Un sepulcro prehispánico de alrededor de 1,200 años de antigüedad, que debió pertenecer a una familia zapoteca de estatus medio que trabajaba para el sostenimiento de la élite, fue descubierto en la Zona Arqueológica de Atzompa, en Oaxaca.
El hallazgo en este sitio prehispánico, abierto hace unas semanas a la visita pública, se registró durante trabajos arqueológicos emprendidos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), para salvaguardar los restos de una antigua vivienda de ese sitio arqueológico, la cual se estima fue habitada entre 750 y 900 d.C.
Se trata de la cuarta tumba que se halla en esta urbe cercana a Monte Albán, luego de que en los primeros meses del año en curso se descubrió un complejo funerario compuesto por tres sepulcros, creados al interior de un edificio del área que ocupó la élite de Atzompa.
Para los especialistas del INAH el hallazgo del espacio doméstico y su tumba, son relevantes porque ayudan a comprender que el complejo central de la antigua urbe de Atzompa no solo tuvo un área cívico-ceremonial, sino también habitacional.
La arqueóloga Laura Mendoza Escobar, quien estuvo al frente de los trabajos de salvamento, informó que la tumba se localizó debajo del piso de lo que fue la habitación principal de la vivienda. Se trata de un espacio subterráneo que mide 1.90 m de largo, y al interior se extiende 80 cm, al que se accede por una entrada de 54 cm.
En el sepulcro, que se encontró intacto, estaban depositadas las osamentas de dos individuos adultos. El contexto indica que uno de ellos falleció primero, y sus restos fueron removidos tiempo después al fondo de la cripta para depositar el cuerpo de un segundo personaje, razón por la que el esqueleto de éste se halló en la posición en que fue enterrado (boca arriba).
La especialista del Centro INAH-Oaxaca explicó que este hallazgo presenta las características del antiguo patrón funerario zapoteca que, para el caso de sepulcros, se caracterizó por crear este tipo de enterramientos debajo de la recámara principal de las viviendas, porque era ésta el espacio más importante de las casas.
Mendoza Escobar detalló que a uno de los dos personajes enterrados, le fueron depositados en el umbral de la tumba y, a modo de ofrenda, cuatro vasijas efigie, cuyas medidas oscilan entre los 25 a 30 cm de alto, y entre 12 y 15 cm de ancho; únicamente una de ellas contenía restos de carbón.
Dos de esas vasijas representan al Dios Cocijo, deidad zapoteca de la lluvia, que es reconocido por la boca y la nariz con aspecto de una máscara bucal de reptil, así como por el glifo C, relacionado con el maíz.
En una de las piezas, el dios aparece sentado en una especie de trono, con un resplandor detrás, éste mismo elemento lo posee el otro recipiente. Ambos tipos de decoración (el trono o pedestal, y el resplandor) son poco comunes en representaciones de vasijas efigie localizadas dentro de la zona arqueológica, destacó la investigadora.
Otras de las vasijas efigie —añadió Laura Mendoza— alude a una deidad femenina en posición sedente, con las manos extendidas sobre su regazo y un collar de cuentas. La restante (otra deidad aún no identificada) muestra una iconografía compleja, se trata del busto de un personaje con nariguera prominente y un tocado de mazorcas, que en su pecho presenta un pequeño rostro flanqueado por dos círculos.