Las huertas (cultivo de regadío) forman parte importante de la historia de Aguascalientes; desde que se fundó como Villa, en 1575, se reservó el agua del manantial Ojo Caliente para su cultivo. Hubo huertas desde el siglo XVI y la ciudad creció junto con ellas, primero como Villa durante toda la época colonial, luego como ciudad a partir de 1824, en la época independiente.
Las huertas fueron parte esencial del paisaje urbano en la ciudad de Aguascalientes durante la Colonia, en el siglo XIX y la primera mitad del XX, pero es en la segunda mitad del siglo XIX cuando tuvieron su mayor esplendor, fue la época en la que hicieron de Aguascalientes “la ciudad de las flores, los frutos y las aguas”, comentó Jesús Gómez Serrano, investigador de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA).
Para el también integrante de la Academia Mexicana de Ciencias, “la razón por la que es importante estudiar las huertas tiene que ver con la historia de la ciudad, la cual no se entiende sin la historia de sus huertas, ignorar esto significa mutilar esa historia, decolorarla, quitarle uno de sus ingredientes más esenciales”.
El estudio de esta etapa “verde” de Aguascalientes se ha podido estudiar, indicó Gómez Serrano, gracias a un plano, obra de Isidoro Epstein de 1855, y a la recreación propuesta por Eduardo J. Correa en su libro Un viaje a Termápolis, “con ello he estudiado el peso que tenían las huertas en la ciudad, su distribución por barrios, la gestión del sistema de riego, la medida en que definieron el proceso urbano y ciertos mitos asociados al cultivo de la vid”.
No obstante estos documentos, el historiador admitió que hacen falta más estudios de caso para determinarlo con certeza, “pero con 459 huertas con derecho a riego en 1883, la ciudad de Aguascalientes parece un caso singular, uno de los mejores ejemplos que hay en México de horticultura urbana”.
En su artículo titulado “Remansos de ensueño. Las huertas y la gestión del agua en Aguascalientes, 1855-1914”, publicado a principios de 2015 en Historia mexicana, revista del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, el investigador menciona que pese a los beneficios las huertas colapsaron ya avanzado el siglo XX.
En esta publicación, Gómez Serrano propone una reflexión sobre la liquidación del sistema de huertas en el contexto de la industrialización de la ciudad, su acelerada expansión, la emergencia de nuevos hábitos de higiene y la explosión demográfica.
Liquidación del sistema de huertas
Una vez ocurrido el colapso de este sistema de cultivo “la afectación no fue principalmente económica, ya que el proceso de liquidación de las huertas sucedió a mediados del siglo XX, en un contexto de urbanización, de consolidación, de crecimiento de la ciudad, de crecimiento demográfico de la misma, de industrialización, de tránsito de una economía agraria a una economía industrial, lo que implicó la creación de fuentes de trabajo”.
En muchos sentidos los cambios fueron para bien, pero la liquidación del sistema de huertas que se llevó a cabo, considera el investigador en su trabajo, fue hasta cierto punto de manera irreflexiva, pues fue uno de los costos asociados al proceso de crecimiento de la ciudad y de industrialización al sacrificarse la actividad que durante muchos años fue uno de los sellos distintivos de la ciudad.
Como conocedor del tema y habitante de la ciudad, Gómez Serrano consideró inviable la posibilidad de regresar al sistema de huertas, “porque actualmente la tierra está ocupada de otra manera. En lugar del cinturón de esmeraldas, como describió a las huertas Eduardo J. Correa, lo que tenemos es un cinturón de fraccionamientos; y de ser una ciudad de 35000 habitantes ahora es de 800.000; es decir, es una ciudad que está extendida sobre un área mayor de la que cubrían las huertas a finales del siglo XIX”.
Para el investigador de la UAA, la historia propone muchos y diversos acercamientos a la vida de las ciudades, en particular la de Aguascalientes, que creció sobre los conflictos que hubo con motivo del agua de los manantiales de Ojo Caliente, que mantuvieron con vida el lugar durante 400 años, pero que fueron duramente disputados por los diversos interesados: los horticultores que emplean el agua para regar sus huertas y los habitantes que la querían en sus cocinas, para el aseo de sus casas y para el propio consumo.
En este sentido, la reflexión sobre las huertas y sobre la gestión del agua “nos acerca a las dinámicas sociales, a los conflictos, a la forma en que los partidos, los barrios negociaban sus diferencias, a la intervención de gobierno local, a la incapacidad muchas veces de ofrecer soluciones que dejaran completamente satisfechas a las partes; a esas soluciones de compromisos provisionales que se adoptaron una y otra vez, que se anunciaron como definitivas pero transcurrido el tiempo se sabe que no lo fueron”.
Por ello, apuntó Jesús Gómez Serrano, para todos debería ser importante estudiar y conocer la historia de sus ciudades, porque del pasado hay mucho que aprender. Sin embrago, reconoció que existe desinterés de las generaciones recientes de acercarse a ese “pozo que es la historia, para abrevar en él y aprender de esas lecciones. De manera particular existe desinterés e ignorancia de las elites que gobiernan, por eso la historia no le dice nada a quien no tiene interés en ella… La historia es más bien un libro que reposa silenciosamente en una biblioteca y que sólo va a hablar a quien se acerque a él”.