar nuestras contradicciones. Hay que conciliarlas o superarlas, pero no la desconozcamos, no las ocultemos, lo propio, es abordarlas. Seamos auténticamente reformadores no reformistas, transformadores, no remendadores.

La Reforma Política se perfila y se define, mientras se hace, se redondea teóricamente conforme la práctica, y los hechos lo van indicando. Para hacer la reforma política debe contarse con nuestras ideas propias, pero también con las de afuera, con nuestras prácticas y con las experiencias externas.

Teniendo hoy claros los fines que perseguimos y las premisas de las que partimos, debemos encontrar un diseño flexible y no aferrarnos a un método único. En el camino, las discusiones han sido naturales, pero debe tratarse del encuentro de las ideas y no del de los prejuicios.

Resolvamos los enfrentamientos ideológicos mediante la discusión, buscando convencer con la bondad de las ideas, y no acudiendo a expedientes de velada o franca oposición.

No concibamos la reforma política para favorecer o perjudicar a determinados grupos o fuerzas, sino para acelerar nuestra evolución. Debemos llegar a los próximos comicios Federales, con mejores reglas que garanticen plenamente la legalidad, la transparencia y la equidad.

Recordemos que la esencia de la política está en encontrar el máximo posible dentro de lo deseable. Encaremos nuestra responsabilidad sin desestabilizar nuestra estabilidad, por precaria que pueda parecernos.

Construyamos una propuesta común que defina eficazmente la legitimidad de origen y el ejercicio del poder, que lo descentralice, que consolide las libertades, y que promueva incesantemente la participación ciudadana en los quehaceres públicos.