Enclavado en la boscosa Sierra de San Pedro Mártir, Baja California, alejado de la contaminación lumínica y atmosférica generada por los asentamientos urbanos, se encuentra el Observatorio Astronómico Nacional, uno de los sitios con mejor ubicación en el mundo para la observación del cielo desde la superficie terrestre.
Entre los personajes que hicieron posible la construcción de este importante centro de investigación astronómica se encuentra el doctor Guillermo Haro Barraza, quien en 1969 logró que el gobierno federal pusiera a disposición de la UNAM una parte del Parque Nacional Sierra de San Pedro Mártir.
El próximo 21 de marzo se cumplirán cien años del natalicio de este impulsor de la astronomía y de la ciencia mexicanas. Para homenajearlo, la XXXIV Feria Internacional del Palacio de Minería organizó una serie de actividades en su honor, la cual cerró el sábado pasado con la mesa redonda “Presencia institucional de Guillermo Haro”.
En la charla participaron José Franco, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias; Alberto Carramiñana y Emmanuel Méndez, director e investigador del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), respectivamente; y William Lee, director del Instituto de Astronomía de la Universidada Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que intervino como moderadora Irene Cruz González, investigadora de la misma institución.
Haro dirigió el Observatorio Astronómico Nacional (OAN) por dos décadas, periodo en el que el observatorio cambió su sede dos veces como una medida para evitar la contaminación lumínica de las urbes, primero estuvo en la Ciudad de México, luego se mudó a Tonanzintla, Puebla, y más tarde al norte del país. “Haro tuvo un papel determinante en que se buscara un buen sitio para hacer astronomía de punta a nivel mundial en México”, destacó William Lee.
Por esa misma época, otra dependencia sobre la cual también influyó el homenajeado fue el Instituto de Astronomía de la UNAM, que fundó y dirigió.
A Guillermo Haro también le preocupó la formación de recursos humanos, señaló Emmanuel Méndez. Así fue como, a través del Instituto Nacional de la Investigación Científica -creado en 1952 y fue el antecedente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, dijo el astrónomo- promovió la instauración de un programa de becas.
De hecho, abundó Lee, Haro buscó que los científicos que trabajaban con temas astronómicos tuvieran estancias académicas en el extranjero, así se establecían contactos con otros países y la astronomía mexicana quedaba inserta en el contexto internacional.
Hacia 1959, Guillermo Haro también participó en la creación de la Academia de la Investigación Científica (AIC), hoy Academia Mexicana de Ciencias. Él y Alberto Sandoval (un reconocido químico, primer presidente de esta asociación civil) pensaron en crear un espacio donde los científicos activos y relevantes para el país pudieran reunirse, conocerse e intercambiar ideas sobre su trabajo, aseguró José Franco, quien apuntó que la organización empezó con 54 investigadores y hoy en día cuenta con 2 mil 418 miembros.
“Además de ser un científico y un político de primera; Haro fue un creador, un visionario y un apasionado de lo que hacía; tenía los ojos puestos en el futuro del país”. Esto lo reflejó durante su presidencia en la AIC, pues le imprimió fuerza y prestigio a la organización e instauró los premios para jóvenes investigadores menores de 40 años, los cuales abarcaron ciencias exactas, sociales y las humanidades.
“El impacto de la labor de Guillermo Haro fue en primera instancia al grupo de astronomía, pero definitivamente este se extendió hacia todas las áreas de la ciencia”, enfatizó Franco.
Guillermo Haro también se preocupó porque las investigaciones realizadas por él o sus colegas fueran relevantes para la sociedad, comentó Alberto Carramiñana. Esto condujo a que en un principio participara pasivamente en la inauguración del Observatorio Astrofísico Nacional de Tonanzintla (OANTON) en 1942, pero posteriormente se convirtió en el protagonista del desarrollo de este observatorio, promovió paralelamente la creación de diferentes centros de investigación a lo largo del país, hasta sentar las bases del INAOE.
El concepto bajo el cual se construyó el INAOE entonces fue muy diferente, aseguró Carramiñana, pues dejó de ser un observatorio y pasó a ser un instituto que ya no solo se dedicaba a hacer astrofísica, sino que, a través sus áreas de óptica y electrónica, buscaba aplicaciones tanto para los telescopios como para la sociedad.
“Hacia los años 70, Haro ya daba los primeros tintes de lo que hoy conocemos como la transferencia tecnológica; es decir, el paso de la ciencia básica hacia la ciencia aplicada”. El INAOE fue incluso pionero en vincular la academia con las empresas.
La versatilidad y gran visión a futuro fueron cualidades de Guillermo Haro poco comunes, pero muy deseables para cualquier sociedad. “Considero que nuestra responsabilidad como científicos es seguir creando nuevas instituciones, fortalecer a las actuales y crear las condiciones para que surjan nuevos Guillermo Haro; pues en el futuro necesitaremos científicos sólidos y emprendedores que hagan lo mejor que puedan por desarrollo científico de este país”, expresó Irene Cruz.