En la ermita española del Santo Cristo, que se erige en Valverde de Leganés, provincia de Badajoz, vivió un ratoncillo que decidió hacer su nido dentro del Jesús crucificado del altar, una pieza de caña de maíz llevada de la Nueva España a Europa en la segunda mitad del siglo XVI.
Al buscar refugio, el animal se introdujo en la cabeza del ícono religioso y royó el interior, hasta dejar al descubierto un raro códice novohispano. Hasta ahora, se sabía que este tipo de documentos habían sido hallados por bibliotecarios o arqueólogos, pero no que el descubrimiento pudiera atribuírsele a un ratón.
“Como había estudiado y clasificado esta figura, la Hermandad responsable de los cultos de la imagen me encargó su restauración, y al comenzar a estudiarla e introducir una cámara para evaluar su estado interno, nos encontramos con que un roedor había retirado algunas partes de papel para construir su madriguera y, al hacerlo, reveló un códice tributario pintado en los albores de la Nueva España”, explicó Pablo Amador Marrero, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM.
Para el también investigador de arte, la importancia de este descubrimiento radica no sólo en el documento en sí, que es poco común, sino en aquello que confirma y revela. “Por ejemplo, hasta hace poco se creía que los cristos de caña se construían exclusivamente en Michoacán, pero al encontrar amates escritos en náhuatl sabemos que muchas de estas imágenes devocionales son originarias de la Ciudad de México”.
Con cierta regularidad, surgen testimonios de alguien que asegura haber visto cómo la figura de Cristo aparecía en una mancha de humedad, en un sudario, en la corteza de un árbol, en los asientos de una taza de café o en el suelo de una estación del Metro, ¿pero que un códice indígena aparezca en un Cristo? Eso sí es raro “y se tienen pocos ejemplos de que esto haya pasado; son apenas seis casos los registrados, aunque existen más de varios centenares de estas representaciones escultóricas de caña de maíz”.
Por ello, para el especialista es sumamente importante estudiar los fragmentos a cabalidad, pero sin dañar ni alterar en lo más mínimo la pieza a restaurar, “pues por sí misma tiene un gran valor artístico e histórico, además de aquél que le confiere la devoción del pueblo valverdeño.
Así, lo que nos quedaba era introducirnos en la cabeza de esta imagen con una minúscula cámara, para seguir un camino muy parecido al que seguramente tomó el roedor, es decir, entrar por uno de los orificios que se le hicieron al colocarle una de sus tres potencias (rayos que emanan de la cabeza) para así llegar hasta donde está el códice”.
Una vez ahí se fotografiaron, desde todos los ángulos posibles, los fragmentos del documento, y se realizaron análisis tanto químicos como físicos por parte del Laboratorio de Diagnóstico de Obra de Arte del IIE. Se determinó que se trata de un códice tributario de la primera etapa colonial que está escrito en náhuatl y que además fue dibujado sobre papel amate.
“Todo esto es mucha información, pese a que se desprende de dos pedazos de apenas 20 centímetros”, explicó Amador Marrero, quien asegura que este hecho es evidencia de que, a la hora de investigar, no hay hallazgos pequeños, ni tampoco descubridores, aunque éstos sean minúsculos, casi tanto como un ratón.
Códices que nos hablan del pasado
Aunque siempre se ha creído que en tiempos coloniales todas las imágenes religiosas venían de Europa, en realidad muchas de ellas (incluso algunas señaladas como sumamente milagrosas), fueron manufacturadas en la Nueva España, con técnicas alguna vez usadas por los indígenas para elaborar ídolos, pero adaptadas para representar a deidades clavadas a una cruz.
“Así surgen los llamados cristos de caña novohispanos. Como para las procesiones se requieren imágenes de gran formato, pero de poco peso —estas figuras pueden medir hasta tres metros y ser de apenas siete kilos—, los artistas locales recuperaron una modalidad purépecha que empleaba maíz para confeccionar deidades muy livianas, y después la fusionaron con un método italiano conocido como cartapesta. Lo que obtuvieron fue una técnica muy parecida a la del papel maché”, expuso Amador Marrero.
Pero la pregunta es, ¿cómo llegaron los códices hasta ahí? “Esto no es tan difícil de entender si consideramos que esta manera de crear se parece mucho a la usada hoy a la hora de hacer un Judas. Tomamos material que no nos sirve, como el periódico del día anterior, y pegamos papeles con cientos de noticias viejas, hasta crear una suerte de cartón”, señaló el especialista en pintura novohispana.
Hay quienes aseguran que al usar códices para sus cristos, estos artesanos del siglo XVI buscaban perpetuar su pasado indígena, “y yo no podría estar más en desacuerdo”, subrayó Pablo Amador, quien explicó que lo más factible es que así como nosotros empleamos diarios viejos para hacer una piñata —tan sólo porque creemos que son ya inservibles—, ellos emplearan estos documentos simplemente como material de desecho”.
Sin embargo, aunque los trabajadores novohispanos consideraran que estos códices tributarios eran inútiles, para nosotros, los investigadores actuales, son reveladores, indicó el profesor. Es como si la figurilla de papel maché que hicimos hoy sobreviviera medio milenio y fuera analizada por un especialista del futuro, ¿qué no le dirían esos pedazos de papel con noticias de hace 500 años?
Un Cristo mexicano, desarmable y, además, chilango
El Santísimo Cristo de la Misericordia es tan mexicano, que el pueblo de Valverde de Leganés le hace su fiesta el 15 de septiembre. El único responsable de este capricho calendárico es el azar, ya que la mayoría de los lugareños ignoraban este hecho hasta que Pablo Amador y Pilar Morillo, estudiaron y clasificaron la pieza, “sin embargo, con sólo dar un golpe de vista, se aprecian una serie de características que delatan inmediatamente su origen americano”.
“A decir verdad, hay muchos aspectos que con un poco de entrenamiento, cualquiera podría detectar para determinar si se trata de una imagen novohispana, y lo primero sería ver si está hecha de caña de maíz, un material no usado por los europeos”. No obstante, el problema de esta estrategia es que, con los años —“y casi 500 no son pocos”—, estas piezas han sido retocadas, modificadas y repintadas a tal grado, que muchos parecen más de yeso que de papel.
“Otra cosa que se podría hacer es evaluar sus características estéticas, y una de ellas es que los crucificados novohispanos son sumamente arcaizantes si los comparamos con los hechos en España en la misma época. Mientras que los que se fabricaban aquí respondían a nociones medievales tardías (pechos estrechos, caras largas, paños de pureza casi hasta las rodillas), los de Europa eran más acordes a los ideales renacentistas”.
Sin embargo, para Amador, muchos de los aspectos más interesantes de estas figuras se revelan al recorrer su interior, como bien sabía aquel ratón de la ermita de Valverde de Leganés. “Por ejemplo, con el hallazgo del códice pudimos determinar que se trataba de una imagen proveniente de la Ciudad de México y no de Michoacán, pues antes se creía que todos los cristos de caña venían de ese lugar”.
Por más pequeña que parezca una evidencia, sirve para cimentar certidumbres, y eso fue lo que hizo este códice. El hecho de que esté escrito en náhuatl y no en purépecha nos habla de un taller en la capital novohispana. Además, este Cristo se parece mucho a otros cuatro que son venerados en la extremeña Ruta de la Plata, abundó el especialista.
“Como estas piezas se hacían a partir de moldes, y todos los que hallamos a lo largo de esta ruta tienen la misma fisonomía, podemos asegurar que provienen del mismo taller, al que hemos dado en llamar Del Maestro de la Vía de la Plata, un nombre un tanto extraoficial, porque no hay datos o documentos que nos revelen la verdadera identidad de aquel obrador”.
Otra característica detectada por Amador es que los crucificados estaban cosidos por dentro y que sus extremidades superiores eran desprendibles.
“Ambas cosas nos hablan de cristos que se podían armar y, sobre todo, que estaban diseñados para atravesar el océano. Las representaciones humanas que ocupan más espacio son aquellas que tienen los brazos extendidos, algo que le puede dar magnificencia a una obra, pero que al mismo tiempo resulta sumamente incómodo si se trata de piezas que los marinos deben almacenarse en un barco.
Por eso, la solución era poner los miembros aparte, para que fueran ensamblados una vez en España. No es sencillo imaginar imágenes devocionales para ensamblar, y menos a cristos sin brazos abiertos; sin embargo, ambas son cosas que el Nuevo Mundo le dio a España”.
Preservación que reta al tiempo
Pablo Amador nació en Islas Canarias, tierra de uno de los cristos de caña considerados entre los sumamente milagrosos, el de Telde, y un sitio que aunque español, “desde el principio fue una encrucijada entre Europa y América, por ser punto de arribo y de partida hacia el Nuevo Mundo”.
“Así nació mi interés por el arte americano, en general, y por estos cristos, en particular, pues se trata de piezas que destacan no sólo por su hechura, sino por los milagros que se le imputan, como el de Santa Teresa, que se dice ahuyentó por un tiempo a la muerte de toda una localidad y que, al verse dañado por el tiempo, y por lo vulnerable de su piel de millo, se restauró-renovó a sí mismo”.
Aunque no se trate de un milagro el que estas figuras hayan sobrevivido casi 500 años, resulta sorprendente que hayan desafiado a los siglos y su tiranía, “sobre todo si consideramos lo frágil del material con que fueron hechas. Sin embargo, más allá de la técnica, hay un elemento intangible, pero crucial, que aseguró su preservación: la fe”.
“España se encuentra salpicada de historias como éstas, y hasta cierto punto ha sido fácil recuperarlas y estudiar a sus crucificados, porque se tienen registros muy precisos de la llegada de estas figuras a Europa. En México, las cosas son muy distintas, pues no hay documentación y muchas de las cosas que se dicen de los redentores de caña son meras especulaciones.
Por ello, en la UNAM, junto con el INAH y gobiernos estatales (como el de Oaxaca), trabajamos en el primer inventario nacional de estas piezas. Ya sabemos mucho de los cristos que se fueron, ahora hay que darle voz a los que se quedaron”.