Por Norma L. Vázquez Alanís

París, la ciudad luz, la capital de la cultura, la cuna de la literatura moderna, el sueño de todo escritor y artista latinoamericano, es protagonista de dos películas distintas en temática, pero semejantes en cuanto a la reflexión que provocan en el espectador.

Se trata de ‘Medianoche en París’, del genial cineasta Woody Allen, y ‘París, te amo’, en la que participaron directores de la talla de los hermanos Joel y Ethan Coen, Walter Salles, Alfonso Cuarón o Wes Craven.

Ambos filmes muestran la fascinación por esta urbe, tanto de sus propios habitantes, nacidos o avecindados en la capital francesa, como de quienes la visitan y siempre quieren regresar.

‘Medianoche en París’ es un poco el reverso de la historia de ‘La rosa púrpura de El Cairo’ -también de Allen-, película en la cual el protagonista de un filme antiguo se sale de la pantalla y llega a una época que no es la suya, mientras que en la más reciente cinta del realizador neoyorquino el personaje principal -interpretado por Owen Wilson- como en un cuento hadas, presentado con un planteamiento de lo más terrenal, se transporta al París de los años 20 y entra a ese mundo bohemio que tanto le atrae, especialmente porque está escribiendo una novela.

La ocurrente fábula de Woody Allen comienza cuando por arte de magia o de la imaginación, una medianoche se inicia el encanto -al contrario de la Cenicienta-, mientras el protagonista, una reencarnación del mismo Allen de los años setenta, descansa en la escalera de una calle parisina; entonces un automóvil antiguo se acerca lentamente, se detiene a su lado, se abre una puerta y sus alegres pasajeros le invitan a subir.

Ese es su pasaporte de entrada al París de la segunda década del siglo XX; ahí conocerá a los personajes que le cautivan como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway o Gertude Stein, los héroes de sus lecturas quienes se interesan en sus proyectos literarios, pero también se encuentra con Luis Buñuel, Salvador Dalí y Pablo Picasso.

Estos viajes hacen que el personaje central, Gil, un guionista de California cuyas aspiraciones literarias han estado aletargadas por las exigencias de Hollywood, descubra su propio paraíso y decida quedarse en París, dedicado a su novela: la ciudad hizo su tarea, le abrió los ojos para desligarse de una novia dominante y represiva.

En tanto que ‘París, te amo’ es un gran collage de historias breves sobre la vida cotidiana en la legendaria metrópoli; se trata de un recorrido por la diversidad racial, cultural, religiosa, sexual y económica que conviven en la capital francesa.

Son relatos sobre el amor, la violencia, los encuentros, los alejamientos y todo aquello que conforma las relaciones humanas, mostrando los lugares emblemáticos de París -incluida la tumba de Porfirio Díaz- y dando cabida a la pluralidad parisina, que incluye a latinos, americanos, africanos y musulmanes.

Los episodios fueron unidos en un orden que se siente balanceado, a pesar de que carecen de un enlace narrativo real, porque el proyecto incluyó dos importantes limitaciones: cada corto debía tener una duración no mayor a los cinco minutos y debía rodarse en un máximo de dos días y dos noches.

Un elemento que de alguna manera liga este mosaico de cuentos es que la mayor parte de los directores ofrece una mirada de Paris desde el punto de vista de un extranjero, aunque muchos de los relatos son hablados en francés, y solamente tres en inglés, otros dos mezclan ambos idiomas.

En esta forma de hacer de 18 cortometrajes un largometraje, el espectador encuentra de todo, desde desilusiones hasta grandes sorpresas que dejan huella en su mente, como la historia del turista estadounidense en la estación Tullerías del metro, desconcertado frente a la furia que se desata en torno a su persona, o la que tiene lugar en la Plaza de Fêtes, donde un inmigrante africano que está agonizando y es auxiliado por una doctora también extranjera, comienza a recordar para dar cuenta al público de la violencia de que fue víctima.

También llevan a la reflexión la mirada discreta de la vida de una niñera inmigrante, que sin discursos, sin resentimientos y sostenida exclusivamente en la interpretación de una canción de cuna, logra evidenciar las diferencias sociales y el hecho de que ella tiene que dejar a su propia hija en una guardería para ir a cuidar a un bebé en la casa de una familia rica, o la confesión de una mujer -de oficio cartero, gorda y desaliñada- de que para conocer Paris ahorró durante años y tomó clases de francés; sin embargo su esfuerzo sólo quedó registrado en fotos que nadie quiere ver.

Ambas cintas se consiguen en México, en versiones para verlas en casa.