*Matos, mitos y el autor
Para la Ing. Fidelia Vázquez Moreno (Tía Fide). QEPD.
El 24 de febrero se cumplieron 34 años del hallazgo de la diosa azteca Coyolxauhqui en el corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México. Es decir, casi siete lustros de que este reportero conoció al entonces director del Proyecto Templo Mayor, Eduardo Matos Moctezuma, quien sigue activo en la divulgación de la historia prehispánica y la inagotable investigación arqueológica en un suelo, el mexicano, rico en esa materia.
Durante diez meses de aquel 1978, el entonces reportero de la agencia de noticias Notimex acudió dos veces por semana a cubrir las informaciones sobre el espectacular descubrimiento no sólo de la diosa de la Luna -la de los cascabeles en la cara, hija de Coatlicue y frustrada matricida victimada por su hermano, el dios guerrero Huitzolopochtli-, sino de cientos de valiosas construcciones y piezas más de la civilización azteca.
Hoy recuerda aquellos sucesos porque Matos Moctezuma habló en estos días de ‘mitos y verdades en la historia mexica’ con motivo del XXXIV aniversario de aquel hallazgo fortuito, y mencionó entre ellos el de la leyenda del águila y la serpiente -el escudo nacional- y las versiones descabelladas sobre la identidad de Quetzalcóatl, ese personaje acerca del cual, el otrora presidente José López Portillo escribió una novela interesante.
Haber sido enviado por la agencia noticiosa del gobierno mexicano a cubrir las informaciones del Templo Mayor, no fue impedimento para que el reportero registrara en sus notas, además de la versión oficial, todo lo de interés adicional que hallaba al paso, algo que al profesor Matos nunca le gustó y, sin embargo, se estableció una relación de respeto y colaboración que llegó hasta la concesión de una extensa entrevista publicada en varios números de la revista En Todamérica (IX/1990-IV/1991), con motivo del bicentenario de la arqueología mexicana, iniciada cuando el 13 de agosto de 1790 fue localizada la diosa madre Coatlicue y, poco después, la Piedra del Sol (calendario azteca) y Chantico, otra deidad del panteón mexica.
Impaciente ante las preguntas, pero cortés al responder a todas, cuando fue hecha aquella entrevista Matos Moctezuma endureció el gesto tras que el reportero le mostró un libro de su autoría, El gran reportaje de los mayas (Posada, 3 ediciones); leyó mucho del mismo por un largo rato y luego lo guardó, junto con sus comentarios.
Tal vez porque esa obra no fue publicada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), sino por una empresa comercial, el maestro Matos no la conocía, como tampoco Los dioses secuestrados, saqueo arqueológico en México (Sedena, 1987), del mismo autor, ni que éste había recibido un reconocimiento de manos del presidente Miguel de la Madrid (Certamen Nacional de Periodismo) por un reportaje sobre los códices prehispánicos.
De regreso a aquel 1978, el reportero recuerda cómo se disgustaba el apreciado antropólogo cuando recogía declaraciones indiscretas o no autorizadas del arqueólogo Eduardo Contreras y luego le prohibía volver a tener contacto con los periodistas, o cuando el informador divulgaba versiones de los trabajadores, según las cuales habrían sido hechos hallazgos de la época colonial, presumiblemente objetos de oro. Porque, curiosamente, en el Templo Mayor se encontró de todo, menos artículos de ese metal precioso del que existe el también probable mito del tesoro de Moctezuma.
Ese emperador, por cierto, es fundador del linaje al que pertenece don Eduardo Matos Moctezuma, a quien ahora se recuerda en estas líneas por su obra científica y como divulgador a través de libros, publicaciones periódicas, conferencias y programas de televisión.
Pero era imposible soslayar en las informaciones de hace 34 años, por ejemplo los debates suscitados por unas declaraciones de la directora de Planeación del Departamento del Distrito Federal, Ángela Alessio Robles, según las cuales serían expropiados 40 mil metros cuadrados para ampliar las excavaciones, lo cual alarmó a los comerciantes y vecinos del rumbo, quienes se ampararon.
O la reacción airada del director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional, Jorge Alberto Manrique, y la polémica que sostuvo con el del INAH, Gastón García Cantú, porque el primero dijo que en el Templo Mayor cuando mucho se encontrarían “los restos de un perro” y se oponía a la eventual desaparición de edificios coloniales.
No obstante que el presidente López Portillo había tomado la que llamó “sencilla decisión de decir: exprópiese, tírese y que surja el pasado de México”, el profesor Matos se comportó siempre con una conducta institucional y con apego a la objetividad derivada del análisis de los hallazgos, más que a atizar el fuego de las polémicas que tanto interés periodístico suscitan, como las muy recientes sobre FIL-Peña Nieto y los plagios de Sealtiel Alatriste.
En las primeras décadas del siglo XX el arquitecto Ignacio Marquina elaboró una maqueta del centro ceremonial azteca según la cual, éste abarcaba tal extensión que, si realmente se hubiera cumplido la decisión de López Portillo, hasta la catedral metropolitana -bajo la cual hay restos de edificios prehispánicos- hubiera tenido que ceder su lugar a las excavaciones.
Por ello es plausible la mesura y formalidad de don Eduardo Matos Moctezuma, a quien deben mucho la investigación arqueológica y su divulgación. (