“La forma familiar predominante en México es la nuclear, conformada por el padre y/o la madre e hijos, o por parejas sin descendencia”. No obstante, en los últimos 30 años la cantidad de éstas ha disminuido levemente, dijo Cecilia Rabell Romero, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM.La experta refirió que en 1976 este tipo de familia constituía el 71 por ciento del total; en 2005, el 66 por ciento (según datos de la Encuesta Nacional de Dinámicas Familiares –ENDIFAM- 2005, elaborada por el IIS y el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia), y en 2008, el 65 por ciento (de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Población).
Por otro lado, una cuarta parte de las familias del país no son nucleares, sino extensas o compuestas, integradas por uno o ambos progenitores, con o sin vástagos (núcleo de reproducción), así como por parientes (abuelos, tíos y sobrinos, entre otros). “Su alta prevalencia se debe a que los vínculos familiares son muy fuertes en la sociedad mexicana”, explicó la investigadora.
En cambio, las denominadas unipersonales (una sola persona) son poco frecuentes en la nación. En 1987, constituían el cuatro por ciento del total; en 2005, el seis por ciento, y en 2008, casi nueve por ciento. Aunque se ha incrementado, el porcentaje aún es muy pequeño si se compara con el que registran varias sociedades europeas, resaltó.
Jefatura familiar
Por tradición, los jefes de familia en el país son los hombres, aunque la proporción de las encabezadas por mujeres va en aumento. Un indicador de este cambio y de cómo se percibe fue la respuesta a la pregunta de quién es el jefe en este hogar, en la ENDIFAM 2005.
Cada una fue analizada por el investigador Carlos Javier Echarri: si respondían los varones, el porcentaje de los encabezados por mujeres fue de 12 por ciento, pero si contestaban ellas, fue de 17 por ciento.
“El aumento en la proporción se debe a que cada vez hay más mujeres divorciadas, separadas o viudas”, explicó Rabell Romero.
Control de la natalidad
Otro factor que ha marcado cambios es la expansión del control de la natalidad, que ha permitido que las parejas (en especial las mujeres, que habitualmente se encargan de la crianza de los vástagos) puedan planificar y decidir cuántos hijos tener (en 1976, ellas consideraban que el número ideal era de cinco; en 1995, el promedio descendió a dos y medio).
Además, con el uso de anticonceptivos se modificó el concepto de maternidad y el papel del género femenino en la sociedad. En 1976, 30 por ciento de las mujeres en edad fértil (entre los 15 y 49 años) usaban algún medio de control natal; en 1995, la cifra avanzó al 66 por ciento, y en 2006, al 71 por ciento”, añadió.
En consecuencia, al disminuir la fecundidad en las familias (en la década de los 70, el promedio de hijos era de siete u ocho, aunque había hogares con 12 ó 15; en 2010, es de 1.7 hijos nacidos vivos), se ha dado un proceso de envejecimiento de la población.
“Antes eran numerosas y se extendían horizontalmente: las personas tenían muchos parientes de su misma generación (hermanos, primos y cuñados), y los padres y abuelos no vivían tanto; ahora, se vuelven verticales: tienen en promedio dos descendientes y, por consiguiente, hay menos parientes de la misma generación, y padres y abuelos tienen más tiempo de sobrevida.
“Asimismo, el hecho de que las mujeres tengan menos hijos afecta prácticamente todas las formas de convivencia familiar. Ahora, hay abuelos relativamente jóvenes, más activos, incluso bisabuelos”, apuntó.
Niños y escuela
Por lo que se refiere a la relación de las familias mexicanas con la escuela, en 1960 sólo 12 por ciento de los niños terminaban la primaria, la mayoría cursaban uno o dos años. Ahora, según el censo de 2010, el 90 por ciento acude a las aulas y concluyen ese nivel.
“En 1960, la mayor parte de los pequeños vivían en zonas rurales y empezaban a laborar a los ocho o nueve años. La infancia –el periodo en el que los padres cuidan y proveen de lo necesario a los hijos– era entonces muy corta. Ahora, en la medida en que la asistencia a clases se ha institucionalizado, los vástagos son dependientes por un periodo más largo, hasta los 25 años o, en algunos casos, más”, resaltó.
En 1930, sólo 6.5 por ciento de las mexicanas tenían un trabajo remunerado; en 1995, el 35 por ciento había ingresado al mercado laboral; hoy en día, la cifra es de 42 por ciento.
“Ahora se pasa, de manera progresiva y lenta, de un modelo de familia tradicional-jerárquica, a uno en que las relaciones entre sus miembros son más igualitarias, y que podemos llamar relacional”, concluyó Rabell Romero.