*Perversas complicidades
*Líderes agrarios sin escrúpulos
*Inmobiliarias también ganaron millones
Por Arturo Estrada Rosales
Sólo el 20 por ciento del campo del Distrito Federal mantienen una actividad productiva, el 80 por ciento restantes sigue viviendo un proceso de desintegración. Los surcos han sido sustituidos por invernaderos, calles e inmuebles
El DF llegó a contar hasta con 93 propiedades sociales entre ejidos y comunidades agrarias con relevante actividad productiva. Al paso del tiempo, diversos elementos se conjugaron en la creación de nuestro gran conglomerado urbano y se convirtieron en la punta de lanza que acabaría con la naturaleza y su trabajo agrícola.
En 1988 la encuesta agropecuaria ejidal señalaba la existencia de 38 ejidos y comunidades agrarias relacionadas con la actividad agrícola, ganadera, forestal, de recolección y saneamiento del bosque. Su extensión era de 66 mil 213 hectáreas, algunas de ella se encontraban en casos de expropiación para fines sociales, de regulación urbana y cambio de tenencia de la tierra.
El mayor número de ejidos y comunidades agrarias se encontraban en Tlalpan, Tláhuac y Milpa Alta, con 9 y 7 unidades respectivamente, lo que representaba el 63.53 por ciento; Xochimilco con 4 ejidos equivalentes al 10.53 por ciento.
Mientras que Cuajimalpa contaba con 3 propiedades, Álvaro Obregón con 2, Magdalena Contreras con 4, juntos con un porcentaje de 23.68 por ciento; Iztapalapa con 1 equivalente al 2.63 por ciento del total de los ejidos y comunidades agrarias y finalmente Gustavo A. Madero con 1 propiedad igual a 2.63 por ciento.
Todavía a estas fechas, muchos campesinos recuerdan los ejidos y comunidades agraria de San Bartolo Cacahualtongo, Ferrería; Santa Bárbara y Santiago Ahuizotla, en Azcapotzalco; San Simón Ticomán y Santa Cruz Atoyac en Benito Juárez; Churubusco y la Candelaria en Coyoacán.
Huipulco y Padierna en Tlalpan; Mexicalzingo, San Andrés Tetepilco, San Andrés Tomatlan, San Juanico Mextipac, San Lorenzo Xicoténcatl y Santiago Acahualtepec en Iztapalapa; La Magdalena Contreras en Magdalena Contreras; Independencia, Iztacalco y Santa Anita en Iztacalco, y San Bartolo Atepehuacán en Gustavo A. Madero, todos extintos.
Para el principio de los años 90, la pérdida de ejidos y de las actividades relacionadas con los mismos, siguió siendo una constantes; se calculó que existían 59 mil 057 hectáreas de superficie de ejidos y comunidades agrarias, 7 mil menos que en 1988, lo que reflejó la inoperancia de las leyes agrarias y ecológicas.
De igual manera, se manifestó la ineptitud de los encargados de conservar y procurar el desarrollo del campo y la mejor forma de vida de los campesinos, desde la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, hasta la Liga de Comunidades Agrarias, pasando lo que fue la Comisión Coordinadora para el Desarrollo Rural COCODER, el ex Departamento del Distrito Federal y la Secretaría de Desarrollo Social.
De esta manera, el número de ejidatarios o comuneros descendió considerablemente, aunque algunas estadísticas de aquel entonces, realizadas por el Vll Censo Ejidal señalaban lo contrario; ésta indicaba que había 33 mil 374 campesinos, sin embargo en voz de los representantes de éstos y con base en el Atlas Ejidal del DF, se consideraba la presencia de 20 mil 373.
Siendo Xochimilco donde más se concentraban con 3 mil 271; Tláhuac con 3 mil 549; Tlalpan 2 mil 932; Cuajimalpa 8 mil 811; Milpa Alta 2 mil 556; Magdalena Contreras 2mil 515; Álvaro Obregón mil 451; Gustavo A. Madero 460; e Iztapalapa 378.
El campo capitalino, sin agua 20 años
La decisión de las autoridades del DF por dotar a la ciudad del vital líquido, con las consecuente explotación del acueducto, construido en la época de Porfirio Díaz, que corre de Tulyehualco hasta la planta de bombeo de Xotepingo, ocasionaron la disminución de humedad en las tierras, contaminación de aguas negras, y tierras salitrosa, por lo que campesinos no produjeron por años y finalmente optaron por abandonar y hasta vender sus parcelas para dedicarse a otra cosa.
Tardíamente algunas autoridades de ese entonces (años 70) se preocuparon por el campo del Distrito Federal y fue en los años noventa cuando autoridades de la Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica como delegados políticos que contaban en sus demarcaciones con zonas de cultivo y ganadería, decidieron sustituir aguas negras por aguas tratadas, aunque también contaminaban las siembras y la tierra.
Y a pesar del esfuerzos de los campesinos por producir alimentos, las cosas no resultaron como pensaron, pues el deterioro de sus tierras fue un hecho, pues en los años 90 producían en media hectárea de 3 a 4 bultos, igual a 200 kilos de un determinado producto; anteriormente media hectárea les producía en tiempos de cosecha hasta 5 toneladas; la gravedad del asunto fue poco analizado.
Ya desde entonces, los campesinos de la capital señalaban a las autoridades que no bastaba con su supuesta voluntad política para hacer producir en la zona rural del DF y seguir conservando los terrenos agrícolas. Que era necesario aplicar nuevos modelos de producción para que la actividad del campo fuese rentable y con ello frenar la mancha urbana, que con gran velocidad estaba sustituyendo los surcos, por calles y avenidas.
De ahí que surgió la necesidad urgente de que el gobierno dotara a los campesinos de créditos y asesoría, proporcionándoles tecnologías de acuerdo a los tiempos, así como apoyo a la comercialización de productos, poniendo así un coto a las prácticas de corrupción enquistada por décadas, que tanto ha dañado a los pequeños productores y en consecuencia a pequeños comerciantes de la zona rural del DF, pero todo fue a medias.
El campo sembrado
La referencia de los años 90 en cuanto a las hectáreas sembradas en la zona rural del Distrito Federal, fue determinante, pues fue una década que marcó un acelerado abandono del campo de cultivo de la capital.
Pues de los 43 ejidos y comunidades agrarias que se ubicaban en el DF, la principal actividad agrícola, del total de la superficie calculada en más de 58 mil hectáreas, tan sólo 13 mil 538 era tierras de labor, sembradas de distintos productos:
En Tlalpan, en una superficie de 23 mil 242 hectáreas de ejido, únicamente había 6 mil 325 sembradas; Milpa Alta de 22 mil 474 hectáreas, tenía 3 mil 335 sembradas; en Tláhuac, de 3 mil 560, sólo se ocupaban para la siembra 2 mil 632 hectáreas.
Álvaro Obregón, tenías sembradas 140 hectáreas en una superficie ejidal de mil 329 hectáreas; Magdalena Contreras con un área de ejido de 5 mil 941 hectáreas, había sembradas 628; Cuajimalpa de 2 mil 011 hectáreas, tenía 166 sembradas; y Gustavo A. Madero de 66 hectáreas de tierra ejidal, sembradas 63.
Estos datos mostraban que el 80 por ciento de la superficie de ejidos y comunidades agrarias, eran destinadas a otras actividades o eran tierras ociosas. Teniendo como fin principal el autoconsumo en 7 ejidos, mientras que 29 de ellos destinaban su baja producción a la venta local o nacional.
Aún se recuerda que en esos tiempos de 42 tractores existentes en los 43 ejidos, únicamente funcionaban 7, cifra irrisoria, al igual que la utilización de 50 animales de trabajo; en Milpa Alta, Tláhuac y Tlalpan, eran las delegaciones donde se encontraban mayor número de ellos.
El empleo de insumos que apoyaban al agricultor era permisible en aquellos que todavía tenían tierras poco contaminadas; en 7 ejidos se utilizaban semilla mejorada; en 5 se injertaban árboles; en 27 se aplicaban fertilizantes químicos; en 32 se aplicaban fertilizantes de tipo orgánico y en 20 de ellos existía la aplicación de pesticidas de vez en cuando.
En cuanto a equipos o instalaciones de riego, en 4 ejidos se dio la utilización de “bordo u olla de agua”, los demás ejidos ni siquiera contaban con ello. Y sólo en 8 hectáreas de propiedad social de la delegación Tlalpan existía sistema de riego, en otras delegaciones colindantes a ésta, se aprovechaban los escurrimientos de la sierra para algunas tierras de labor.
En cuanto a la asistencia técnica de dependencia como la SARH y lo que fuera la COCODER, sólo en el 31.58 por ciento de los ejidos se hizo presente.
Es decir, la mayor parte de la tierra de cultivo del DF eran de temporal; la predominación de cultivos se da en el ciclo primavera y verano, con lluvias de mayo a septiembre, corriendo el peligro de sequías o inundaciones.
En resumen, al campesinado del DF no se le dieron los suficientes apoyos para rehabilitar su actividad.
De acuerdo con las apreciaciones de campesinos productores en pequeño, indicaban que el primer problema para obtener un crédito eran las trabas burocráticas, y segundo, que cuando se llegaban a otorgar, se les daba a campesinos que ya no trabajaban la tierra, utilizando ese dinero para otras cosas, en un juego sucio entre las autoridades de Banrural que autorizaba los créditos y los que lo recibían.
Por otra parte, en cuanto a la obtención de seguro de riesgos, ninguno de los 43 ejidos y comunidades agrarias los obtenían, al cerrarles las puertas la institución que se encargaba de ello: Agroasemex.
Y en cuanto al programa Apoyos Directos al Campo (Procampo) para productores en pequeño, este no llegó a los campesinos del DF, por considerar estúpidamente las autoridades, principalmente los de la SARH, que no tenía caso, al considerarlos ya parte del proceso productivo del país.
Qué era la Liga de Comunidades Agrarias del DF para los campesinos
Esta agrupación pertenecía a la priísta Confederación Nacional Campesina CNC y tenía como principal actividad organizar, reunir, representar, ser gestor de los problemas que aquejaban a los campesinos y los que tenían con las autoridades del DDF, SARH, COCODER, y buscar el desarrollo del campo en beneficio de quienes la trabajaban.
Sin embargo, en esos años 90, esas obligaciones de la liga no se manifestaban en favor de las bases, al contrario, su falta de aplicación traía detrimento en la vida del campesino; y entre los personajes más nefastos que manejaron la liga, recuerdan todavía campesinos, fue Felipe Caldiño Paz, a quien acusaron que siendo su representante sólo se enriqueció debido a su acercamiento con el poder.
Este personaje contaba con el apoyo de diputados, senadores y con la amistad de Marcelo Ebrard, quien entonces era secretario general de gobierno del DF, y del que fuera regente en esos momentos Manuel Aguilera, todos del tricolor. Y sólo así permaneció al frente de la liga.
A este personaje también se le recuerda entre otras cosas, porque en 1970 aprovechando que su hermano era delegado de la comisión reguladora de la tenencia de la tierra en el DF, realizó la invasión de los ejidos de Santa Marta Acatitla y Santa María Astahuacán, y después de negociar su salida con un cobro del 35 por ciento del valor de la tierra, obtuvo jugosas ganancias.
En 1989 intervino en la expropiación de la Sierra de Guadalupe; los 300 ejidatarios de la zona recibieron la promesa de preservar sus tierras a cambio de 3 millones de viejos pesos cada uno; pocos ejidatarios recuperaron sus derechos y nos tuvieron que pagar el timo, el resto no sólo perdió su dinero, sino hasta su parcela, ganando Caldiño no menos de 600 millones de pesos, de los viejos.
Otra de las fechorías del ex líder agrario, fue que el dinero que quincenalmente llegaba a sus manos (20 millones de viejos pesos), vía DDF y PRI, no lo destinaba para apoyar a los 43 secretarios que conformaban la Liga de Comunidades Agrarias del DF, sólo llegaban a recibir sus incondicionales y esto son unos ejemplos de cómo líderes campesinos del DF trabajaban únicamente para su beneficio, sin importarles la problemática del campo; otro factor del olvido de los campos de cultivo.
Invernaderos y huertos urbanos para producir
Al paso del tiempo, el 30 por ciento de trabajadores del campo del DF se alejó de su práctica al buscar sus subsistencia en la zona urbana, específicamente en fábricas, como obreros, en el gobierno de la capital como barrenderos, en intendencia, en jardinería, y al comercio ambulante cuando el campo de la Ciudad de México requería presupuestos reales y viables que lo lleven a un verdadero desarrollo productivo, pues hasta hoy, los recursos asignados a este sector cada vez son disminuidos sustancialmente.
Se constata que desde el 2007 a la fecha el presupuesto destinado al campo ha disminuido casi en un 50 por ciento, de 90 millones que se destinaban en el 2007, hoy estamos hablando que en 2013 sólo se contaba con 48 millones de pesos.
Los mejores años para el campo en el Distrito Federal fueron en 2008, con 341 millones de pesos y 2011, con 277 millones de pesos.
Ante esto, el campo del DF no podrá tener mayores herramientas para asegurar la soberanía o seguridad alimentaria, ya que sólo con una economía sólida y un mercado estable a precios justos para nuestros productores, podremos avanzar hacia nuestra seguridad alimentaria, que hoy en día no sólo es un derecho humano, sino también es un derecho reflejado en nuestra Constitución Política.
Y si bien desde hace un par de décadas se dieron pasos para que los campesinos no abandonaran el campo con la creación de invernaderos, esto no dio los frutos esperados, a pesar de considerar que con esa tecnología los campesinos serían su propio patrón, y así podrían competir y vivir de sus productos que cosechan todo el año.
Pero como nunca llegarían a ser grandes productores, porque sus tierra son pequeñas, se dio poco acercamiento al respecto, al grado que ahora el actual gobierno de la capital toma nuevas medidas para alimentar a los habitantes de la ciudad capital.
Es así que en la presente administración que dirige el Doctor Miguel Ángel Mancera, la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades del Gobierno del Distrito Federal (SEDEREC), puso en marcha los Huertos Urbanos para la producción de alimentos sanos a cielo abierto, en azoteas de conjuntos habitacionales y predios que hace siete años era utilizado para la venta de auto partes, en su mayoría ilegales.
A decir del titular de la SEDEREC, Hegel Cortés Miranda, ha informado que en lo que va de la presente administración, se han ganado mil 250 metros cuadrados de actividad agrícola en la Zona Urbana de la Ciudad, a través de los Huertos Urbanos instalados en 4 Unidades Habitacionales, con un beneficio de mil 205 familias y una producción de 10 toneladas de verduras y más de 30 mil piezas de hortalizas de diferente especie, calculando que para el 2015 la producción de alimentos será en 3 mil 500 metros cuadrados en diferentes espacios de la urbe.
Mientras tanto, el recién llegado como líder a la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Distrito Federal, Fernando Rascón Fuentes (2014-2018), se ha comprometido a trabajar en todas las delegaciones del DF, no sólo las que aún mantienen actividad agropecuaria, acusando la falta de apoyos de la administración perredista, a los productores de alimentos que habitan en las delegaciones de Tláhuac, Xochilmilco, Tlalpan, Magdalena Contreras, Milpa Alta y Álvaro Obregón.
No más campo en la ciudad
El proyecto neoliberal desde los años 80 ha fracasado en el campo, al no poderlo librar de su crisis. Las nuevas leyes agrarias sólo trajeron la posibilidad de facilitar la expropiación las tierras de cultivo y expulsar a los campesinos.
La supresión de precios de garantía, de los subsidios a los pequeños productores y la comercialización en manos del mercado monopolizado por introductores identificados con las autoridades de ayer y hoy, también han contribuido para correr a los campesino de sus tierras de cultivo.
Situación que fue aprovechada desde hace más de tres décadas, y que sigue prevaleciendo en este momento, por los desarrolladores inmobiliarios, que han adquirido la tierra rural para fines urbanos y con ello la reducción del arraigo de las nuevas generaciones hacia actividades agrícolas.
Todo por supuesto, con el contubernio de las autoridades delegacionales y del gobierno central, con lo que se han enriquecido a manos llenas; los mayores problemas han ocurrido en las delegaciones de Tláhuac, Tlalpan, Álvaro Obregón y Xochimilco.
El que se hayan privatizado las tierras del ejido y comunales del Distrito Federal, abrieron, como ya mencioné, la brecha para que las asociaciones de inmobiliarias hayan visto un excelente negocio para ingresarlas al mercado inmobiliario y seguir ganando millones y millones de dólares, con la venia de la autoridades también ganadoras, vislumbrándose con mayor claridad la idea de siempre, más urbanismo y menos tierras de cultivo en nuestra macrópolis. Ni más, ni menos.