*Se erradica un añejo paradigma patriarcal

En muchos aspectos en la sociedad mexicana aún subsiste aquello de que el uso se hizo costumbre y la costumbre se hace ley; sin embargo, es un ejercicio benéfico cuestionar nuestros antiguos arquetipos para identificar si estos son pertinentes, propicios y adecuados en la convivencia moderna y contemporánea, como la que aspiramos construir cada día.

Como sociedad, somos producto de los procesos colectivos que se iniciaron un poco antes del siglo pasado, mismos que a pesar de los años, aún se encuentran en etapa de consolidación como nuestro modelo democrático, el educativo o el de rendición de cuentas, por citar solo algunos.

Y de entre éstos, uno de los que más ha costado fortalecer y desarrollar en el país para lograr una real convivencia, basada en la igualdad, es precisamente el de la equidad entre los géneros.

El trayecto, un devenir inacabado, parte del acceso a la educación superior en 1887; con el derecho al voto en 1953 adquiere un sentido fundamental y en los setenta, presenciamos el inicio de una sexualidad responsable y compartida entre ambos géneros, así como el reconocimiento de la igualdad jurídica de la mujer y el hombre a nivel constitucional en 1974.

Pero no es hasta 1975, y posterior al desarrollo de la Primera Conferencia Internacional de la Mujer celebrada en México, que la lucha por la conquista de los derechos de la mujer adquirió un rumbo diferente y más comprometido con el cambio de paradigmas.

Desde entonces, en la sociedad mexicana hemos visto importantes cambios y transformaciones en el ámbito social, cultural, educativo, laboral, derechos humanos, entre muchos otros que revitalizan el papel de la mujer y el hombre, en un ambiente de igualdad, como personas y como géneros.

No obstante estos avances, diversos usos y costumbres continúan como arquetipos inalterables y traen como resultado la continuidad de esquemas violatorios de garantías y de derechos fundamentales como la equidad, tal y como consagra nuestra Carta Magna, en sus artículos 1° y 4°.

Hoy, con esta reforma al Código Civil federal, y reconociendo a las pocas entidades del país que han avanzado en este mismo sentido, seremos testigos de una acción legislativa eficaz, pertinente y adecuada.

Con ella, se erradicará un añejo paradigma patriarcal, que nunca ha descansado sobre un argumento jurídico racional, que se da al asentar el nombre de un menor y sus apellidos, del padre en primer lugar, en el registro civil.