En su primera visita a la UNAM, James Scott comentó su libro El arte de no ser gobernados, en el auditorio del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), donde describió aspectos de los pueblos del sureste de Asia que, a través de los siglos, se han rehusado a formar parte de algún Estado.
La denominada Zomia es una zona geográfica montañosa similar en tamaño a Europa que comprende parte de Indochina, norte de Vietnam y Laos, Tailandia, el norte de Birmania, el suroeste de China, el oeste del Tíbet, así como el norte de la India, Pakistán y Afganistán. Se caracteriza por albergar minorías étnicas que se mantienen alejadas del control de los Estados.
A decir del investigador de la Universidad de Yale, Zomia es la región más grande del mundo con pueblos no incorporados a gobiernos. Muchos de estos son considerados ancestrales, fundados antes del budismo o del cultivo del arroz.
En la conferencia magistral impartida en la Torre II de Humanidades, Scott aseveró que muchas de esas comunidades han escapado a sometimientos y epidemias mediante la dispersión física y la movilidad. Ignorados deliberadamente por la historia oficial, han sido llamados gitanos o cosacos.
Scott estableció paralelismos entre Filipinas y México, pues a su parecer, poco se han estudiado las similitudes entre las dos naciones, entre las que se cuentan las desigualdades sociales y los sistemas de corrupción.
Asimismo, señaló semejanzas entre la región del sureste de Asia con Sudamérica en cuanto a que, después de la conquista de españoles y portugueses, muchos pueblos se distanciaron de las ciudades y se fueron a los desiertos, montañas y pantanos, por temor al contagio de enfermedades traídas por los europeos.
Zonas fragmentadas
En el mundo hay zonas fragmentadas en las que prevalecen diferentes costumbres e idiomas. “En Zomia hay, por lo menos, 400. Existieron en América y África, donde floreció el comercio de la esclavitud, en una zona montañosa cerca del Índico, de difícil acceso, donde hombres de raza negra se refugiaron para permanecer lo más cerca posible de sus sitios de origen”.
El académico no dudó en señalar que el sureste de Asia, donde ha desarrollado la mayoría de sus estudios, es el último gran enclave de pueblos sin Estado.
Los gobiernos, a su vez, se desentendieron de ciertas áreas consideradas sin interés comercial, e incluso llamaron bárbaros a los habitantes de esos parajes. Dichas zonas se localizaban casi siempre en las periferias, y aunque cumplían tratos como el intercambio de bienes, las relaciones nunca fueron formales.
En la región estudiada por Scott, los Estados se han asentado en los valles, mientras que los pueblos más resistentes se trasladaron a las montañas.
Históricamente, subrayó, los reyes, religiosos y centros de guerra a gran escala prefirieron las planicies, porque son sitios favorables para el cultivo del arroz, y esas condiciones atrajeron a la mayoría de los pobladores. Quienes no quisieron ser parte del Estado huyeron a los esteros y a las deltas de los ríos.
Con las hambrunas, los pobladores buscaron refugio en las montañas, aunque también se mudaron para escapar de los impuestos, enfermedades, descontentos políticos y conscripción.
Scott señaló que los Estados son hegemónicos, brindan cohesión y al final se impondrán. A su parecer, terminarán por dominar en Zomia, aunque difícilmente habrá espacios no estatales fuera de los gobiernos.
Sin embargo, lo último que desea ver en las montañas del sureste asiático son etnias de museo. “Los habitantes deben cambiar y asimilarse, pero siempre bajo deseo expreso, jamás con una pistola en la sien”.