La primera revolución tecnológica del hombre mesoamericano

Ángel Trejo

En su libro Forjando patria (Porrúa, México 1916) el arqueólogo Manuel Gamio afirma que en América no hubo prehistoria porque el hombre trajo de Asia la cultura lítica que le permitió adaptarse al nuevo paisaje, emprender la construcción de un mundo distinto al que había dejado en el otro continente y, con el tiempo, crear una cosmología propia aunque no muy diferente a la de otros pueblos del orbe pues, como lo sugiere el mito bíblico de la Torre de Babel, el homo sapiens inicialmente integró un pueblo que tuvo una sola lengua, una religión única y un mismo cajón de utensilios tecnológicos, entre ellos el fuego.

La vagabundia de estos pioneros de Mesoamérica duró varios miles de años antes de detenerse y sembrar los primeros ensayos de sedentarismo en algunos lugares. Los asentamientos más antiguos se remontan a Tlapacoya (22,000 años), Santa Isabel Ixtapan (20,000) y Tepexpan (12,000), todavía evidenciando prácticas de vida primitivas (recolección, caza y pesca con útiles de piedra, hueso y madera), aunque ya acompañados del perro, cuya domesticación había empezado en el Medio Oriente hace 19,000 años y cuya figura habría de ocupar (ocupa aún) un lugar importante en su cosmología como guía de muertos en el inframundo.

El etnohistoriador Alfredo López Austin resalta en su Breve historia de la tradición religiosa mesoamericana (IIA-UNAM, México 1998) una de las hazañas más relevantes de estos inaugurales civilizadores de América: su capacidad de adaptación al cambio climático del pleitoceno al holoceno en el noveno milenio de la era anterior, el cual obligó al éxodo asiático a varios grandes mamíferos como los mamuts, los camélidos y los equinos a través del estrecho de Bering. Entre estos últimos iba el caballo, especie americana tan pequeña como un perro grande pero que en el Oriente Medio alcanzó extraordinario desarrollo para convertirse en precioso instrumento de carga, transporte y guerra.

La catástrofe natural de hace 9,000 años, la cual modificó sustancialmente la flora y la fauna, cambió los modos de vida y la vocación nómada del hombre mesoamericano presionándolo a buscar mejor sus medios de subsistencia, a procurar la observación y cuidado de algunas plantas, a fundar aldeas y a elaborar con mayor precisión herramientas de trabajo. Hacia el año 8,000, dice el filósofo Elí de Gortari en su ensayo El saber y la técnica en el México antiguo (UNAM, México 1987) las puntas de lanza, navajas, perforadores y martillos ya no estaban hechos sólo con lascas y astillados burdos, sino con tallas más finas y mediante el uso del fuego en el caso de los instrumentos de madera y hueso.

A finales del milenio octavo el hombre de Mesoamérica enfilaba hacia la revolución neolítica, el nacimiento de la agricultura y la cerámica, como lo constatan varias aldeas del sur de Tamaulipas (Lerma, El Diablo) y Tehuacán, Puebla, situadas en el séptimo milenio. En Tehuacán se han localizado nueve sitios arqueológicos del año 7,000 al 2,500 a. C. en donde quedó registrado el proceso evolutivo de la agricultura, la alfarería, la cestería, la ingeniería doméstica y las bases de una incipiente tecnología hidráulica que más tarde, entre los años 750 a. C y 1,100 d. C. vertió en un sofisticado sistema de riego que sigue siendo utilizado por los tehuacaneros del siglo XXI.

En el ensayo de Elí de Gortari –único intelectual marxista mexicano de prestigio internacional en el siglo XX- hay una detallada relación de las aportaciones agrícolas y utensilios fabriles de los nueve pueblos de Tehuacán (El Agujereado, El Riego, Coxcatlán, Abejas, Purrón, Ajalpan, Santa María, Palo Blanco, Venta Salada). Entre el año 7,400  a.C. y el año 780 d. C. descubrieron y cultivaron maíz, frijol, calabaza, chile, aguacate, cacahuate, algodón, tomate, guayaba, amaranto, camote y zapote (prieto y blanco); domesticaron al guajolote, varias plantas medicinales, fibras y tintes vegetales y minerales usados en la cerámica.

Inventaron redes de nudos, cuerdas, trampas para peces, aves y otros animales silvestres; aparatos para hilar algodón e ixtle, elaborar vestidos y cobijos; dardos y lanzadardos (atlatl), molcajetes (morteros), metates, metlapiles, petates, sandalias, agujas, tecomates, ollas, vasos, cazuelas, copas, jarros, jarrones, cucharas, botellones y vasijas de alfarería fina; cestas, azadones, bastones para sembrar maíz y frijol (coas), taladros, cinceles, hachas, azuelas, cuchillas, raedores, buriles, leznas, yunques; construyeron casas de adobe, troncos, ramas, cañas, juncos, paja, varas, tule y barro (barajeque); techos de paja de dos aguas, basamentos, muros de piedra, troncos y bejuco.

Hacia el año 3,000 a.C. en el valle de Tehuacán la caza representaba apenas el 10% del consumo humano y este se sustentaba con el uso del 86% de las plantas silvestres disponibles en esa región semidesértica, la cual era (es) muy parecida a la de los asentamientos de Tamaulipas. El maíz, el frijol y la calabaza se habían convertido en los alimentos principales en la mayor parte de Mesoamérica, aunque con distintos grados de desarrollo y diferencias mínimas de disponibilidad de recursos naturales y tecnológicos, como se evidencia en el hecho de que la caza mayor en el valle de México también había desaparecido en el mismo lapso. (Continuará).