Los musgos o briofitas son plantas precursoras que ayudan a la recuperación del ambiente y, al igual que los líquenes, pueden prosperar en las zonas cercanas a las nieves perpetuas de las montañas tropicales más altas o incluso del Ártico.
“Estas pequeñas plantas verdes (miden desde milímetros hasta unos 30 centímetros, aunque algunas alcanzan hasta un metro de largo) son precursoras porque dan inicio a la formación del sustrato donde previamente no había vegetación o había sido erradicada”, explicó Claudio Delgadillo Moya, investigador del Departamento de Botánica del Instituto de Biología de la UNAM.
No sólo embellecen el paisaje, sino también forman parte de la estructura de los bosques, donde se captura y procesa carbono, nitrógeno, fósforo, calcio y potasio, elementos claves para la sobrevivencia de las plantas vasculares y otros grupos de organismos.
“Los musgos reciben el agua del ambiente, la retienen y la dejan fluir lentamente, con lo cual ésta tiene una mayor infiltración hacia arroyos y ríos, y mayor pureza. Si se quiere evitar la erosión de muchas zonas perturbadas, se debe dejar que la cubierta se desarrolle, pues al amortiguar el golpe de la lluvia permite que el recurso fluya más tranquilamente”, agregó Delgadillo Moya.
Además de su utilización en nacimientos navideños, decorados naturales o arreglos florales, así como en el empaque de objetos frágiles, podrían ser benéficos para la salud humana, según estudios hechos en países desarrollados, y para la obtención de genes destinados a otras plantas.
Útiles contra bronquitis y timpanitis
“Se conoce que algunos tienen actividad diurética y hemostática, o son aprovechados en ciertos lugares para aliviar síntomas de bronquitis, timpanitis y cistitis. En laboratorio han probado tener actividad antibiótica en contra de bacterias nocivas para las personas. No obstante, aún no se han identificado sus principios activos ni se sabe cómo producen los compuestos antibióticos”, indicó el investigador.
También pueden ser refugio de hongos o bacterias nocivas. Por ejemplo, el Sphagnum está asociado a la esporotricosis, enfermedad que afecta la piel, los pulmones, las articulaciones y los huesos.
“Este musgo no es directamente el responsable de esa afección, pero sí el vehículo para que el hongo Sporothrix schenckii llegue al cuerpo humano.”
Por eso, la importación del Sphagnum (se utiliza para germinar semillas de plantas vasculares) representa un riesgo para la salud. Los jardineros, al estar expuestos a la humedad y a los hongos que trae consigo (entre los que se incluye S. schenckii), pueden desarrollar la enfermedad de marras.
El Sphagnum crece mejor en regiones templadas, pero se distribuye ampliamente en todo el mundo. En México, sólo se conocen 13 especies con crecimiento limitado. En América del Norte y Europa se ha acumulado a lo largo de muchos años en grandes depósitos y formado, con otras plantas, la turba (material orgánico parcialmente descompuesto que se emplea como combustible para generar electricidad y en la obtención de abonos orgánicos).
Debido a que algunos presentan una gran sensibilidad a la contaminación atmosférica, estudios preliminares en el Distrito Federal han mostrado su utilidad para realizar diagnósticos. En otros países han servido como indicadores de las condiciones del suelo y detectado, incluso, la presencia de metales como el cobre.
Más de 12 mil especies en el mundo
En nuestro territorio, donde su estudio es reciente (comenzó apenas en 1973) se reconocen –por los ejemplares mencionados en la literatura o depositados en el Herbario Nacional– 984 especies de las más de 12 mil 800 listadas en el mundo.
“Sin embargo, en el país debe haber unas mil especies y en el mundo, 15 mil. Muchas pasan inadvertidas porque son de vida efímera; viven en la época de lluvias y desaparecen el resto del año. Otras son perennes: duran varios años”, señaló.
Se encuentran de manera abundante en Veracruz, Oaxaca y Chiapas. Viven, asimismo, en otras regiones sobre rocas, suelos, humus, troncos y ramas de árboles vivos o muertos, así como en sustratos hechos por el ser humano.
En el artículo “Biodiversidad de Bryophyta en México”, publicado en octubre de 2012 en la Revista Mexicana de Biodiversidad, Delgadillo afirmó que la riqueza florística de musgos mexicanos comprende 75 familias, pero sólo en un tercio de ellas se concentra 80 por ciento de las especies registradas. La más importante es Pottiaceae, con 16 por ciento del total.
La información nacional de especies en riesgo es virtualmente nula; sin embargo, en 1994 el Instituto Nacional de Ecología publicó los nombres de seis raras o en peligro. “Todas requieren protección especial para que se conserven, aunque algunas son más vulnerables que otras”, dijo Delgadillo.
La pérdida de cubierta vegetal en muchas zonas, el cambio de uso de suelo, la contaminación ambiental y la variación climática son determinantes para la permanencia o reducción del área de distribución de muchas especies.
Tan sólo de la Reserva de la Biósfera, en la Sierra Chincua de Michoacán, se extrajeron 50 toneladas de peso fresco de briofitas durante una estación de recolección.
“Al colectarse en forma extensiva, las especies utilizadas en la época navideña (Thuidium delicatulum e Hypnum amabile) y en arreglos florales (Leptodontium y Campylopus) tardan años en recuperarse”, advirtió el investigador.
Si estas especies son tomadas en la periferia del Distrito Federal, al año siguiente se tienen que sustraer las que viven más cerca de las zonas boscosas y, posteriormente, las que están en las afueras, para satisfacer la demanda.
Si bien es cierto que estas colectas no necesariamente las conducen a la extinción, sí hacen más deficiente su distribución y perjudican a los bosques de donde se les extrae.
Ante ello, Delgadillo sugirió sustituir los musgos con materiales que no dañen el ambiente y, como en Japón, desarrollar modelos de cultivo en los que, en vez de césped, se utilizan varias especies para formar jardines completos.
“Aprender a cultivar los musgos no solamente hace posible un mejor aprovechamiento y embellecimiento de los espacios, sino también ayuda a la conservación de estas pequeñas plantas que han vivido en el planeta desde hace unos 300 millones de años, al menos”.