*Que se oiga fuerte y que se escuche lejos
No es lo mismo tener voz y voto que tener voz y no voto o voto pero no voz. Esto que perece un simple juego de palabras por desgracia no lo es.
Vivimos una crisis de representatividad que no permite que el anhelo de ser una República esté bastante lejos de ser alcanzado, pues éste se manifiesta principalmente en el principio constitucional de representatividad.
Hace ocho años el Quincuagésimo Aniversario de la Consecución del Voto de las Mujeres señalaba en un discurso en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz y decía: “Hace 50 años ganamos la oportunidad de que la sociedad prestara oídos a una sola de nuestras decisiones, el voto”. Y con esa sola posibilidad las mujeres de entonces como las de ahora adquirimos conciencia de que todas nuestras decisiones pueden trasladarse al ámbito de lo político, de lo público mediante el ejercicio del sufragio.
Posibilidad, conciencia, decisiones, políticas, sufragios, ciudadanía fueron las constantes en aquel discurso. Sin embargo, a ocho años de distancia, como muchas cosas en la vida, el tiempo va poniendo mayor claridad sobre las ideas.
Cada palabra en ese discurso fue meditada, fue ponderada y fue evaluada, por eso no quitaría una sola a las frases que considero más sonoras de aquellas líneas como son las siguientes, decía yo entonces: “Que se oiga fuerte y se escuche lejos, si queremos participar del poder político, si queremos ser ciudadanas en plenitud en condiciones de equidad de igualdad que estén garantizadas, no queremos seguir siendo una minoría que sólo confronta paradigmas sino que los trastoca y los rompe. Queremos seguir dejando huella con inteligencia y con tesón en el perfil y en el destino de nuestra nación”.
Frases como éstas trataban de lograr el objetivo principal que incluso le dio título a esa intervención, “para que seamos escuchadas”.
Y decía en aquella ocasión: queremos que se escuche la voz de aquellas que no son vistas ni oídas, la voz de aquellas a quien estos foros le son ajenos, de aquellas que quizá ni se enteren que la batalla es a favor de que las escuchen.
Queremos que haya mujeres que alcen la voz para hablar por ellas, por las que son ignoradas. Reitero, queremos que nuestra voz suene, que se escuche, que vibre.
Para ello, al tiempo confirmado que no baste el voto, sino que hace falta también la voz y esa voz hoy estoy más convencida que nunca, es y se ha dicho en esta mesa, la de la representación efectiva. Representar a alguien es hacerlo visible, es prestarle una voz.
En política que es la arena en la que a partir de esta fecha conmemorativa las mujeres comenzamos a contar, la representación se da a través de los mecanismos electorales de representatividad.
Y con la representatividad se trata de reproducir a la sociedad civil en el parlamento, en los ámbitos de decisión, por medio de las personas, representantes que la misma sociedad elige.
Necesitamos no sólo manifestar nuestra voluntad a través de las urnas, sino que necesitamos que esa voluntad sea efectivamente llevada a cabo.
Muchos signos me indican que la representatividad no es a cabalidad cumplida. Los casos de los diputados varones que entran a cubrir a las titulares por renuncia –ya se dijo aquí- las barreras culturales que imposibilitan a las mujeres indígenas hablar en nombre de su comunidad, los obstáculos fácticos por falta de educación o de información para postularse y hacerse de los recursos para representar socialmente a un sector de la población, no sólo los órganos de representación popular, sino en todos los organismos sociales.
Las mujeres no tenemos rostro, no tenemos ojos, no tenemos brazos en los órganos que nos representan, estamos como se ha dicho, subrepresentadas.
No sólo –como dije en los de representación popular- sino en los órganos sin elección abierta como en la Suprema Corte, como en las máximas instancias del Poder Judicial, las mujeres que ven violentados sus derechos no los ven protegidos ni materializados, ni siquiera cuando un órgano del Estado les pone nombre y apellido al o a la titular o al obligado, o al titular del derecho, como sucede por ejemplo en las sentencias de los órganos jurisdiccionales.
No es hasta que se le pone un nombre al rostro sin ojos, al cuerpo sin brazos, a la boca sin voz a través de mecanismos eficaces de cumplimiento de las sentencias cuando se tornan efectivos sus derechos y la mujer adquiere, sí, voz, brazos y ojos. Y me pregunto: “¿Hasta entonces, hasta entonces escuchan, hasta entonces se ve, hasta entonces tiene fuerza?” Y respondo con infinita tristeza: “Ni siquiera entonces”
La ausencia de representatividad impide a los electores controlar a sus representantes políticos, y por ende, provoca que exista, que persista la impunidad de la falta de rendición de cuentas.
Cuando no existe representación, tampoco existe control político del poder, y por consiguiente no hay libertad política.
Sin representación, como en tiempos de los griegos, la máscara no suena, no tiene personaje, no puede estar en el mundo. El sujeto, la mujer, no tiene representación, no tiene voluntad, no tiene máscara, y por eso hoy en el 58 Aniversario de este voto, de este acceso a las urnas, vuelvo a levantar la voz, por todas aquellas mujeres que aun teniendo el voto, tienen una voz que no suena, que no se escucha, que no convoca, ni que conmueve, porque para qué queremos el voto sin voz; el voto sin voz, es como el metal sonoro, como la campana que retiñe, como el grito ahogado.
Por ello, podemos volvernos a plantear la misma exigencia que lo hicimos hace 8 años, queremos ser escuchadas, porque sí esta propuesta no es simplista, esta propuesta es sincera. Sé que es urgente. Por eso --vuelvo a repetir-- que se oiga fuerte y que se escuche lejos.