Al fascismo se le suele definir como un movimiento conservador o reaccionario, sobre todo en la literatura marxista, que lo considera un fenómeno político surgido para contrarrestar los avances del socialismo; sin embargo, no es “ni reaccionario ni conservador, pero está ligado a ambos por parentesco ideológico y por conveniencia política, sobre todo en el periodo entreguerras”, señalan Franco Savarino Roggero y João Fábio Bertonha en El Fascismo en Brasil y América Latina, libro editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En la obra, que fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, los autores refieren que el fascismo latinoamericano surgió al inicio del siglo XX con la crisis del liberalismo ocasionada por la Primera Guerra Mundial; ante las élites liberales que perdieron la fuerza y control de la esfera política, surgieron nuevas fuerzas promovidas e impulsadas por la clase media, en las cuales se insertó el fascismo.
El desarrollo de este movimiento en América Latina es mucho más débil y no se da en todos los países; baste con decir que Acción Integralista Brasileña, similar al Partido Fascista Italiano, o al Nacional Socialista alemán, puede ser considerado el único partido de masas en la región. No tiene intelectuales de renombre; “tal vez Vasconcelos se acerca un poco al fascismo, aunque no se le puede calificar como fascista a secas”, consideró Savarino Roggero.
Como pensador utópico, José Vasconcelos desarrolló la idea de un hombre nuevo en su ensayo La raza cósmica, retomando el sueño de Bolívar, donde América Latina es el centro de la civilización mundial, lo que suena mucho a fascismo, dijo el investigador del INAH.
Fundado por Gustavo Sáenz de Sicilia, un productor de cine, en 1922 nace en ambientes católicos el Partido Fascista Mexicano. Lo integraban curas y conservadores; en esa época, la prensa mexicana y de Estados Unidos denunciaban que el Episcopado Mexicano se encontraba ligado a ese partido por los apoyos que le otorgaba a éste. Desaparece prácticamente a finales de 1923.
Incluso, narran los autores, uno de los motivos por los que Obregón expulsó al delegado apostólico de México, en 1923, fue la presunción de estar impulsando al Partido Fascista Mexicano.
Existen muchos movimientos imitativos de grupos y personas que tratan de ser fascistas sin serlo; el ejemplo mexicano más conocido se dio en 1934 con el movimiento Los camisas doradas, que por el nombre evocaban a Los camisas negras italianos, o Los camisas pardas alemanes, afirmó Savarino Roggero.
“Muchos se fueron con la idea de que Los camisas doradas eran los fascistas mexicanos; hasta hubo colegas que escribieron libros sobre eso, pero yo no estoy de acuerdo. Estudié la documentación de la diplomacia italiana y claramente decía que no eran fascistas, finalizó.