Las técnicas, métodos y conocimientos de la antropología física pueden ser aplicados en el contexto legal o forense, y dentro de esta área se encuentra el análisis de los huesos con fines de identificación.
“Este es el propósito central de la antropología física forense, que en individuos vivos se puede lograr a partir de la ontogenia o estudio del crecimiento y del desarrollo humano”, señaló Lilia Escorcia Hernández, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La osteología, desde la antropología física analiza aspectos de la cultura a partir de los restos óseos, pero además al estudiar los huesos se puede obtener información como la edad, el sexo, el grupo de origen, patologías, y en algunos casos aproximarse a la causa de muerte, es decir, “podemos hablar de una población a través de los huesos”, explicó la investigadora, quien ha participado en algunos estudios con el doctor Carlos Serrano Sánchez, integrante de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
En osteología la identificación está encaminada al estudio de las poblaciones pasadas; en cambio, aunque la metodología es la misma, en el contexto legal el propósito es identificar los restos óseos de personas desaparecidas.
Son cuatro las preguntas iniciales que los investigadores deben responder para identificar un esqueleto: cuál es el origen, la edad, el sexo y la estatura. Otras preguntas necesarias están relacionadas con las huellas o marcas de actividad ocupacional, de violencia interpersonal y de enfermedades asociadas a desórdenes nutricionales. De la misma forma, el contexto en donde se encontró el esqueleto proporciona evidencias asociadas que nos hablan de “alguien”. Dicho de otra manera, para hacer una interpretación se requiere una visión incluyente, porque si bien los huesos constituyen un elemento biológico, el individuo estuvo en un contexto cultural determinado.
Lo que los huesos cuentan
La técnica básica en el estudio de los restos óseos es el análisis morfoscópico que consiste en analizar todas las forma particulares que se pueden observar a primera vista, aunque existen otras técnicas complementarias como las morfométricas –que se pueden aplicar en personas vivas o muertas y que involucran medidas– o las químicas, histológicas y fisicoquímicas que a menudo implican la destrucción del hueso.
Estas técnicas se utilizan dependiendo del objetivo. Para identificar de qué sexo es el esqueleto de un individuo adulto, los principales indicadores son el cráneo y la pelvis, ésta última presenta características de dimorfismo sexual que se traduce en variaciones en la forma y la medida, mismas que están relacionadas con la procreación. Un ejemplo es “el ángulo ciático mayor de la pelvis, cuando es más ancho se trata de un esqueleto femenino, si es angosto podemos determinar que es masculino. En el cráneo una de las características para identificar el sexo es la parte superior de las órbitas de los ojos, en las mujeres es anatómicamente menos pronunciada que en los hombres”, explicó la especialista en osteología y antropología física forense.
En caso de tener sólo un fragmento del cráneo, digamos el hueso localizado detrás del oído conocido como apófisis mastoides, que debido a su dureza suele conservarse, se puede hacer un análisis morfoscópico, ya que en el caso del hombre este hueso es abultado y de mayor tamaño que en la mujer.
Rodeada de cajas con muestras óseas y rostros moldeados con plastilina, Lilia Escorcia, integrante del Laboratorio de Antropología Forense, indicó que además del sexo, el estudio de los huesos permite a los investigadores determinar la edad; por ejemplo, a partir de las suturas del cráneo –que son articulaciones inmóviles, es decir, que no sufren un desgaste constante a diferencia de las denominadas articulaciones móviles– lo que se observa es el cierre de éstas con el paso del tiempo (envejecimiento); estos estudios parten de muestras de referencia en donde se sabe la edad del individuo y se puede observar cómo va progresando el cierre de las suturas.
¿Hombre o mujer?
La conservación de los huesos es uno de los factores que complican la determinación del sexo de un individuo, ya sea porque las condiciones del ambiente han deteriorado los restos esqueléticos o porque se buscó de manera intencional desaparecerlos o destruirlos. En los huesos largos, las epífisis (cada uno de los extremos de un hueso y en donde se sitúan las articulaciones) generalmente se conservan, por eso los estudios métricos han partido de éstas para establecer propuestas de identificación.
Para determinar el sexo a través de los huesos largos, se requieren medidas de ciertas partes, entre ellas las epífisis o los extremos de los huesos y las diáfisis (parte media del hueso largo), “no se toman tanto en cuenta las longitudes de los huesos porque hay poblaciones de talla alta y uno podría confundirse, en cambio la forma de muchas partes del esqueleto nos permiten ver si se trata de un individuo de sexo masculino o de uno femenino y debido a que en ocasiones esta diferencia no es tan notoria, se recurre a la medición de regiones específicas del hueso y después se emplean metodologías estadísticas como las funciones discriminantes”, apuntó Lilia Escorcia.
Las funciones discriminantes son parte de un procedimiento estadístico con el que se identifican características que sirven para diferenciar a dos o más grupos. Sin embargo, para que esta condición se cumpla, es necesario saber con certeza en qué se diferencian, así como cuántas de estas variables son necesarias para alcanzar la mejor clasificación, estadísticamente hablando.
Si se mide determinado hueso en toda una población, por ejemplo el fémur, de la cual se conoce de antemano el sexo de cada esqueleto, estas medidas se vuelven un dato de referencia; los datos obtenidos al pasar por un procedimiento estadístico se traducen en una “fórmula discriminante”, misma que ayuda a diferenciar entre masculino y femenino en una población biológicamente cercana a la que se utilizó como referente.
En el Laboratorio de Antropología Forense del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA), se realizaron estudios de estas funciones en varias partes del esqueleto en una colección de restos óseos que se excavó en el cementerio de San Juan Bautista en Caltimacán, Tasquillo, en Hidalgo.
Uno de estos estudios se realizó con siete variables (entre ellas la altura máxima, la anchura máxima y el grosor) en rótulas de 64 individuos, de los cuales 32 son de sexo femenino y 32 de sexo masculino, con un rango de edad que va de los 22 a los 85 años, y el único caso de una mujer de 115 años. Todas las rótulas se encontraban en condiciones favorables, sin manifestación de patología, desgaste o modificación por actividad que pudiera alterar las medidas.
Una vez que se tiene la fórmula discriminante y se deja claro en qué población se puede aplicar, otros investigadores pueden tomar las medidas en huesos que pertenecen a esqueletos de los que no se conoce el sexo, y cuya procedencia tenga relación biológica cercana con la población de referencia (en este caso de Caltimacán) para que les arroje un resultado respecto al sexo.
“Es probable que los estudios métricos que parten de una referencia no funcionen en otras colecciones osteológicas, por ello es importante que se utilice en una población biológicamente cercana, todavía no hemos hecho pruebas, pero cabe la posibilidad de que no funcionen, por ejemplo, en la población yucateca. De ahí la necesidad de que se lleven a cabo más estudios de referencia de las poblaciones de nuestro país”, finalizó la investigadora.