Los aerosoles atmosféricos son partículas sólidas o líquidas pequeñísimas, esenciales para la formación de nubes que desencadenan las precipitaciones. Éstas se encuentran suspendidas en la troposfera, la capa que va de la superficie terrestre hasta los 12 kilómetros de altura; estas partículas pueden ser naturales como el polen; resultado de la erupción de volcanes; o de actividades humanas como la quema de hidrocarburos, la agricultura o el cambio de uso de suelo.
“Para que se formen las nubes no sólo se necesita vapor de agua y agua, sino que se requiere de los aerosoles para que las gotas se aglutinen y formen núcleos de condensación, que cuando alcanzan un tamaño suficiente propician la lluvia, si no lo alcanzan se quedan como nubes y no hay precipitación”, comentó la doctora María Amparo Martínez, directora del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM e integrante de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC).
En los últimos años se ha encontrado que la formación de núcleos de condensación también se lleva a cabo por la presencia de organismos vivos presentes en las capas más altas de la troposfera. Se trata de los bioaerosoles o biogenes (células, algas, bacterias, virus) que representan el 50% de los aerosoles atmosféricos.
En 1987 se descubrió que varias especies de fitoplancton con ayuda de algunas bacterias producen dimetilsulfoniopropionato, un aerosol en forma de gas, que es importante como regulador climático ya que que cuando se dispersa en el aire actúa como núcleo de condensación de nubes. Por otro lado, el fitoplancton es un micronutriente que captura el dióxido de carbono (CO2) durante la fotosíntesis.
Se creyó que el mar salvaría al planeta en caso de que se presentara un exceso de emisiones de CO2, uno de los principales gases responsables del calentamiento global por las cualidades que poseen dichas algas, sin embargo, de acuerdo con la doctora Martínez: “la biología no funciona tan mecánicamente. Se forman más nubes cuando hay más fitoplancton y radiación solar, pero si hay más nubes, no llega la radiación solar hasta la superficie de la Tierra y el mar, y por ende, disminuye la población de fitoplancton y la captura de CO2 (que requiere de energía solar para realizar la fotosíntesis). Hay menos núcleos de condensación y no se forman las nubes”.
La doctora María Amparo quien encabeza el área de Aerosoles Atmosféricos en el CCA, expuso: “Se sabía que las nubes, los huracanes y las corrientes de viento llevan bacterias, incluso patógenos, de un sitio a otro. Los pólenes, esporas de hongos, plagas y bacterias llegan con los huracanes, estas últimas tienen una actividad en la atmósfera que está teniendo impacto en cuestiones climáticas como que haya nieve o no, y que se formen o no las nubes”.
De ahí la importancia de su estudio: “Analizamos a los aerosoles por su ubicación geográfica, desde atmósferas urbanas, rurales, costeras y hasta marinas. Vemos la naturaleza de su composición así como las condiciones ambientales que permiten que se produzcan, dispersen y distribuyan. Estudiamos factores como la temperatura, profundidad, corrientes marinas, vientos, materia y otros organismos presentes”, dijo la doctora Martínez.
Hay una interacción muy compleja entre la vida en la Tierra y la atmósfera. Con el estudio de los aerosoles y bioaerosoles se ha encontrado que no solamente el ser humano está modificando el clima del planeta de manera directa con las emisiones de gases de efecto invernadero; sino indirectamente con otras actividades como el uso de fertilizantes, la deforestación o el cambio de uso de suelo.
La atmósfera es el resultado de millones de años de evolución que no ha terminado. Actualmente está compuesta por diversos gases: 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno, 0.93% de argón, y otros elementos que no obstante su ínfima concentración, están modificando los ciclos naturales del planeta.