*La cuenta matemática, la escritura y los calendarios mesoamericanos

Para el inicio del preclásico temprano (2,500-1,200 a.C.) – dice Joaquín García Bárcena en un ensayo publicado en la edición especial 11 de revista Arqueología- casi todas las plantas que serían cultivadas en Mesoamérica, la Colonia Española y la época actual,  habían sido domesticadas. Este mérito tecnológico implicó la creación de múltiples prácticas asociadas a la agricultura y a la “revolución urbana”: la observación astronómica, la calendarización solar y lunar, la meteorología, la medición del tiempo, la hidráulica, la aritmética, el cómputo de pesas y medidas, el comercio, la acumulación de riqueza, las disputas comunales internas, las guerras con otras comunidades, la esclavitud, la división del trabajo entre sacerdotes, agricultores, cazadores, administradores, comerciantes, lapidarios, joyeros, militares, albañiles, etc.

La observación astronómica y meteorológica habría de verter en la elaboración de un sistema matemático de cómputo vigesimal basado en la cuenta de los 20 dedos de manos y pies de una persona. Del uno al cuatro eran representados con puntos (°  °°  °°° y °°°°), el cinco con una raya horizontal (-), el 10 con dos rayas (=), el 11 con dos rayas y un punto arriba, el 12 con dos rayas y dos puntos arriba; el veinte con una mano, el cero con una concha o caracolito. El 400, resultado de 20x20 y unidad para la cuenta de relación infinita, era simbolizado con una pluma de ave. La mayor unidad utilizada en los usos cotidianos era 8,000, resultante de la multiplicación de 20x20x200. Este sistema matemático fue concebido al cabo de miles de años hasta verter en la cultura olmeca y distribuirse posteriormente en la teotihuacana, tolteca, zapoteca, mixteca y maya, entre otras.

Estos conocimientos vertieron en la construcción de dos calendarios de gran utilidad para sus prácticas civiles, laborales y religiosas. Uno fue elaborado con base en la observación del movimiento del sol y otro con el de la luna y otras esferas celestes . El primero tenía 365 días  distribuidos en 18 meses de 20 días y 73 “quintanas” (Sahagún denominada así a esas semanas de cinco días). La última “quintana” se integraba con cinco días vacuos, que eran de mal augurio y por su presumida “vacuidad” concordaban con el concepto europeo de “vacación”. Cada cuatrienio el ciclo anual tenía 366 días, considerando un día adicional que los griegos de Platón y Aristóteles no advirtieron. El otro calendario, el lunar, tenía 260 días, estaba distribuido en 13 meses de 20 días que representaban, al igual que en el calendario civil, a otras tantas divinidades. De acuerdo con Sahagún este no era anuario sino un sistema de astrología judiciaria con el cual podía preverse el destino de las personas según el signo del día en que habían nacido.

El sistema calendárico mesoamericano en manos de los mayas de Yucatán llegó a un nivel de precisión matemática que su margen de error es ínfimo (una diezmilésima de segundo) con respecto a la medición electrónica actual, superando en este rango al calendario gregoriano que rige en Europa desde el milenio pasado (1592). La mayor cuenta de tiempo era de 104 años, correspondiente a dos siglos mesoamericanos de 52 años, a cuyo término –según los referentes recogidos entre mexicas, mayas, totonakos, etc—se realizaban ceremonias rituales para celebrar el advenimiento de un nuevo ciclo histórico. Sahagún asegura que entre los mexicas del Valle de México estos ritos, efectuados en el cerro Uixachtécatl de Iztapalapa, coincidían con la ubicación del grupo estelar las Cabrillas en el ángulo superior de un triángulo isoseles asentado en Tierra.

La escritura de la civilización mesoamericana fue glífica pero entre las culturas regionales más avanzadas –maya, mixteca, zapoteca, mexica o azteca- hubo importantes aproximaciones a la representación alfabética, silábica y aun fonética, cuyo desarrollo posterior fue truncado por la irrupción de los conquistadores europeos a partir del siglo XVI. Los elementos jeroglíficos, ideográficos y pictográficos utilizados por el hombre mesoamericano cumplieron, sin embargo, con el objetivo fundamental de trasmitir todo tipo de ideas de contenido utilitario, religioso y abstracto, como puede constatarse en los códices, murales pictóricos, relaciones escultóricas, relatos orales recogidos por los cronistas españoles y los textos posteriores a la Conquista elaborados por escritores indígenas de las culturas mexica y maya.

Los códices prehispánicos, pintados con refinada intención estética, reunían información histórica, geográfica (mapas), religiosa, tributaria, militar y política. Estaban pergeñados en amate, papel elaborado con corteza de árbol machacada. El uso de papel en Mesoamérica se inició entre los siglos V y VIII del primer milenio, fue concomitante al de China y anterior al de Europa. Su consumo en las ciudades más desarrolladas (Teotihuacán, Tula, Chichén Itzá, etc) advierte la presencia de estados con alto grado de concentración de poder político y burocracias administrativas. El consumo anual de este producto pudo llegar a ser hasta de 500 mil hojas en el periodo gubernamental del tlatoani Axayácatl de Tenochtitlán en la segunda mitad del siglo XV, según el Códice Mendoza.

Hacia finales del décimo siglo de nuestra era (900 d.C) el desplazamiento de los gobiernos teocráticos por cuenta de los jefes militares, quienes desempeñarían también la función de “sumos sacerdotes” hasta el etapa final de Mesoamérica (1521), la revolución tecnológica de esta civilización había derivado en la aparición de cerca de medio millar de asentamientos urbanos habitados con varios miles de personas. La mayoría de estas ciudades estaban provistas con sistemas hidráulicos de uso agrícola y humano,  mercados, calles, plazas públicas y rutas comerciales. Un buen número de estas metrópolis poseían edificios de vocación ideológica relacionada con los poderes político y religioso que habrían de sobrevivir como paradigmas de esa cultura ancestral: las pirámides. (Continuará).