A veces me llegaban tarjetas con mensajes de aliento de viejos amigos del barrio de Tacubaya, de ahí, de donde nació Javier Solís, Gabriel Siria Levario. Si hubo una época en que fui feliz fue aquella de mi adolescencia en que recorría todos los cines del rumbo: el Jalisco, el Hipódromo, el Carrusel, el Marilyn Monroe y el Gabriel Figueroa, en los que vi casi todas las películas de Paul Newman, Steve Mc Queen, Clint Eastwood, Dustin Hoffman, Robert Redford, Robert de Niro y Al Pacino. Me agradaba sentarme en alguna banca, afuera del metro, para observar los rostros y las ropas de las personas que entraban y salían de la estación; más tarde, en casa, trataba de recordarlas un poco antes de dormir. Siempre me gustó hacer este ejercicio mental que me relajaba mucho y me ayudaba a conciliar el sueño.
Tenía que regresar a aquellos tiempos porque los actuales me lastimaban, me lastimaba ver un país sin futuro, padeciendo una de las peores descomposiciones sociales de su historia, con su juventud desperdiciada por la falta total de expectativas y por el desempleo; consumida por la violencia y la desesperación, motivos por los cuales la tasa de suicidios entre los jóvenes había aumentado alarmantemente en todo el país. Me lastimaba ver una nación sumisa, sometida por una minoría de políticos gangsteriles que no tenían respeto por nadie, ni por sí mismos, ya que habían permitido la abierta intervención del gobierno estadounidense en nuestros asuntos internos y estaban al servicio de una oligarquía voraz a la que solo le preocupaba acumular riquezas y más riquezas. Me lastimaba la entrega vil del patrimonio nacional que hacían nuestros gobernantes apátridas a potentados inescrupulosos. El petróleo y la electricidad, bienes por los que tanto lucharon millones de mexicanos, ya estaban a punto de ser privatizados para beneficiar a grandes consorcios extranjeros, y nuestros recursos forestales y mineros enriquecían a unos cuantos. Me lastimaba la inacción de la gente… y me lastimaba verme ahí, a mis 45 años, con todos mis días iguales.
-¡Ya tronó en cuete profesor!, la cosa se puso muy fea: el candidato priísta reclamó que el P.A.N., y el P.R.D., le hicieron fraude electoral, y López Obrador denunció que el P.R.I., y el P.A.N., cometieron delitos que lo perjudicaron durante las votaciones, y dijo que él había ganado… pero el pueblo ahora sí está encabronado y ya los mandó a chingar a su madre a todos. Ya tomaron el Palacio Nacional y Los Pinos… están saqueando los Wall Mars y los centros comerciales… hay apagones y amotinamientos en todo el D.F., y en varios estados ya tomaron palacios de gobierno y alcaldías. ¡Tenemos alerta roja en el penal!
Pensé que sería más fácil que me mataran en una cárcel de un país convulsionado y sentí miedo. Esa vez, de manera consciente, comencé a rememorar buena parte de mi vida, a recordar a todos mis alumnos y a sus padres, a los compañeros de trabajo, a mis amigos… a mi ex esposa, que perdí por estupideces mías, y a mis hijos; a mis fallecidos padres y familiares, en medio del ruido ensordecedor de las sirenas de alarma del penal de Almoloya de Juárez. Y es que el pueblo ya no podía seguir aguantando más… esos desgraciados tiraron mucho de la cuerda, se enriquecieron vilmente, Peña Nieto… Montiel… ese güey que gobernaba el Estado de México, Eruviel, saqueador de Ecatepec… los hermanos Moreira en Coahuila, defraudadores; Ismael y Caldera en Durango, atracadores profesionales del erario; Fidel Herrera y Duarte en Veracruz, personeros del crimen organizado; Eugenio y Baeza en Tamaulipas y Chihuahua; Aguilar en Sinaloa… los hermanos Larrazábal en Monterrey; Zedillo, Fox, Creel, Lozano, Cordero, Beltrones, Lujambio, Chuayffet …¡puta madre! ¡¿cómo chingados aguantamos que nos gobernaran puras bandas de delincuentes, que destruyeran nuestra nación, nuestra casa, y la desmantelaran a nombre de una docena de psicópatas especuladores, dueños de gigantescos capitales estafados al pueblo de México?! Tuvimos que ver a nuestros hijos matándose y muriéndose de hambre para salir a las calles a cambiar las cosas.
-Esto ya valió madre profesor… siguen los enfrentamientos armados y cientos de miles de personas se manifiestan todos los días en todo el país. Las redes sociales de internet están cumpliendo las mismas funciones activistas que desempeñaron en Egipto, Túnez, Yemen y España. El Subcomandante Marcos ya tomó la XXXI Zona Militar de San Cristóbal de las Casas a sangre y fuego. El aeropuerto del D.F., está sitiado por un sector progresista del ejército a cargo del general Badillo, y otros altos mandos de la Armada también se están sublevando. El pueblo ya desconoció al gobierno de Calderón y está formando una Junta Nacional Ciudadana… los gringos ya tienen a su ejército en la frontera, hijos de la chingada.
Mientras escuchaba a Apolinar, el custodio personal que me habían asignado ocho meses antes y con el que platicaba casi todos los días durante mi reclusión en el Penal de Almoloya de Juárez, recordé a Carmen, madre de uno de mis alumnos: -“présteme aunque sea cien pesos maestro, es que no tengo ni para comer…”. En mi mente volví a leer los correos electrónicos que me llegaban en los que los cibernautas denunciaban y publicaban pruebas documentales de los gastos ofensivos y fraudulentos del gobierno federal, los atracos en despoblado: 100 mil pesos por un pinche bat de madera, 200 mil pesos por una vajilla… las toallas de mano de 10 mil pesos en el sanitario del titular del Poder Ejecutivo, los gastos personales millonarios de Martha, y luego los robos disfrazados de sueldos cínicos, descarados, de los diputados y senadores de la República, de todos los funcionarios de los gobiernos federal, estatales y municipales… de gobernadores… “bonificaciones” insultantes que eran mayores que los salarios. En la Suprema Corte y en algunas secretarías de Estado había funcionarios que cobraban sueldos superiores al del presidente de la República,.
De hecho, todas las dependencias eran obesos elefantes blancos cuyos presupuestos solo servían para enriquecer a sus más altos directivos, hacer negocios personales y mantener holgadamente a sus empleados y dinastías vergonzantes como las que vi en Durango, compuestas por añejos cacicazgos familiares que se heredaban las instituciones públicas como haciendas particulares: los Silerio, los Ramírez, los Gamero, los Guerrero, los Herrera, con sus nuevas generaciones de sátrapas que ya portaban en la sangre el gen de la pillería.
Todo esto no le servía para nada al pueblo que cada día sufría más pobreza, más desempleo, más inseguridad, más desolación, más injusticia, más violencia… más hambre.
Era el auge también de unos cuantos vivales que controlaban las instituciones de seguridad protegiendo a todo tipo de delincuentes, especialmente a secuestradores y a integrantes de los principales carteles del narcotráfico, haciendo enormes, impensables fortunas, mientras Carmen me pedía cien pinches pesos para comer.
Las carreteras del país eran totalmente intransitables por los incontables grupos delictivos que asaltaban a los viajeros en contubernio con las autoridades. El Estado de Derecho y el tejido social estaban ya extinguidos.