Mañana primero de septiembre del 2011, el presidente Felipe Calderón Hinojosa envía a los diputados y senadores de la 61 Legislatura, el voluminoso documento que reseña lo que hizo su administración durante el último año de gobierno.
Y la pregunta es qué puede informar que satisfaga a un pueblo que vive en la permanente angustia; qué le puede decir a miles de familias que apenas tienen para medio comer; y qué expectativas llevará a los hombres y mujeres que tienen empleo una semana y tres no.
¿Pruebas? Las tiene el INEGI y el CONEVAL, si se quieren estadísticas oficiales, esas que elabora el propio Gobierno federal.
¿Más pruebas? Las tienen los académicos de la UNAM, donde se elaboran auténticas radiografías de las lacerantes condiciones sociales que prevalecen en el país y nada es inventado.
Que en el último año se construyeron carreteras. Nadie lo niega, pero de qué sirven si sólo benefician a un puñado de mexicanos con capacidad real de disfrutarlas o transportar el poco volumen de alimentos que produce el campo mexicano.
Que se construyeron muchas viviendas. También están a la vista, pero construidas con pésima calidad y algunas con riesgo de colapsarse, como se acaba de documentar en el estado de Hidalgo.
Y si a estos escenarios se suman los episodios sangrientos de todos conocidos y la proliferación delincuencial dedicada a la extorsión de prósperos empresarios que vienen de la cultura del esfuerzo, pues la pregunta insistente es qué informa el Presidente de la República en el documento que entrega al Congreso.