*Me amenazaron
Me llevaron a un hospital con la amenaza de que no dijera una sola palabra a nadie o matarían a mi familia; qué cabrones, le dijeron a un médico que yo era un narco muy importante y que me curara de la golpiza que llevaba.
Me atendieron las heridas de la boca y me pusieron hielo en los pómulos para desinflamármelos, y unas gotas para quitarme las hemorragias que tenía en los ojos. Unas enfermeras me aplicaron suero y un par de inyecciones, habrán sido antibióticos y anestésicos. Todo lo veía borroso y me dolía abrir los párpados. Durante el tiempo que estuve ahí ni un minuto se me despegó un par de agentes ministeriales.
-¡¡Quítense, háganse a un lado, no estorben!!
-¡¡No me empujes, déjame trabajar!! ¡¡Soy Betsy Hidalgo, del Sistema Informativo Lobo!! ¡¡Profesor!! ¡¡Profesor!!
-¡¡Hazte a un lado, hazte a un lado!!
Jamás había sido el centro de atención de nada. Esa mañana, muy temprano, me sacaron de la Fiscalía General de Durango para llevarme al aeropuerto y los reporteros se acercaron a la camioneta en donde iba para intentar fotografiarme y hacerme preguntas. El operativo era espectacular, como si yo fuera un delincuente sumamente peligroso. El trayecto fue muy rápido y, al llegar, dos policías federales me tomaron de los brazos fuertemente y me llevaron corriendo a la pista, en medio de un centenar de soldados armados hasta los dientes.
-Así es que usted es el profesor Moctezuma… Alfonso Moctezuma. Tremendo lío en el que estamos metidos. Seguramente muchos le están agradeciendo lo que hizo, pero desafortunadamente hay otros que quieren matarlo. Estamos viendo qué vamos a hacer con usted… en dónde lo vamos a meter.
Por la manera en que sucedieron los hechos no va a estar mucho tiempo preso… tendrá que irse del país cuando quede libre… es usted una papa caliente.
¿Irme de mi país? ¿Me está diciendo que tengo que irme de mi país?, pensé casi en voz alta mientras miraba a los ojos a este tipo que me hablaba con una tranquilidad de sacerdote y no tenía idea de quién era a pesar de que me había dicho su nombre y cargo como funcionario de la P.G.R. Vestía un traje muy costoso y los elementos policíacos que nos custodiaban en el interior de la aeronave se dirigían a él con mucho respeto llamándolo “doctor”.
Es un verdadero milagro que haya salido vivo de Durango…
Fue lo último que me dijo el “doctor” al bajar del jet en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y entregarme a un comando de élite para que me trasladara a la P.G.R. Ese año fue muy difícil para mí. Ya divorciado, quise intentar una nueva relación y no funcionó. Conseguí un trabajo extra como taxista, pero en dos ocasiones fui asaltado. Me integré a varios grupos sociales para distraerme y en todos se discutían las mismas inquietudes. El anterior gobernador, Ismael Hernández, había dejado al estado en una situación desastrosa, tanto económica como política y socialmente.
Con centenares de cadáveres sacados de fosas clandestinas, la barbarie cotidiana que se vivía y la corrupción extrema de casi todo el aparato gubernamental, aparecíamos en los periódicos del mundo como una de las regiones más inhóspitas del planeta. Muchos coincidíamos en que este pinche gobernador, Ismael Hernández, había tenido mucho que ver en los problemas que la sociedad duranguense arrastraba y continuaban con el nuevo gobernador, un empresario bicicletero impuesto a través de un fraude electoral para cubrir todas las cochinadas, los saqueos y abusos que cometió su antecesor.
En los hechos, no había cambiado nada desde la Revolución frustrada de 1910, en Durango seguía dominando la misma dinastía canalla que había gobernado por más de ochenta años y los canadienses saqueaban todo el oro que podían de sus minas a cambio de migajas. Yo nunca pude entender cómo los duranguenses pudieron soportar ese sometimiento teniendo el ejemplo del primer y más grande guerrillero del mundo, Francisco Villa. Algunos compañeros de tertulias me decían que no, que Villa no era duranguense, que había nacido en San Juan del Río por puro accidente, que en realidad era chihuahuense. Total.