Comúnmente se piensa que en México no se ha hecho ciencia - o se ha hecho una ciencia periférica a la europea-, y que no se ha generado tecnología pues se ha importado de países más avanzados. Sin embargo, la historia de la ciencia y la tecnología de Latinoamérica ha mostrado que esta idea es errónea, sostiene el doctor Juan José Saldaña González, quien asegura que a través de este tipo de investigaciones, él y sus colegas han logrado romper con la idea de que toda ciencia local es ciencia atrasada, y establecer que sí ha habido ciencia de excelencia en esta región, que genera nuevos conocimientos y son aportaciones al desarrollo mundial.
Tras varios años en este campo de estudio, Saldaña González, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tiene varios trabajos para demostrarlo. Es el primer mexicano en doctorarse en historia de la ciencia y la tecnología, grado que le otorgó la Universidad de Paris en 1980; desde entonces, tras su regreso a México, se ocupó de impulsar una comunidad de investigadores en este campo de estudio con quienes fundó y creó Quipu. Revista Latinoamericana de historia de las Ciencias y la Tecnología, una publicación especializada de la cual ha sido su editor desde 1984, cuando nació, hasta la fecha.
Uno de los trabajos más recientes en los que se demuestra esta visión errónea, afirma, es sobre la historia de las locomotoras en el país. Para construir el sistema de ferrocarriles hacia finales del siglo XIX –narra- se trajeron locomotoras en barcos desde Inglaterra y Bélgica, de tal manera que el primer tramo funcional de ferrocarril en el país, que iba de México a Veracruz, se terminó de construir en los primeros años de 1870.
“Estas máquinas con el uso y el paso del tiempo se dañaban y desgastaban, así que había que repararlas, a veces con arreglos ligeros y en ocasiones con reparaciones mayores y no siempre era posible esperar a que llegaran las refacciones o los técnicos desde Europa para arreglarlas. Fue así que los operarios mexicanos empezaron a componerlas en sus talleres y tras ir acumulando experiencia y conocimientos pudieron hacer reparaciones mayores hasta llegar a construirlas íntegramente”.
Esto llevó a que en el periodo de 1877-1880 se iniciara una revolución en materia de comunicaciones en el país. De tal manera que para 1890 los trabajadores mexicanos habían construido totalmente las primeras locomotoras y en las décadas siguientes se construyeron muchas locomotoras de vapor en diferentes talleres de las empresas de ferrocarriles por maestros que habían adquirido el conocimiento de la tecnología del vapor en forma práctica y que incluso escribieron tratados acerca de la locomotora, como el que redactara el maestro S. A. Alzatti, documento que se empleó por mucho tiempo para enseñar mecánica de locomotoras.
“Es cierto que estas máquinas vinieron del exterior pero paulatinamente fue surgiendo un conocimiento técnico en términos informales viendo cómo se hacían las cosas y luego con una enseñanza formal escolarizada en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela de Ingeniería que capacitó a los mexicanos para poder fabricar productos industriales complejos como en su época lo fue una locomotora”.
Otro caso es en la aeronáutica, pues hacia 1915 se desarrolló en nuestro país una forma especial de hélice como respuesta al bajo rendimiento de las empleadas hasta entonces en las alturas del altiplano mexicano.
El tipo de aeroplanos que se construían en esa época provenían de países que encuentran a nivel del mar, así que cuando se trajeron a la Ciudad de México -a un lugar con una altitud mucho mayor, más de dos mil metros de altura sobre el nivel del mar- se enfrentaban a propiedades físicas diferentes de viento, de manera que las hélices resultaban incapaces de producir la tracción necesaria para mover los aviones a esta nueva altura. Así fue que en nuestro país se diseñaron nuevas hélices de avión, una muy famosa fue “Anáhuac”, hecha de madera que se exportó en 1915 a Centro y Sudamérica, así como a Japón, y en 1916 se usaron en Chile para sobrevolar la Cordillera de los Andes, a más de cinco mil metros de altura.
“Este es un tema en el cual venimos trabajando y dentro de él hay un aspecto que nos interesa particularmente y es la relación entre tecnología y política porque la industria aeronáutica la desarrolló el gobierno revolucionario de Venustiano Carranza para fines militares con un interés político, entonces hemos podido percatarnos que entre tecnología y política hay una relación y que el Estado se convierte en un promotor, en un articulador de estrategias de desarrollo tecnológico”.
Para Saldaña González esto demuestra que es necesario romper con los prejuicios sobre la ciencia y la tecnología mexicanas. “En principio, tenemos que entender que éramos una colonia, una dependiente de España, una nación atrasada científica y tecnológicamente, en un lugar remoto. Y que después en México, como nación independiente, fue necesario remontar una cuesta muy difícil donde hubo que aprender, adaptar, crear condiciones adecuadas, lo cual dio lugar a experiencias particulares de desarrollo de ciencia y la tecnología”.
Pero aun desde antes de la época colonial ya había muestras de creatividad científica en diferentes ámbitos de la vida de los pueblos originarios, agrega. “Aquí hubo una ciencia indígena muy importante en botánica, matemáticas, astronomía, técnicas constructivas, por ejemplo”.
Un campo de estudio útil
De acuerdo con el también miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, saber la historia de la ciencia y la tecnología en México va más allá de una acumulación de conocimiento, pues estos “pueden contribuir de manera importante al establecimiento de las políticas de ciencia y tecnología saludables que requiere el país. Ha sucedido que, desconociendo nuestro pasado, se han hecho cosas y tomado decisiones de las cuales pronto nos damos cuenta que fueron graves errores. Es ahí donde la historia de la ciencia aporta el grano de realismo que necesita tener la política científica y tecnológica en el país”.
Sostiene que la historia nacional no es solo la historia de sus batallas, de su política, de su economía y folclor, sino que además incluye a la historia de la ciencia y la tecnología, dos aspectos de los cuales se sabía muy poco hacia 1980; el número de investigaciones ha ido creciendo paulatinamente desde entonces y hoy sabemos muchísimo más de lo que se sabía hace 40 años sobre la historia de la ciencia mexicana, pero aun así me parece que apenas estamos viendo la punta de un iceberg, aún tenemos mucho que investigar.
Por otro lado, Saldaña González sostiene que la historia de la ciencia tiene una virtud muy importante: reúne elementos de las humanidades y de la ciencia y la tecnología por lo que se convierte en una terreno privilegiado para la creación de cultura científica, la cual no es únicamente el conjunto de conocimiento positivos en determinada disciplina científica, sino también el conocimiento de sus condiciones históricas en el pasado e incluso en el presente.
Para el investigador, especializado en historia de la política científica del siglo XX, mostrar que entre ciencia “local” y ciencia “universal” no hay necesariamente dependencia como se pensaba antiguamente, tiene implicaciones importantes en la época de globalización que se vive en la actualidad, “sobre todo por el complejo de inferioridad que por siglos ha acompañado a estos pueblos que voluntariamente se someten a una servidumbre de lo que se hace fuera, negándonos el talento, la capacidad, la imaginación, la creatividad, es posible entenderlo como un elemento que es susceptible de generalizarse a partir de nuestras condiciones particulares”.