*Otras grandes herencias de la cultura mesoamericana

La cultura mesoamericana no sólo alienta en las más conspícuas expresiones ideológicas de los habitantes de los siete países modernos que hoy ocupan el territorio que la engendró hace cuatro mil años, sino también en los hábitos de comunicación, consumo, cuidado, trabajo y festejo más sencillos de su gente. Esta especificidad se advierte en indumentarias, sabores, tonalidades de voz, ecos de música, pasos de danza, fórmulas de cortesía y, pese a la mescolanza étnica de más de 500 grupos amerindios con más de una docena de pueblos europeos y otros tantos de África, en los rasgos predominantes en las poblaciones indígenas y mestizas: piel cobriza y pálida, pelo lacio, ojos rasgados a veces francamente orientales, pómulos pronunciados y estatura baja.

En las numerosas variantes de español “americano” que hoy se hablan en México y Centroamérica –tan sólo en nuestro país hay alrededor de 12—las lenguas mesoamericanas se hacen presentes mediante la impresión tonal de sus sonidos básicos o predominantes y en la incorporación de sus palabras de mayor uso utilitario y consuetudinario, muchas de las cuales están recogidas en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española porque se utilizan en otras vertientes nacionales del castellano en Europa, el resto de América y otras regiones del orbe.

El historiador y escritor Miguel León Portilla –Historia de México. Orígenes y desarrollo de Mesoamérica, FCE-SEP-Academia Mexicana de Historia, México, 2010— recuerda que un porcentaje superior al 50 por cierto de los nombres de las ciudades y pueblos de nuestros países conservan sus nombres indígenas y que en el caso de México hay un número importante de palabras aborígenes incorporadas al habla común del español “mexicano”, como son los casos de tocayo, contlapache, palero, cuico, mitote, tololoche, huapango, jacal, malacate, zacate, olote, teocali, tapanco, tinacal, tlapalería, tiza, cacle, huipil, molinillo, tianguis, tepetate, petaca, coyón, itacate, petetate, titipuchal, poda, papalotle, tepalcate, equipal, mecate, apantle, metate, molcajete, etc.

A estos vocablos hay que agregar los nombres de los más de 200 productos agropecuarios que Mesoamérica ha aportado a la humanidad para su uso alimentario, médico, vestuario y laboral. Una lista sucinta de alimentos incluye por supuesto al maíz (tlayolli), frijol (etl o ayocotl), aguacate, calabaza, vainilla (tlilxóchitl), cacao, chocolate, cacahuate, atole, tamal, yuca, camote, jitomate, cebolla, chayote, achiote, tomate, chile, mole, nopal, zapote, mamey, papaya, guayaba, chapulín, espirulina, chicle (tzictli), jícama, piña, chirimoya, ciruela, tejocote, capulín, tuna, pitahaya, chilacayote, guanábana, nanche, amaranto, chía, pozol, pulque (octli)  mezcal y tabaco, entre otros.

Mesoamérica es cuna asimismo de los dos productos más universales de la botánica y la fauna mesoamericanas –obviamente después del maíz y el frijol: el guajolote (huexólotl) y la flor de Nochebuena (cuetlaxóchitl) ambos adoptados como piezas emblemáticas de diversas expresiones culturales en países como Estados Unidos. En esta nación la cuetlaxóchitl es utilizada como símbolo de las Fiestas de Navidad con el nombre de “flor de pascua” o “poisentina”, este último debido a que el primer embajador estadunidense en México, Joel Roberts Poisentt (1822-1829), fue quien la llevó y difundió en la sociedad estadunidense. El pavo mesoamericano forma parte del platillo principal de la fiesta de Acción de Gracias de la vecina nación de Norteamérica. 

El tamal o “pan de maíz”, según los cronistas de la Conquista Española (1519-1521), es uno de los alimentos emblemáticos de la América prehispánica junto con el pan cazabe (yuca) y la papa (Perú). Su nombre (tamalli), de origen náhuatl, significa “envuelto”, se consume desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina y Chile, cuenta con alrededor de 5,000 variantes en todo el continente y más de mil en México.

La herbolaria mesoamericana, de acuerdo con Francisco Xavier Clavijero (Historia antigua de México), incluía más de 1,200 plantas medicinales (raíces, hojas, cortezas, tallos, flores, frutos, semillas), cuya clasificación botánica y análisis químico derivó en la incorporación casi inmediata de más de estas 200 especies a la farmacéutica europea en el siglo XVI  y XVII. Otro tanto ocurrió con algunos productos como el algodón, el henequén (kí en maya) y el ixtle (fibra de maguey o metl), fibras de uso mundial en la industria textil y la jarciería marítima hasta principios del siglo XX; los colorantes como el palo de Campeche (azul) y la cochinilla de nopal (grana) y el hule, producto extraído de un árbol de la selvas del sureste con el que se fabricaban muchos productos, entre ellos llantas de automóviles.

Pero el soporte social y cultural más importante de la vigencia de Mesoamérica en la época actual está en la sobrevivencia de alrededor de 80 grupos étnicos que son herederos directos de esa gran cultura. Tan sólo en México hay más de 50 y en Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica más de 30, la mayoría con dominio de lenguas mayenses y nahuas, los troncos lingüísticos con mayor población en el área mesoamericana. En conjunto las lenguas mayas de México y Centroamérica son habladas por más de seis millones de personas, en tanto que las nahuas superan los dos millones. En Guatemala la población indígena es mayoritaria y en México representa cerca del 10 por ciento.

En estos hechos se apoyan los investigadores más prestigiados de las ciencias modernas –Alfredo López Austin, Miguel León-Portilla, Guillermo Bonfil Batalla—para afirmar categóricamente que Mesoamérica no ha muerto y que vive aún en muchas de las expresiones vitales de la cultura mestiza u “occidental” de los habitantes de las siete u ocho naciones herederas de la gran civilización americana. (Fin).