La incansable labor de Román Piña Chan (1920-2001) puede demostrarse en números: 68 años dedicados a la arqueología, 54 de ellos en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), trabajos en medio centenar de sitios y más de 200 títulos, entre libros y artículos; además de una serie de postulados que los avances científicos han ido afinando.

Un ejemplo de ello es la Zona Arqueológica de Cuicuilco, al sur de la Ciudad de México, un sitio que el maestro protegió siendo director de Monumentos Prehispánicos del INAH, y cuyas últimas investigaciones señalan que fue el mayor centro ceremonial no sólo del sureste de la Cuenca de México, sino de todo este territorio a finales del periodo Preclásico (2500 a.C.-200 d.C.)

En el XIX Simposio Román Piña Chan que se lleva a cabo en el marco de la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH), el doctor Felipe Ramírez Sánchez conversó sobre Cuicuilco en la concepción del reconocido arqueólogo, mesoamericanista por excelencia.

A la luz de nuevos hallazgos y el cotejamiento de datos obtenidos en excavaciones sistemáticas y salvamentos arqueológicos, tanto en Cuicuilco como en zonas cercanas, Felipe Ramírez Sánchez destacó que se ha podido afinar la cronología de ocupación de este antiguo centro ceremonial del sureste de la Cuenca de México.

Contrario al lapso de vida que Piña Chan estimó para Cuicuilco, de aproximadamente 350 años, transcurridos de 400 a.C. a 100 a.C., Ramírez Sánchez destaca que, conforme la presencia de tipos cerámicos en el lugar, en realidad tuvo un milenio de continuidad cultural, remontándose de 800-700 a.C. a finales del periodo Preclásico Tardío, entre 200 a.C. a 250 de nuestra era.

No obstante, Piña Chan tuvo una claridad importante en lo que respecta a la conformación del asentamiento y su sociedad. Felipe Ramírez, especialista de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, dijo al respecto que en Cuicuilco se aprecia claramente la planificación de plazas de diferentes niveles que contienen estructuras monumentales de carácter ritual o doméstico.

Para Piña Chan, alrededor de Cuicuilco —como también pasaba con otros centros ceremoniales mayores del periodo Formativo con basamentos—, se congregaban poblaciones pequeñas.

Lo anterior ha sido confirmado mediante exploraciones en espacios que no quedaron cubiertos por la lava del volcán Xitle, cuya erupción ocurrió alrededor del 100 d.C. Destacan los sitios Corregidora, La Ladrillera y el centro de Tlalpan al sur, y al norte, Copilco. Asimismo, en la parte norte del estacionamiento de Plaza Cuicuilco, se registraron evidencias de un gran canal de irrigación que alimentaba otros menores y vestigios de una laguna artificial de nueve hectáreas.

“El Gran Basamento y el montículo de Tenantongo, ambas estructuras de aproximadamente 20 metros de alto por 110 de diámetro, más otras edificaciones de carácter doméstico, indican que Cuicuilco fue el mayor centro ceremonial de la región”.

Román Piña Chan también vio reflejado en este asentamiento el surgimiento de grupos de élite para la época del Preclásico Superior. En trabajos realizados a finales de los 50 y en un rescate arqueológico efectuado durante la construcción de Villa Olímpica, en 1967-68, se pudieron recuperar entierros de personajes de élite, ya que varios de ellos portaban, o contenían como parte de sus ofrendas, objetos suntuarios y parafernalia ritual; también presentaban deformación craneana y mutilación dentaria.

Estos grupos del Preclásico manejaron cultos religiosos relacionados con el fuego, la agricultura, el juego de pelota, ofrendas mortuorias a construcciones y ampliaciones de edificios, y con el fuego. También participaron de una amplia red comercial con las antiguas poblaciones que ocuparon los territorios que hoy ocupan los estados de Morelos, Guerrero y Oaxaca, la Costa del Pacífico y el Occidente, como lo ha corroborado la existencia de vasijas, figurillas, cinabrio, obsidiana, concha Spondylus, pizarra, serpentina y jadeíta, entre otros.

De este modo han sido corroboradas otras de las tesis de Piña Chan, quien señalaba el intercambio con grupos de poder a través de convenios, alianzas políticas y comerciales, para estas fases tan tempranas.

Isla de Jaina no fue una necrópolis

En el XIX Simposio Román Piña Chan, también se presentó la investigación sobre la isla de Jaina, en Campeche, la cual establece que no fue una necrópolis, sino un sitio cuyos moradores acostumbraban sepultar a sus muertos debajo de sus casas.

El arqueólogo Antonio Benavides, del Centro INAH Campeche, ofreció la conferencia Jaina y los asentamientos costeros de Campeche. Señaló que las evidencias arqueológicas encontradas en el pasado hicieron suponer que el sitio tenía un carácter sagrado por ser “una ciudad de los muertos”; sin embargo, hoy se sabe que el asentamiento tuvo una ocupación de varios siglos y, por lo tanto, muchas generaciones enterraron a sus muertos debajo de sus viviendas.

El responsable del proyecto Jaina dijo que esta costumbre no era propia sólo de los mayas, sino de otras regiones del México antiguo. Recordó que una de las primeras experiencias profesionales de Román Piña Chan fue su trabajo de exploración, registro, análisis y publicación de los enterramientos y ofrendas procedentes de la isla de Jaina, a lo largo de tres temporadas.

Las investigaciones de Piña Chan —agregó Benavides— han permitido hallar nuevos sitios costeros con vestigios arqueológicos, como las islas Uayamil y Piedras, y además entender de mejor manera la temporalidad y la funcionalidad de los asentamientos y su relación con regiones lejanas como el Golfo de México, en especial con el sur de Veracruz.

El sitio se desarrolló a lo largo del periodo Clásico Temprano (250 al 600 d.C.) con un auge durante el Clásico Tardío (600 al 1000 d.C.) para luego disgregarse política y económicamente antes del arribo de españoles al continente. Fue contemporánea a ciudades como Uxmal, Kabah y Edzná, entre otras.
Asimismo, dijo que las evidencias arqueológicas: jadeíta, obsidiana, cerámica de pasta fina, vasijas policromas y figurillas articuladas, muestran que Jaina participó en una compleja red de relaciones comerciales y que fue gobernada por la dinastía Kimi (“muerte” o “cráneo”). En tanto, su glifo hace referencia al cielo (Kaan).

El lugar comenzó a despertar interés de los exploradores durante el siglo XIX, tiempo en el que Désiré Charnay visitó la isla en 1886. Las primeras exploraciones sistematizadas en el sitio fueron hechas por Hugo Moedano (1946) y Román Piña Chan (1948, 1964 y 1968).
El arqueólogo Antonio Benavides informó que algunos de los edificios ya han sido excavados y consolidados para su conservación, pero el sitio no está abierto al público, porque aún falta habilitar la infraestructura para su visita.