En el noroeste de la ciudad de México la contaminación por este tipo de partículas es más grave; mientras que en el suroeste la contaminación por ozono es la más grave. Científicos de los Institutos de Investigaciones Biomédicas y de Fisiología Celular de la Universidad Nacional Autónoma de México estudian los problemas asociados con la contaminación del aire, y cómo afecta a la función olfativa.
La investigación coordinada por el doctor René Drucker-Colín y la doctora Robin Hudson, ambos integrantes de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y realizada por el maestro Marco Guarneros, consistió en comparar la capacidad olfativa en 30 adultos jóvenes del estado de Tlaxcala, y a 30 voluntarios de la ciudad de México; se escogió a Tlaxcala por ser una región geográficamente similar pero con bajos índices de contaminación.
A cada voluntario se le aplicaron 3 pruebas: la primera consistió en medir el umbral de detección, que es la concentración mínima que se requiere para detectar el olor de una sustancia particular. La segunda es la prueba de discriminación de olores, que evalúa la capacidad del sujeto para distinguir un olor de otro. Por último, una prueba de identificación de olores cotidianos, en la que el sujeto asocia un olor con su nombre, con ayuda de una lista de opción múltiple. Los resultados de las pruebas se suman para obtener un puntaje combinado.
Los resultados indican que a diferencia de los habitantes de la ciudad de México, los de Tlaxcala detectan un olor rápidamente y con bajas concentraciones de sustancias odorantes, además, pueden discriminar mejor entre odorantes significativamente similares en comparación con los del Distrito Federal; incluso tienen un buen desempeño en una prueba realizada para evaluar la sensibilidad del trigémino, observándose una mejor capacidad de percepción de un tipo de olores llamados “frescos”. Los resultados de las pruebas que se han realizado hasta el momento muestran que la capacidad olfativa de los habitantes de la ciudad de México es menor y probablemente está asociada con la contaminación ambiental.
Lo que se conoce comúnmente como el sentido del olfato se compone de múltiples sensaciones mediadas por dos vías neurales distintas del cerebro, pero conectadas entre sí: los sistemas olfativo y trigeminal. En el primero, las moléculas de olor llegan a las células olfativas ubicadas en el fondo de la cavidad nasal donde son percibidas. Por otro lado, las terminaciones nerviosas del trigémino, que están por toda nuestra nariz, permiten la percepción de sensaciones picantes, frescas y dolorosas; así percibimos el chile y la menta.
“Una función importante de la sensibilidad trigeminal intranasal es evitar la inhalación de sustancias tóxicas o irritantes y, al igual que el olfato, nos puede ayudar a evitar accidentes en el hogar. Además, la activación trigeminal puede desencadenar reflejos protectores, incluyendo estornudos y producción de lágrimas” explicó Marco Guarneros responsable del proyecto.
Cuando la exposición a los contaminantes es breve, las células olfativas son capaces de limitar el daño a la mucosa nasal pero en el caso de la exposición crónica de la mucosa, puede reducir su capacidad de defensa, causando malestar.
Finalmente en esta investigación se propone que el ozono tiene efectos negativos en la capa de células olfativas, al fondo de la cavidad nasal, lo que produce una reducción en nuestra percepción de olores y “aunque no sabemos si los transtornos del olfato se deban solamente al ozono, lo que sí sabemos es que tiene efectos negativos en nuestro sentido del olfato” finalizó Guarneros.